miércoles, 25 de abril de 2012

La Rabia Contenida


La razón trata de decidir lo que es justo. La ira trata de que sea justo lo que ella ha decidido”

                                                                     (Séneca)


¿A dónde nos dirigimos? Llevamos algo así como veinte minutos circulando por la sinuosa carretera de la costa, y estas dos no sueltan prenda.

Han venido a buscarme con una sonrisa en el rostro, una de esas que provocan miedo...
Me molesta que, a mis espaldas, ideen planes que me afectan directamente.Parece que ellas están convencidas de que lo que vamos a hacer va a ser estupendo para mí. ¡Pues que me lo cuenten, coño, y yo decidiré si lo es! No me gusta la incertidumbre. Odio las sorpresas. Y lo saben...

Elena conduce con mucha calma mientras Sara, a su lado, parlotea sin cesar. Yo miro por la ventanilla.
No estoy enfadada, aunque sí un poco molesta, porque me da rabia que piensen que soy tan accesible que pueden mangonearme a su antojo.
Compongo una pose digna contemplando el paisaje y participo en la conversación con algún comentario casual para no otorgarles el poder de haberme alterado. Estoy tranquila. Simulo estar tranquila.

¡Vaya! Elena aminora la velocidad y aparca el coche en una explanada de hormigón totalmente desierta. Una especie de parking improvisado que en verano, y con buen tiempo, seguro que se encuentra atestado de coches.
Sin embargo hoy hace frío, y una fina llovizna, más bien una niebla húmeda entristece el ambiente.

-¡Ya hemos llegado!- anuncia Elena con una sonrisa triunfal- ¿nerviosa?- me pregunta guasona.

-¡Para nada!- respondo con una sonrisa que espero no resulte forzada y oculte mi turbación- A ver qué me habéis preparado...-

Comenzamos a descender por un sendero serpenteante hollado por cientos de pies en su peregrinaje estival. Personas que con la llegada del verano recorren este camino para disfrutar de un día junto al mar.

Donde termina el camino, como dejadas caer de cualquier manera, se hallan las grises rocas. De diferentes tamaños, algunas musgosas, otras secas. Unas planas y otras puntiagudas. Aquellas golpeadas por la marejada. Todas desiertas...

Presidiéndolo todo el mar, la mar... oscura, profunda, tremendamente viva...

Descendemos lentamente. Primero Elena, después Sara y, finalmente, yo. ¿Qué haremos?
Sara alarga su brazo y me aprieta la mano. ¡Ay madre!, que estas me llevan a practicar algún ritual atávico de comunión con la madre naturaleza o algún despropósito similar...
¡Ya nos estoy viendo intercambiando gotas de nuestra sangre mientras bebemos alguna pócima para enaltecer nuestra femineidad!
Sonrío para mis adentros, pero empieza a invadirme una especie de aprensión. Quiero irme a casa.

La verdad es que el lugar y la escenografía se prestan a alguna especie de rito ancestral de iniciación. Los bordes del camino están plagados de esas flores amarillas que no sé cómo se llaman pero que para mí son el paradigma de la flor silvestre.

El silencio es total y flota en el ambiente una suave neblina que lo multiplica por mil ecos. Pero es el silencio humano lo que falta. No hay ruido de coches, ni de música atronadora, ni tan siquiera el murmullo de una conversación.
A cambio se oye el silbido del viento. De vez en cuando el chillido de alguna gaviota que bate sus alas en solitario. Y más fuerte que nada suena el rugido del mar.


Contemplamos un salvaje coqueteo entre el viento y el océano. El aire incita al gigante marino a revolverse y estallar en oscuras olas de rizada espuma. Crece y retrocede, pero luego avanza implacable, y su presencia lo colma todo. Golpea con fuerza las rocas e invade espacios que, tal vez, no le correspondería ocupar.

Es hermoso. Melancólico y hermoso.



El aire a mi alrededor es húmedo y huele a sal. Paso la lengua por mis labios y constato que es cierto, que el mar salobre se ha instalado en el espacio que habitamos.

De pronto un agudo pinchazo se instala bajo mi pecho. Parece que es la amenaza de un vacío, o la sombra de un recuerdo.

Como en una película veo a una niña de ocho o nueve años en un coche atestado de personas. Está de rodillas en el asiento y saludando al coche que les sigue a través de la luna trasera. Sin silla de seguridad ni cinturón de ningún tipo. El coche huele a tortilla de patata, a filete empanado y a fruta caliente. Todavía puedo sentir la sutil mezcla de aromas.

En la siguiente escena, la niña, rodeada de más niños y desoyendo las inútiles advertencias paternas, corre por un sendero parecido a este. Después se baña entre risas en un mar semejante a este. Más tarde juega a cartas en una roca plana similar a esa.
Mientras, los padres, sentados a la sombra, beben vino caliente con gaseosa sin preocuparse por los controles de alcoholemia y las madres se tuestan al sol embadurnándose con una crema de zanahoria sin protección solar que les deja el cuerpo brillante. Se oyen de fondo carcajadas escandalosas y conversaciones fuera de tono. Fin de la película.

El pinchazo, definitivamente, pasa a ser vacío y amenaza con convertirse en tristeza profunda. No lo consiento. Prefiero lidiar con la rabia que enfrentarme a esa niña que ya no soy yo. Vive en un pasado que ya no tiene cabida en la adulta que habito. Fuera.

Llegamos a las rocas, al borde del mar.

- Bueno- empiezo forzando una sonrisa- ¿me podéis explicar a qué hemos venido aquí?

-¡Hemos venido a gritar!- exclama Sara mientras Elena aplaude entusiasmada.

¿A gritar? Estas dos están colgadas.

-Es una forma genial de liberar tensiones- expone Elena- de soltar esa rabia que decías que tienes dentro.-

-¿Gritando?- pregunto intentando evitar centrarme en que tanto Elena como Sara consideran que necesito liberar la ira. No lo consigo, y siento rabia porque me pesa un poco la tristeza de antes. Fuera. No me lo puedo permitir.

- Sí, empiezo yo- se ofrece Sara.

Mira hacia el mar, y se yergue recta sobre sus piernas. Estira los brazos, abiertas las manos y profiere un escalofriante alarido. Después aplaude y se ríe.

Es sorprendente que, con lo insegura que es Sara, se exponga al ridículo de esta manera.

Elena le sigue. Cierra los ojos y los puños y libera su grito. Se ríen las dos.

Al fin y al cabo antes no estaba tan equivocada. Tiene algo de rito en comunión con la madre naturaleza esta escena...

Me miran. Me toca. Me siento ridícula, pero si me niego va a ser peor. Haré lo que me piden y punto. Luego nos iremos a casa. Estoy harta de todo esto.

Lleno los pulmones de aire y lo suelto con un grito. Me da vergüenza. Pero ya está.

-¿Eso es gritar?- pregunta Elena con una risita burlona- ese grito ha salido de la garganta.

- Para que un grito sea liberador debe nacer, por lo menos, aquí- añade Sara hundiendo un dedo debajo de mi esternón.

- Puedes hacerlo mejor- corean a dúo.

Claro que puedo, pero no sé si quiero.


martes, 17 de abril de 2012

La Empatía: Apreciar los Sentimientos Ajenos



“Si conociésemos a los demás como nos conocemos a nosotros mismos, sus acciones más reprochables nos parecerían dignas de indulgencia”

                                                  (André Maurois)




Irene ha respondido con un cabeceo rápido y enérgico a la pregunta de Elena y, con los labios cerrados, ha emitido un sonido nasal para indicar que sí es feliz. No ha resultado convincente. Y me da igual.

Elena ha ido al baño hace un momento y llevamos un rato intolerablemente largo en silencio. No resulta cómodo. Y me da igual.

Respiro hondo. Irene no tiene derecho a hablarme de esa manera.
Bueno, si es que se estaba dirigiendo a mí. Quizá no. Quizá luchaba contra ella misma.

Vale, pero no es justo que me haga sentir así. No lo es.
 
Aunque, bien mirado, ¿es ella la culpable? No lo sé. Tiene sobre mí el poder que yo le otorgo. Ni más, ni menos.
Soy yo la que permito que me influya su discurso.

Todo eso es cierto, de acuerdo. Sin embargo, lo que es innegable es que Irene sabe lo vulnerable que soy y cómo me afectan las cosas y se aprovecha de ello para resultar la fuerte por comparación. Siempre la comparación.
No sé. Tal vez no es tan innegable. Probablemente, en el fondo, ella sea mucho más insegura que yo y lo único que pretendía con su alegato era huir de su propia fragilidad. Puede que no conozca otra forma de hacerlo que dejar expuesto, de su parte, a alguien que ella considere débil.

Le lanzo una mirada de soslayo. Tiene los ojos bajos y brillantes y la mandíbula apretada.
Señal inequívoca de rabia.
Pienso que esa ira reprimida le viene de su inútil afán por querer controlarlo todo. De su intransigencia hacia su persona y, por extensión, hacia los demás. También creo que esa rabia proviene de una tristeza interna como leí hace poco en un cuento de un libro de Jorge Bucay que me prestó Elena.
No es tan fuerte como aparenta. Y ahí está, tan expuesta... ¡Estúpida empatía y mierda de desarrollo personal! Ahora siento lástima por ella y tengo la necesidad de reconfortarla aunque mi propia rabia me aconseje lo contrario.

Elena vuelve del baño y toma asiento. Se percata de la situación y decide tomar las riendas.

- Si pudierais cambiar algo de vuestro interior, ¿qué sería?- Pregunta con toda la intención del mundo.

-Yo seguramente el miedo- contesto aliviada de romper el silencio- Frecuentemente me siento bloqueada por las preocupaciones, el temor al fracaso, a lo desconocido. El miedo al futuro al fin y al cabo. Vuelvo entonces la vista a mi pasado, al que para mí, es el refugio seguro. Por lo que me impido avanzar con seguridad y valentía.- No había reflexionado sobre este tema, pero en el momento en que termino de decirlo, descubro que tiene mucho sentido.

-Yo por supuesto, la inconstancia- toma el relevo Elena- Con lo entusiasmada que comienzo siempre todos los proyectos... No importa que se trate de una dieta, un curso o incluso un proyecto personal o profesional. ¡Qué poco me suele durar el fervor inicial!
No sé si es falta de constancia o de paciencia, pero de grandes hazañas abandonadas está mi currículum personal lleno...- se ríe. Nos reímos. Las tres.

¡Qué fácil es liberar tensiones con el humor de Elena cerca!


- Yo me libraría de la rabia que siento a veces cuando las cosas no son como deberían de ser- suelta Irene de improviso. Me sorprende porque es justo lo que yo estaba pensando- Creo que es bastante nociva para todos- añade bajando la voz.

No sé porqué, pero me tomo esa declaración como una disculpa. Le sonrío.

- La ira contenida puede ser la consecuencia de callar algo que necesitamos decir. O puede provenir de un desasosiego interior que nos empuja a no aceptar la realidad como es. La rabia se retroalimenta. Cuanto más tienes, más creas.
Igual es bueno saber qué es lo que produce la ira. Analizar si el motivo es real o solo es el reflejo de un pensamiento distorsionado- Aventuro.

- No me apetece hablar de ello en estos momentos- responde Irene dando por zanjado el tema.

Elena y yo asentimos suavemente con la cabeza. No tenemos ninguna prisa.

Elena sonríe enigmáticamente.

- ¿Tenéis algo que hacer el sábado por la mañana?- pregunta con gesto pícaro.

Irene y yo negamos. ¿Qué estará tramando?

- Entonces dejad los niños con sus padres. Nos vamos de excursión...

miércoles, 11 de abril de 2012

Los Sueños y La Realidad: El Camino


“Vivir es decidir constantemente lo que vamos a ser”
 
                    (José Ortega y Gasset)





Hoy Irene no tiene buen día. Se le nota.

Desde que vino de Roma estaba exultante: feliz y comunicativa. Hoy por el contrario se muestra irritable. Nada más llegar se ha quejado de su horario, de su hijo, su marido y del cortado que le han puesto.
Creo que, antes de venir, algo le ha hecho enfadar y está soltando su ira contenida en pequeñas y desagradables dosis.

-¿Os imaginabais hace quince años que vuestra vida iba a ser así?- pregunta Sara de sopetón tras un tenso silencio. Creo que intenta evitar que Irene siga quejándose.

-Bueno- respondo intentando seguir con la conversación- Yo nunca me he preocupado demasiado por el futuro. Lo cual no significa que no me haya ocupado de él.
Vivo el momento en plenitud y, supongo que haciéndolo, voy sembrando la semilla para que crezca fuerte la planta del porvenir- Siento que lo que acabo de decir ha sonado hortera y pretencioso, pero es lo que pienso...

-Cuando tenía veinticinco años no podía, o no quería, imaginar mi vida adulta. No me convertiría en una señora de cuarenta años, y por supuesto: ¡No me he convertido!- Nos reímos

- Soy una mujer que tiene esos años y piensa y disfruta independientemente de su edad, solo de sus circunstancias.
Un ejemplo: Ahora no alterno como solía hacerlo, es evidente. No es porque no quiera o porque tenga cuarenta años y crea que no debo. Simplemente he aceptado que mi hijo entró a habitar mi vida y ni me planteo si me apetece salir más. Si puedo lo hago, y sino me siento encantada de disfrutar en casa con mi familia.

No sé si con veinte años quería esto para mí. De lo que estoy convencida es de que entonces vivía como me pedía el cuerpo y ahora también vivo como me lo pide.
Creo que estoy donde quiero estar en cada momento.- Nada más terminar de decir estas palabras soy consciente de lo satisfecha que estoy por cómo he actuado hasta ahora y siento la necesidad de añadir algo más.

-Aprendo de mis errores, por supuesto. Pero también aprendo, y mucho, de mis aciertos.-

Irene y Sara me miran en silencio.

-Pues yo creo que estoy en el mismo punto que hace quince años- comienza Sara tras una breve pausa. -Cuando tenía veinticinco años, mi sueño era poder dedicarme a escribir, y me veía a los cuarenta habiéndolo logrado.

Supongo que entonces carecía de los recursos de que dispongo ahora, y, como soy tan influenciable, comencé a recibir equivocadamente todas las señales del exterior. Me volví demasiado receptiva a los condicionamientos externos, y empecé a cambiar de fuera hacia adentro. Gran error por mi parte.

Desoí mi intuición, que me susurraba que estaba tomando el camino incorrecto. Abandoné mis ilusiones más íntimas para correr en busca de un sueño más global: tenía que formar una familia estándar, con una casa, un coche (o dos), un trabajo fijo... Me parecía que logrando la estabilidad encontraría la armonía. Incluso mi yo interior calló su queja porque acabó sucumbiendo a tanta influencia externa.- Se calla un momento. Se ríe- Poco tiempo después sufrí una profunda crisis, claro... La crisis de los cuarenta se me presentó un poco antes de tiempo y vestida de insatisfacción personal. Estaba segura de que lo que había logrado no era lo que iba a hacerme feliz. Procuré despojarme de todas las capas de ideas preconcebidas que me había colocado a modo de coraza y logré llegar hasta mi yo interior, el abandonado.

Buceando por el interior de mi ser, encontré a la mujer que había perdido por el camino, y la reconocí evolucionada en su forma natural.
Entendí que mi familia no es estándar, y por eso es mi familia- sonríe- y, finalmente, en lo más profundo, encontré intacto el sueño de mis veinticinco años.
En este momento estoy cambiando desde dentro hacia afuera. Es más complicado, pero considero que el cambio es más... profundo. De hecho ya ha comenzado y estoy utilizando, aunque no como realmente quisiera, la escritura como forma de ganarme la vida.- suspira.

Esto que ha contado Sara me recuerda a un cuento de Jorge Bucay que leí hace poco.

- En fin, que he recorrido un largo camino para acabar, con cuarenta años, en el mismo lugar del principio. Con mi porvenir aún por labrar, pero mucho más vieja...-

- Y más sabia- le rectifico.

Nos reímos las tres.
Sara y yo miramos a Irene. Durante esta conversación ha estado sorprendentemente callada. Sin embargo, en este momento creo que se ve obligada a narrar también su propia historia.

-Yo estoy exactamente donde me imaginé hace veinte años. Desde siempre soñé con llegar a estar como estoy: mi familia, mi casa, mis coches, mis caprichos... Nadie me ha regalado nada- añade con gesto serio- Todo lo que tengo lo he logrado por mis propios méritos, y me enorgullezco de ello.
No soy una persona que se deje influenciar, ni pierdo el tiempo y la energía.
Para mí, eso son excusas, porque si quiero algo voy a por ello. Eso es lo que yo considero un éxito, tener la fuerza de voluntad suficiente para lograr que mis sueños se hagan realidad- termina mirando a Sara.

Sara evita esa mirada volviendo la vista hacia su taza. Remueve la infusión con la cucharilla intentando disimular su intensa turbación. No lo consigue.

Me parece que Irene no pretendía menospreciar a Sara. Ella cree en las verdades absolutas y en la reglas generales y, supongo que intentaba mostrar su satisfacción al lograr sus objetivos siguiendo esas pautas. Creo que lo que en realidad intentaba era transmitir esa idea, solo que esa rabia que ha ido asomando en destellos durante toda la tarde, se ha sentido tentada por la profunda vulnerabilidad de Sara.

Irene no es consciente de que no todo el mundo tiene su temple. Pero yo sí. Y no me puedo reprimir.

- Y tú, ¿has logrado ser feliz a los cuarenta cumpliendo los sueños que tenías a los veinte?- le pregunto desafiante.

Irene se calla y se inclina, casi imperceptiblemente, hacia atrás, como si hubiera recibido un puñetazo metafísico.

Igual me he pasado...

miércoles, 4 de abril de 2012

La Roma de Irene


No viajamos por viajar, sino por haber viajado”

                           (Alphonse Karr)



-¡Ya viene Irene!- exclama Elena señalando la puerta por donde entra ella con su revuelo de ropa, tacones y bolsas de siempre- A ver qué nos cuenta de su viaje...-

Irene se acerca pletórica. Después de los saludos de rigor, se sienta y, con una sonrisa enorme, nos tiende sendos paquetitos. ¡Nos ha traído un regalo de Roma!

Los abrimos rápidamente, con la emergencia de la sorpresa y la alegría del agradecimiento.
Son dos pequeños calendarios con fotos de los lugares más emblemáticos de la ciudad. En la parte de atrás sobresale un imán para poder colocar el calendario pegado a la nevera. Práctico y bonito. Típico de Irene.

-¿Qué tal el viaje? ¡Cuenta, cuenta!- le avasallamos sin darle apenas tiempo para respirar.

-Llegamos ayer, ya de noche y agotados. Sin embargo, la vida no se detiene, y había que poner lavadoras, preparar comidas, ir a casa de mi madre a por el niño...- resopla- ¡En fin, que después de cinco días sin parar, casi no he tenido tiempo de descansar.

No obstante, la ciudad me ha vuelto a encantar. Había cosas que estaban exactamente igual que las recordaba. Otras, por el contrario, contradecían mis recuerdos... Ya sabéis lo subjetiva que puede llegar a veces a ser la memoria.

Hemos visitado una cantidad asombrosa de lugares y esta vez, siguiendo vuestro consejo, me he documentado antes. No para saber qué quiero ver, sino para saber qué estoy viendo. ¡Yo lo quiero ver todo!- se ríe.
-He sacado una cantidad casi indecente de fotografías. Me parece que voy a hacer un álbum digital con ellas. Creo que es una forma práctica de revivir el viaje cuando quiera- Irene se muestra entusiasmada.

- El viaje estuvo muy bien organizado desde el principio. Puntualidad y eficacia. No tuvimos ningún problema.
El hotel era tirando a regular. Más bien viejo pero estaba en buena zona. La comida no estaba mal pero, contando con que estábamos en Roma, tampoco era nada del otro mundo.
Habíamos contratado pensión completa, por lo tanto al mediodía nos acercaban a comer a algún restaurante cercano del lugar que estuviésemos visitando. Las cenas las disfrutábamos en el mismo hotel. Salvo una noche que nos llevaron a cenar al trastevere.

Creo que hemos hecho todo lo que hay que hacer en Roma- prosigue con un suspiro satisfecho- con la ventaja de que, al ir con todo organizado, hemos soportado muy pocas colas... Nos hemos sumergido en la Roma imperial y también en la renacentista, de la mano de nuestra guía.

La guía era una chica española que vive allí y sabe un montón sobre la historia de la ciudad. Nos explicaba todo en forma de cuento, como si fuéramos los protagonistas de una película. Era increíble el entusiasmo con que realizaba su trabajo. A eso le llamo yo una profesional...
Ella nos acompañaba por las mañanas, y por las tardes éramos libres para hacer lo que quisiéramos.

He tomado en cuenta vuestros consejos- añade- Hemos paseado por las orillas del Tíber. Tomamos un helado en una de las famosas heladerías de la Fontana de Trevi. Escuchamos el concierto de un coro en una iglesia. El recuerdo del Ave María de Schubert todavía me estremece...



Me acordé de ti, Sara y escalamos,- se ríe- porque aquello era escalar..., la Cúpula del Vaticano. Cenamos una noche en el trastevere... Es cierto que no elegimos nosotros el restaurante, sin embargo la trattoria a la que nos llevaron era estupenda, muy típica y la comida... lo mejor que he probado en todo el viaje. Definitivamente deliciosa.
Bebimos vino Lambrusco y después licores cortesía de la casa. A la hora de los cafés la gente comenzó a cantar, y alguno se animó también con el baile. Yo incluida- Irene hace una pausa dramática para comprobar el efecto sorpresa causado por sus palabras y continúa.

-Aquella noche, yo hubiera seguido de fiesta, pero nadie me secundó. Todo el mundo estaba demasiado cansado- termina con un cómico gesto de decepción.

Eso sí, teníais razón con los precios. ¡Todavía estoy impresionada por lo que nos cobraron por unos capuchinos en una terraza de la Piazza Navona!


En el grupo hubo buen ambiente. Casi todos eran estupendos. También había, por supuesto, alguna persona de esas que hay en todos los sitios y que se piensan que son el ombligo del mundo. De esos que tienen a veinte personas esperando porque se tienen que secar el pelo por las mañanas y no pueden levantarse antes de la cama...
La mayoría de los integrantes del grupo éramos gente de nuestra edad o mayores. Congeniamos con otras dos parejas, y por las tardes nos movíamos juntos.

Varias tardes fuimos de compras...¡Qué maravilla, las compras en Roma!
Un día recorrimos Vía Condotti. ¿Habéis estado?
Recibe el nombre porque por esa calle pasaban los conductos que abastecían de agua las termas de Agrippa. Hoy en día está plagada de tiendas de lujo. Todos los diseñadores imaginables: Prada, Versace, Gucci, Armani, Valentino... joyerías de muy alto nivel y firmas míticas. Todas reunidas en unos pocos metros. Un paraíso para las compras y el infierno para los bolsillos vacíos...

Me permití un pequeño lujo- cuenta bajando la voz y acercando la cabeza con aire conspirador.
-Entré en varias de esas tiendas por el simple placer de recorrerlas. Para mí es otra forma de arte- añade sonriendo irónica- Cuando entré en la joyería Bulgari no pude resistirme a comprar un colgante.-

Se retira el pañuelo para mostrar un pequeño brillante colgando de una fina cadena. Precioso. Elegante y femenino.

-Creo que era el más pequeño que tenían en la tienda- termina riéndose.

Acaricia la joya, como intentando retener entre los dedos las íntimas sensaciones placenteras que poco a poco se van diluyendo en el pasado.