domingo, 23 de diciembre de 2012

Navidad


 



No, no nos hemos ido. Solo nos hemos tomado una pausa de esas que en un momento dado son necesarias para volver con más fuerza aún.
    Queremos desearos Feliz Navidad a todos los que estáis de ese lado.
    Ojala que el año que acaba se lleve todo lo negativo que nos haya podido rondar y que el nuevo  llegue con la promesa de enormes y hermosos sueños para ser perseguidos.





 
        Zorionak eta Urte Berri On!!
 
 


miércoles, 28 de noviembre de 2012

La Verdad al Descubierto


                                 “ La mentira nunca vive hasta llegar a vieja”

                                                         (Sócrates)



Parece que no haya pasado nada, ni tan siquiera el tiempo. Irene llega con su sonrisa de siempre, esa que solo dibujan sus labios. Hierática, el resto del rostro transformado en una máscara que oculta sus secretas emociones.

Sara se levanta y le planta dos apresurados besos con ademán nervioso. No sabe qué hacer con el sentimiento amargo que le produce esa información que maneja sin haberlo pedido.

Personalmente, creo que es mejor que se lo cuente a Irene para que pueda liberar esa absurda culpa que alberga en lo más profundo. Así se lo dije, que no esperase más y se lo contara. No sé qué hará.

Me levanto para abrazar a Irene. Tengo la impresión de que, por un momento se afloja la tensión de su cuerpo y se abandona al abrazo. Por un momento. Rápidamente cede la relajación y regresa la tirantez a cada músculo de su anatomía.

Nos sentamos.

Sara y yo nos mantenemos calladas. Creo que ambas pensamos que es Irene la que debe decidir en qué términos o en qué tono iniciar la conversación.

- Bueno- comienza rompiendo un silencio que comenzaba a tornarse molesto- Ya está. Todo ha terminado. Al fin y al cabo no somos los primeros ni los últimos que pasamos por este trance. Hemos cerrado una etapa de nuestra vida. Y ya está.-

Presiento que no está muy convencida. Pienso, más bien, que repite una y otra vez que ya está para autoafirmarse, pero si a ella le vale a mí también.

- El niño está bien- prosigue punto por punto su perorata- Lo ha asumido con asombrosa naturalidad. Después de todo no es el único de su clase cuyos padres se han separado...- cuando se escucha decirlo en voz alta enrojece ligeramente- Han sido días intensos de conversaciones y papeleos. Todavía queda mucho que recorrer, pero parece que vamos por el buen camino-

Sigue hablando, pero más que liberar su pena, su reproche o su enfado, lo que está haciendo es enumerar los datos de una detallada lista que ha confeccionado en su cabeza.
 

Tengo la impresión de que es la película de su divorcio, un parloteo vacío para contentar nuestras mentes curiosas y su ego herido.

Yo no necesito ésto, y por lo que veo, Sara tampoco. A juzgar por su expresión, opina lo mismo que yo.
No pedimos explicaciones, ni queremos que nos suelte un discurso preparado. Si no desea hablar de ello, que no lo haga, que se calle. Pero que sea honesta con su dolor...

Parece que Sara me ha leído el pensamiento porque de pronto, e interrumpiendo un discurso casi jurídico, suelta:

-Puedes desahogarte si lo necesitas. Nos convertiremos en la bolsa de basura de tu dolor si es preciso-

Y presiona con afecto y con cuidado el antebrazo de Irene.

-¡Estoy bien!- contesta a la defensiva apartando ligeramente el brazo- Es una separación, no me he muerto.-

-Vi a Ángel con otra mujer- espeta Sara, y el mundo se ralentiza y finalmente se detiene.

Ya está. Ahora sí que ya está. Las cartas sobre la mesa, las acepte o no.
Irene mira a Sara con una mezcla de inquina y agradecimiento durante unos segundos que se hacen insultantemente eternos.

Sara musita, imperceptiblemente, como si dibujara con los labios sin producir apenas sonido:

-Lo siento-

Y la tierra vuelve a girar.

Irene sacude la cabeza.

-Supongo que es absurdo pensar que iba a poder mantener el engaño. Sin embargo era tan tentadora la ilusión de mantener, aun cuando fuera un pequeño reducto de mi existencia, todavía bajo mi control...-

martes, 20 de noviembre de 2012

Y Ahora, la Soledad

                                          
                                         "Estoy solo y no hay nadie en el espejo"

                                                       (Jorge Luis Borges)
 
 
 
¿De quién es esa imagen que me devuelve el espejo? ¿A quién pertenece ese rostro ajado, los ojos hinchados, el cabello grasiento? No puedo ser yo. No quiero ser yo.
Pero sí: solo que soy una yo que desconocía. Y no me gusta.

Estoy sola. Y aunque he vivido a veces sin compañía, nunca había experimentado esta sensación de total abandono. Jamás antes de ahora he compartido aire que respirar con la Soledad, así, con mayúsculas.
Es una compañera horrible que reclama a empujones su propio espacio, se entromete con descaro en el mío y se burla con sorna de mi chándal viejo, mi camiseta mugrienta y mis ojeras oscuras, casi negras.

Tengo una semana. Siete días colgados en el limbo del tiempo para recrearme en mi dolor sin que nadie me vea.
Iñigo está con mis padres.
Ángel se fue, y las habitaciones vacías son único testigo de mi desolación.
Ángel se fue, y ni tan siquiera puedo llorar, porque no sé ni cómo ni cuándo se ha instalado una pesada losa sobre mi corazón que me impide apenas sentirlo. Y solo deseo tumbarme, comer chocolate y ver la televisión en pijama.

Hemos decidido dejarlo... Ya...¡los cojones! (y yo nunca digo tacos, ni tan siquiera los pienso). He decidido acogerme al clavo ardiendo de la mentira piadosa y fingir una versión oficial que no haga que los demás me vean como yo lo hago: como una fracasada.

No lo hemos dejado. Ángel me ha dejado. Por otra. Y lo más triste es que no es más joven ni más delgada que yo. Pero le da chispa. Y yo no.

Yo solo le he dado un hijo, y le he proporcionado la estabilidad suficiente como para que prospere en su carrera y crezca como persona. Solo eso, y no basta.

Me siento en el pasillo, sobre el suelo que un día elegimos juntos y contemplo con indiferencia las bolas de pelusa que habitan los rincones. Juego a fantasear que todo esto no ha pasado, que mi marido no se ha aburrido de mí porque, palabras textuales, nuestra relación era una pantomima orquestada por mi absurdo deseo de aparentar una felicidad que dista mucho de ser real. Pero no puedo fingir durante mucho tiempo, porque no soy capaz de ignorar que esto sí es real.

Mi pareja se ha cansado de beber a sorbitos una mecánica rutina a mi lado y se ha marchado a comerse la vida a dentelladas con otra. Que no es más lista ni más guapa que yo.

Suena el teléfono y lo ignoro. Creo que tengo llamadas perdidas de todas las personas que conozco, pero no quiero hablar con nadie. Porque quizá si oyese una voz amiga, un atisbo de comprensión, podría derrumbarme. Y no quiero, no puedo acogerme al consuelo fácil de la conmiseración ajena. Yo no soy así. Soy una mujer fuerte.

No soy como mi madre, que ha adoptado el victimismo por bandera y exhibe sin pudor ante propios y extraños esa montaña rusa de emociones que arrastra a todos en sus vaivenes. ¡Cuánto he sufrido desde niña, al cobijo de su sombra, la descripción pormenorizada de sus miserias más íntimas!,¡esa necesidad que siempre ha tenido de sentirse especial aun en circunstancias humillantes! ¿Por qué cuentas eso?, me hubiese gustado gritarle, ¿no te das cuenta de que ante sus ojos te conviertes en débil y vulnerable?

Y sí, mi madre conseguía despertar la lástima en la mirada de los demás, sin embargo también logró perder su dignidad ante la mía. Por eso yo no soy así: No quiero compasión, a pesar de que cuando se acabe el estado de gracia de estos siete días no sepa a qué vida debo volver. Pese a que todos mis ahorros afectivos, que con mucho esfuerzo he atesorado para la creación de un proyecto de vida perfecta, se hayan evaporado y se quede en números rojos la cuenta corriente de mi porvenir. Aún así sobreviviré. Porque soy fuerte.

Soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte. Me lo repito como un mantra mientras la nausea parte en dos mi abdomen. Soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte. Hasta que el sollozo atraviesa como un látigo mis entrañas y sacude mis hombros demostrándome que, después de todo sí acepto la lástima: la mía propia. Por mi proyecto vital truncado y por ese pobre corazón oprimido, atrapado bajo el peso de una losa que no puedo mover ni siquiera para pedir ayuda.

Llora, Irene, llora. Tienes una semana para hacerlo, y para vivir en pijama, ver programas absurdos y darte atracones de patatas fritas y batido de chocolate.
En siete días te vestirás tu ropa más favorecedora, esa de camuflar desilusiones, maquillarás tu tristeza y serás una nueva separada entrada en los cuarenta y con la seguridad de un pasado cerrado. Eso serás. Y también, y aunque los demás no lo sepan, una patética mujer con el temor a un futuro incierto y sin idea alguna de cómo afrontar su presente...

jueves, 8 de noviembre de 2012

Conociendo a Irene II


De ninguna de las maneras quisiera Irene aparentar los 41 años que cumplió en verano.

Todos los meses sin falta, acude a la peluquería para que las canas no le arruinen ante el espejo la ilusión de detener el tiempo.

Luce siempre el peinado perfecto, un corte a la última aunque no demasiado atrevido: en estos momentos corresponde con una melena desfilada en tonos dorados y perfectamente alisada a diario.

Mide 1,62 m, aunque habitualmente lleve tacones, no muy altos, pero sí lo suficiente para añadir de forma permanente unos pocos centímetros a su esbelta figura.

Su cuerpo es atlético, torneado a base de horas y horas de esfuerzo en el gimnasio. Se siente orgullosa de lo que considera que es obra suya y gusta de lucirlo mediante la ropa que escoge.

Adora la moda e invierte considerables sumas de dinero en procurarse un buen fondo de armario que combina con prendas de última tendencia que adquiere a precios más asequibles. Invariablemente huye de los colores chillones y los estampados estridentes.

Su mirada experta en estudiar su imagen en el espejo, guía a su mano para conseguir con acierto disimular , a través del maquillaje, las imperfecciones de una piel no demasiado lisa, una nariz un poco larga...
Emplea bastante tiempo en arreglarse por las mañanas, y el resultado final es un rostro sorprendentemente natural, en el que se potencian sus mejores rasgos: el óvalo fino, los pómulos pronunciados, y en el que destacan de forma especial sus ojos color avellana.

Aunque su figura y su indumentaria le otorgan un aire juvenil, el gesto de tensión que frecuentemente asoma a su semblante, contrae y envejece sus facciones. En los últimos meses, debido a que un día leyó que a partir de los cuarenta uno de los mejores trucos de rejuvenecimiento era el blanqueamiento dental, ha pasado por el dentista y para enseñar su renovada dentadura sonríe más a menudo, si bien es cierto que con una sonrisa un tanto afectada.

Le satisface lucir joyas caras, con un punto de extravagancia y que compra, según ella, a modo de inversión.

Su perfume es equilibrado, apenas perceptible pero asociado indefectiblemente a su presencia.

Irene representa el equilibrio en superficie. Un equilibrio amenazado constantemente por el oleaje de una perpetua tensión interna.

domingo, 28 de octubre de 2012

De Pronto, un Imprevisto


     “Planee su día, pero deje siempre un espacio para cualquier imprevisto, consciente de que no todo depende de usted”

                              (Instituto Francés de la Ansiedad y el Estrés)



Ahí está Elena. A ver qué opina ella de todo esto que no me permite pensar en otra cosa.

Tomo asiento y le lanzo una mirada interrogante. No parece darse por aludida.

-¿No has leído el mail que nos ha enviado Irene?- le pregunto.

- La verdad es que hoy no he tenido ocasión de abrir el correo- responde con tranquilidad- ¿nos ha mandado un e-mail?-

Es cierto. Elena tiene un móvil de los antiguos. Cada día reitera su determinación de agenciarse uno con Internet, pero siempre acaba por posponerlo... hasta hoy.

Saco mi teléfono del interior del bolso. Correo. Entrada... aquí está. Lo abro y le alcanzo el móvil a Elena.

Me acerco a la barra y, mientras, voy reproduciendo en mi cabeza el contenido del mensaje de Irene.
Lo he leído varias veces, por lo tanto intento sincronizar el texto de mis recuerdos con el que va entrando de los ojos de Elena directo hacia su mente para interiorizarlo al mismo tiempo.

Hola chicas,

Es muy difícil para mí escribir este mail. No obstante pienso que es la mejor manera de contaros mi nueva situación. Espero que vosotras también lo creáis así o, por lo menos, sepáis comprenderme.

Después de un tiempo sopesándolo, Ángel y yo hemos resuelto separarnos.

Aunque os sorprenda, ha sido una decisión meditada, consensuada y civilizada.
Ambos creemos que es absurdo tratar de arreglar algo que no está roto, pero sin embargo ya no nos sirve. Así que hemos decidido dejarlo a tiempo, antes de que todo se deteriore.

Queremos hacerlo de forma que resulte lo menos traumática posible para Iñigo.

Ángel se marchó de casa hace dos días, pero el niño no lo sabe porque está desde hace tres con mis padres, con la excusa de que vamos a pintar su habitación.
Pensamos que debemos ponernos de acuerdo sobre cómo contárselo antes de hacerlo. Después de todo tiene siete años, suficientes para entender, pero no tanto para afrontar con madurez. Por lo tanto hemos decidido acudir a un psicólogo, para que nos ayude a encararlo.

He pedido permiso en la oficina y durante una semana he aparcado mi vida: el trabajo, el niño, vosotras, el spinning... y me he metido de lleno en un trajín de papeleos, abogados y psicólogos.

Supongo que comprenderéis que de momento no me apetece hablar más del tema. He dado ya demasiadas explicaciones y ya está todo dicho.

No os preocupéis por mí. Me encuentro bien, tranquila y volveré pronto.

Os llamaré en cuanto esté de nuevo operativa.

Un beso,

Irene.

Elena ya ha terminado, lo demuestra su expresión de incredulidad. Coloca con cuidado el móvil sobre la mesa.

 
 
 
-¡Qué mal!- expone como todo comentario, y esa escueta valoración me conmueve. Porque yo también estoy mal. Porque me siento absurdamente culpable. Parece que al descubrir lo que pasaba abrí desde la distancia una caja de Pandora  en la que no queda ni tan siquiera la Esperanza.
Porque esto no debería haber ocurrido. Todavía no habíamos decidido qué hacer con lo que sabemos y ya no importa... o sí importa y seguimos sin decidirnos.

- Yo también me siento fatal- corroboro- parece como si le hubiera fallado, no sé... Sin embargo el tono del mail de Irene es bastante neutro, parece que está bien, ¿no crees?-

-No lo sé- responde Elena- ¿Recuerdas cuando fuimos a gritar?, ¿recuerdas la cantidad de rabia que se ocultaba tras la aparente calma de Irene?-

Asiento con la cabeza. Elena tiene razón. ¿Quién sabe las tormentas emocionales que esconderá el tono civilizado de este mail?

miércoles, 17 de octubre de 2012

Conociendo a Sara II

 
 Mide 1,75 y todavía sigue padeciendo ese complejo de persona demasiado alta que se inició en su adolescencia, cuando sacaba una cabeza a las demás niñas y a algunos niños…
Es delgada y desgarbada. Su postura corporal parece querer restar centímetros a la longitud de su espalda encorvando los hombros y agachando la cabeza, lo que le otorga un aire de inmensa fragilidad. Parece que le pesara la vida…
Tez morena. Sus ojos, entre verdes y castaños, no son excesivamente grandes pero lo parecen porque siempre están abiertos de par en par ante cuanto le rodea. Son la expresión máxima de su curiosidad innata.
El rostro anguloso revela las, ya más que evidentes, líneas de expresión.
Nariz recta. Labios finos.
Su sonrisa perpetua de persona tímida se cierra ocultando una hilera de dientes bastante regulares.
Cuando cumplió los cuarenta años, hace ahora casi dos, cambió su eterna melena castaña por un corte de pelo radical, casi a trasquilones, que le confiere un atractivo aspecto entre sexy y aniñado y resalta su largo cuello moreno.
Jamás se pone tacones. Cuestión de altura. Le encantan las sandalias planas y las botas cómodas.
Se viste como si en vez de resaltar su cuerpo quisiera apartar la atención de él trasladándola a la ropa que elige.Le entusiasman los estampados de vivos colores, los bombachos, las túnicas. En realidad le gustan las prendas étnicas que desprendan ese exotismo que ella tanto anhela. Adora el tacto de la seda y el terciopelo sobre la piel.
No sale de casa sin pintarse la raya de los ojos y aplicarse brillo en los labios. Cuando cree que la ocasión lo requiere, incide especialmente en la mirada, y maquilla sus expresivos ojos con una dramática sombra ahumada.
Se perfuma a diario, justo después de vestirse, con una fragancia floral en la que predomina sutilmente el jazmín, su aroma favorito.
Le fascina la bisutería llamativa. Recargadas piezas de plata y piedras semipreciosas cuelgan de su cuello, adornan sus orejas, rodean sus larguísimos dedos…
Su aspecto externo depende de su estado anímico, y según el día, pasa de extravagante a recatada.
Es por todo esto que Sara desprende un halo de fragilidad y exotismo a partes iguales…

jueves, 4 de octubre de 2012

Una Decisión Complicada


             “La persona que pretende verlo todo con claridad antes de decidir, nunca decide"

                                                      (Henri-Frédéric Amiel)




- Bueno, entonces, ¿se lo contamos a Irene o no?- pregunta Sara por enésima vez- ¿qué hacemos?

Pues nada. No vamos a hacer nada. Lo obviaremos.
Porque si lo contamos fuera de aquí, se convertirá en realidad. Y golpeará a Irene con fuerza arrolladora, y tal vez a nosotras también.
Porque, en este caso, callarse no significa desentenderse, significa haber tomado una de las dos decisiones posibles.

Si solo pudiera olvidarlo todo... ignorar la urgencia de una respuesta, mirar para otro lado y seguir con mi vida de siempre...

Eso querría decir. Pero no lo digo.

- No sé, Sara- respondo sin embargo- Tampoco conocemos toda la historia. Irene apenas habla de su matrimonio. Puede que formen una de esas parejas abiertas...- aventuro sin convicción.

- ¿Irene?, ¿nuestra Irene?- pregunta Sara con un deje de ironía- ¿De verdad piensas que puede tomar parte de algo así?-

- Supongo que no- me rindo a la evidencia- Pero, ¿tú crees que quiere saberlo?-

- Esa es la cuestión fundamental- comienza Sara suspirando- yo creo que todo el mundo tiene derecho a conocer la verdad, pero también a ignorarla. ¡Qué complicado!
 
- Estoy de acuerdo- convengo- ¿en qué grupo crees que se encontrará Irene? Conociéndola un poco pienso que querría saberlo, pero la idea de que lo sepamos nosotras no creo que le haga demasiada gracia...-

Siempre que imagino a Irene la veo como el reflejo externo de una mujer con una firme voluntad. Justo debajo, donde no se puede ni tan siquiera intuir si no es rompiendo esa coraza, creo que se esconde una mujer vulnerable que se encuentra tan dominada por la otra, que no se permite ni mostrarse.

Mucho me temo que esta noticia destrozaría a ambas por diferentes motivos.
A la vulnerable por lo evidente: la traición del amor. A la fuerte por la proyección social de lo que, probablemente, ella considere como un fracaso personal...

- Tampoco sabemos si es una aventura puntual o es una relación duradera. No creo que sea lo mismo- expongo.

- Yo tampoco- secunda Sara- Creo que podría disculpar una canita al aire provocada por las circunstancias, pero pienso que una relación paralela sería imperdonable...-

Perdonar... Hasta ahora estaba tan concentrada en decidir si contárselo a Irene y en prever su reacción más inmediata, que no me había parado a pensar a más largo plazo: de saberlo ¿sería capaz de perdonar?-

- ¿Tú crees que Irene toleraría una infidelidad?- pregunto.

Sara calla. Piensa antes de hablar, como si estuviera escogiendo las palabras precisas:

- A veces tengo la impresión de que, frecuentemente, Irene actúa de cara al exterior. Como si fuese una obra de teatro y ella representase el papel de una mujer que tiene la vida perfecta.
Creo que por ese motivo, y si nadie más lo supiese, obviaría el tema para no defraudar a ese supuesto público que espera un final feliz-

Justo lo que yo pienso.

- Pero eso no es perdonar- intervengo.

Sara sacude la cabeza negando tristemente.

-Si te sucediese a ti ¿te gustaría saberlo?- le pregunto.

Sara suspira y responde de inmediato:

- Sí- afirma rotunda- creo que el conocimiento es la base de la libre elección y la semilla de las decisiones acertadas. ¿Y tú, querrías saberlo?-

- No lo sé- respondo y experimento una repentina sensación de desazón recorriendo todo mi cuerpo- En parte me gustaría saberlo, pero si no voy a actuar en consecuencia, o no es una de esas relaciones largas que hemos mencionado, me decanto por la ignorancia.-

No quiero decirlo. No quiero oírlo. No quiero saberlo. No quiero que me pase...

Creo que voy a pedir una palmera de chocolate para endulzar un poco este trago amargo...
Me giro hacia la barra y veo movimiento en las mesas cercanas, algunas personas comienzan a levantarse. ¿Qué hora es? Miro al reloj.

Es casi la hora en la que termina el judo. Irene no ha venido...


jueves, 13 de septiembre de 2012

Conociendo a Elena II


Cuarenta y un años bien llevados, la sonrisa fácil y el gesto pausado.

El cabello, castaño claro, cuelga hasta sus hombros en una melena lisa partida por la mitad o domado hacia atrás cuando lo recoge en una desmadejada coleta floja.

Las canas a menudo festonean sus sienes, porque se siente perezosa para acudir a la peluquería con la frecuencia con la que demandan las raíces de su pelo.

Sus ojos son azules tirando a grises: sosegados, dulces, acogedores.

El rostro recuerda al de una Madonna de un pintor barroco: el óvalo redondo, la piel fina y luminosamente clara. Sobre ella en contraste, diríase casi en relieve, una boca de labios rojos y dientes grandes.

Se ríe mucho. A carcajadas. Con la a.
Frecuentemente contagia a las personas de su entorno con el sonido cantarín de su risa y las impulsa a participar de su alborozo.

Mide 1´64 m. De su peso no habla.

Es rotunda de formas. Cadera ancha y pecho generoso, muy femenina.

Normalmente viste cómoda, con mallas y botas altas, jerseys amplios o largos vestidos vaporosos.
Sin embargo hay días en los que se despierta sexy, se sube a unos tacones y se embute en una blusa de escote pronunciado.

Entonces se mira en el espejo y se siente poderosa.

No se resigna a su actual talla, por lo tanto, en su armario conviven en singular armonía las prendas que usa junto con las que, aunque no pierde la esperanza de volver a ponerse, en estos momentos no le es posible.  

Su perfume se compone de notas cítricas que se elevan por encima del olor a suavizante de su ropa.

Nunca se maquilla, por pura pereza.
No obstante, en ocasiones especiales, se regodea sombreando sus párpados con colores metálicos que realzan el color de sus ojos y erotiza sus labios aplicando sobre ellos un sensual y húmedo gloss brillante.

Entonces se mira en el espejo y siente que Cenicienta se ha convertido en princesa.

Sus joyas se reducen a la clásica alianza de boda y a unos pendientes de oro blanco que le regaló su marido el día en que nació su hijo.

Cuando está pensativa o escucha atentamente, apoya el codo izquierdo en cualquier superficie que se encuentre a su alcance, y con esa mano acaricia el lóbulo de su oreja.

Emana de todo su ser una profunda sensación de presencia absoluta y de perfecto enraizamiento.


Ella es Elena...

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Bendita Ignorancia


              “No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”

                                            (José Ortega y Gasset)



¿Llego tarde o es que Elena y Sara han llegado pronto?

Ya han terminado los cafés y, por lo que veo, Elena ha consumido también algo de bollería. Quedan migas delatoras en un plato. ¿Qué le habrá ocurrido esta vez? ¿Qué poderoso motivo le habrá obligado a saltarse la dieta? Yo ya ni pregunto. En fin.

Están hablando de trabajo. Más bien de su ausencia.
Me saludan un tanto distraidamente, como si les costara mirarme, y siguen con la conversación:

- Bueno- cuenta Elena- los masajes no son productos de primera necesidad, y la gente espera a tener una contractura descomunal para venir a visitarme...

Antes repartía las citas con mucha antelación. Cuando terminaba una sesión, el cliente normalmente pedía hora para la siguiente.
Ahora te suelta el temido: “Ya te llamaré”, que significa que, con suerte, volverá cuando antes de cruzar una calle tenga que mover, en vez de solo el cuello, todo el cuerpo de un lado a otro para ver si vienen coches...-

Nos reímos pero asentimos con la cabeza.

Personalmente no creo que mi puesto de trabajo corra peligro a corto o medio plazo, sin embargo estoy preocupada por Ángel.

Este fin de semana ha tenido que asistir a una muy larga reunión laboral. Llegó ayer, cansado. No contó nada.
Esta mañana, antes de irse, ha musitado que tiene que hablar conmigo. Casi lo ha susurrado, como si no quisiera que el niño le oyera. Parecía serio.

Creo que algo no marcha en su empresa, pero no comento nada.

Habla Sara:

- Sí, el tema laboral está mal para todos.
Cuando comencé a escribir, pensaba que Internet iba a ser la salida natural a mi creatividad, que las nuevas tecnologías se aliarían para dar a conocer mi trabajo.

En un principio me resultó incluso sencillo. Me convertí rápidamente en colaboradora habitual en una página web fija, y, aunque el sueldo no era para lanzar cohetes, me encontraba realmente satisfecha conmigo misma, porque estaba convencida de que había subido el primer peldaño, y de que mi avance iba a ser ya imparable. Ocurrió todo lo contrario.

Poco a poco fueron escaseando los encargos, y un buen día, sin previo aviso, la página web con la que colaboraba dejó de existir.
Sin una explicación, sin conocer nunca el motivo, me encontré igual que al principio. O peor, puesto que en lugar del imparable avance que había vaticinado, llegó mi primer gran retroceso.

Decidí, entonces, introducirme en el mundo de los redactores por encargo... ¡vaya jungla!- Sara toma aire y resopla con fuerza- Me he encontrado con situaciones verdaderamente bochornosas: personas que, sin ningún pudor, copian los contenidos de otras y los presentan como propios, gente que decide que cualquiera puede dedicarse a escribir y entregan trabajos repletos de fallos ortográficos garrafales... y no estoy hablando de alguna tilde mal colocada, no. Hablo de haches y uves...

Durante esta andadura, he descubierto además, que hay páginas en Internet en las que registrarse como autor. Ponen en contacto a los redactores con los clientes potenciales quedándose ellos con una parte del dinero que ingresa el autor. Hasta aquí todo correcto.
Existen varias categorías de escritores,dependiendo del talento demostrado en una prueba de redacción inicial. Según la categoría, la tarifa es diferente. Bien.
Lo sorprendente del caso es que los escritos de la categoría inferior, los más baratos, se describen como buenos, y en la explicación se especifica que “contienen algunas faltas de ortografía” ¿Es eso profesional?

Y lo más humillante de todo...- Sara vuelve a respirar hondamente- es cuando ofrecen un euro por un artículo que debe ser lo suficientemente largo, original, bien escrito, a poder ser por un licenciado en Periodismo o similar...¡Un euro!
 
SOY UN ARTISTA. Eso no significa que vaya a trabajar gratis. by l3utterfish
¿Es eso lo que vale mi tiempo, mi esfuerzo y mi dedicación? ¿Plasmar en palabras una historia creada de la nada solo cuesta un euro?- Sara está indignada, nunca la había visto así- Lo malo es que hay personas que aceptan estas condiciones, por lo que es muy posible que los abusos sigan existiendo.

Soy muy consciente de que no es a través de esa jungla por donde cruza mi camino, pero necesito encontrar o inventar otra forma de ganarme la vida con esto. De lo contrario tendré que dejarlo y olvidarme de la escritura para siempre... ya sabéis, Don Dinero manda...- finaliza con una mueca de tristeza.





Tiene razón. Nos acostumbramos rápido a los dos sueldos, a las comodidades, y gastamos en base a lo que ganamos. Si se reducen los ingresos, nuestra vida cambia. Vivimos en base al dinero que tenemos...

Si ahora Ángel se quedara sin trabajo dispondríamos de menos y tendríamos que renunciar a ciertos extras que hacen que mi vida sea más placentera.

Espero que sea un malentendido y que lo que me tiene que contar no tenga nada que ver con esto...

martes, 21 de agosto de 2012

El Ambiguo Poder de la Verdad



                         “Es tan difícil decir la verdad como ocultarla”

                                           (Baltasar Gracián)

Elena está tardando una eternidad. Miro el móvil. No ha contestado a mi mensaje. ¿Lo habrá recibido?
Le he pedido que venga un poco antes porque tengo que hablar con ella. Cojo el móvil para ver qué hora es. Cuando lo vuelvo a colocar en la mesa me percato de que ni tan siquiera he visto el reloj. Vuelvo a mirar. Todavía es pronto, pero mis extremidades empiezan a experimentar el familiar cosquilleo previo a un estado de nerviosismo extremo. ¿Por qué tarda tanto?

Bebo un sorbo de té y me quemo la lengua. En realidad han pasado unos pocos minutos y no ha tenido ocasión para enfriarse.
No ha dado tiempo a nada. Solo a ponerme nerviosa...

Respiro hondo y dirijo mi atención hacia el centro de mis emociones, unos dedos por debajo del ombligo. Vuelvo a respirar. Una vez más... Mejor.

Llega Elena. Con su paso reposado y su sonrisa perpetua. Me saluda alegremente.

-Tengo que contarte algo muy fuerte- le digo de sopetón- Siéntate.

Elena se ríe.

-¿Otra vez?- pregunta con sorna. No me he dado cuenta de que estaba ya sentada.

-El sábado vi al marido de Irene con otra mujer- suelto de tirón, sin preámbulos.

-¿Con otra mujer?- pregunta anonadada- ¿Cómo?-

- Como te estás imaginando en este momento. Muy acaramelados en un bar de Laguardia.-

-¿Qué hacías tú en La Rioja?- pregunta con una expresión de sincera curiosidad en el rostro.

No puedo evitar una sonrisa ante lo cómica que resulta la curiosidad de Elena dentro de la dramática situación. Porque ella no sabe que que ayer estuve todo el día a punto de llamar a Irene y contárselo todo. No sabe que no lo hice por miedo, porque no me atrevía a enfrentarme a su reacción, fuese cual fuese.
Pensé que hablar con Elena rescataría la razón de entre la marejada de mis emociones. Así que contesto:

- Nos fuimos con unos amigos a pasar el día en una bodega. Después de cenar fuimos a tomar unas copas, y allí estaba Ángel, en un bar-

-¿El te vio?- inquiere Elena ya sumergida en la historia.

- No, estaba muy ocupado. De todas formas no creo que me hubiese reconocido. Solo hemos coincidido una vez en una exhibición de judo de los niños, y apenas nos hablamos...-

-¿Estás segura de que era él?- y su gesto va mudando, de sorpresa a preocupación.

-Sí. Soy buena fisonomista- contesto convencida- Además está el detalle de que Irene nos ha contado más de una vez que ha su marido le falta la falange del dedo anular. Al de Laguardia también.-

Elena calla. Creo que está intentando asimilar la información.

-¿Qué hacemos?- le pregunto sintiendo un vacío a la altura del estómago- ¿se lo contamos a Irene?-

Elena continúa callada. Me mira con expresión desvalida y sacude la cabeza suspirando.

- Voy a pedir- anuncia levantándose de la silla y acercándose a la barra.

Me encuentro más tranquila. Las preocupaciones compartidas pesan menos y entre las dos hallaremos una solución. ¿O no?

Elena ha vuelto de la barra con un café con leche y una napolitana de chocolate. La charla que hemos mantenido le ha llenado de angustia e intenta que el chocolate la reconforte. Ahora lo veo.
En este momento se ha percatado de que la he incluido en un conflicto en el que en un principio estaba yo sola. Y ahora tenemos que tomar una decisión. Las dos.
Mi confesión ha actuado como los vasos comunicantes. Mi ansiedad no ha desaparecido como por arte de magia: simplemente se ha trasladado una parte desde mi persona hacia Elena. No creo que sea justo para ella.




 Come en silencio. Concentrada. Creo que bloqueada.

-¿Se lo decimos?- pregunta- Creo que nos va a odiar hagamos lo que hagamos...

Asiento con la cabeza. Es Irene. Creo que nos va a odiar por el simple hecho de saberlo antes que ella...

-No tenemos que tomar la decisión en este momento ¿no?- aventura Elena con expresión de súplica en la mirada.
Me parece que quiere evadirse. Yo la he metido en esto. Tengo que ayudarla a salir.

Me encojo de hombros:

-Podemos consultarlo con la almohada- propongo. Y ella respira aliviada. Ha huido del problema retrasando la solución. Para mí no es un remedio ni mucho menos, pero Elena ha sacado la preocupación de su presente, que es donde vive, para trasladarla a un lugar en el que no habita.

Cambia radicalmente de tema. Como si no hubiese existido la conversación. Me cuenta ahora su fin de semana. No le escucho. Solo pienso en Irene...

Hasta que llega. La ropa adecuada. El pelo alisado. El maquillaje impecable y la sonrisa perfecta.

Tal vez en breve el corazón en ruinas...

domingo, 10 de junio de 2012

Vacaciones





Sara, Elena e Irene se van a tomar unas merecidas vacaciones. Volverán sobre la segunda quincena de Julio con fuerzas renovadas y más ganas de seguir charlando. Os quieren agradecer a tod@s por interesaros por sus ilusiones, sus miedos y sus deseos, que a veces son extrapolables a los de muchas otras personas.
En especial querrían agradecer a tod@s aquell@s que dejan su opinión por escrito, porque son los que, con sus comentarios, mantienen  viva la esencia del Blog...

Muchas gracias y un beso enorme,

La Principiante.

miércoles, 30 de mayo de 2012

El Valor de la Constancia


“Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender”

                                        (Charles Dickens)


- ¿No sigues con la dieta?- pregunta Sara y en su voz intuyo un poso de desilusión.

Sería fácil mentir. Contentarla. Fingir que todo va estupendo y que estoy encantada de la vida. Pero no. No voy a engañar a nadie, y menos a mí misma.


- Sigo, sí, pero sin ilusión...un día sí y dos no- comparto con ellas- Lo intento. Os aseguro que lo intento. Pongo en práctica todos los trucos que planeasteis para mí: Lo tomo como un juego. Pienso en esa recompensa que, espero, tengáis ya preparada- nos reímos mientras asienten con la cabeza- Me bombardeo con afirmaciones positivas. Intento autoconvencerme de que es lo mejor para mí, de que es la base para lograr una vida sana. Pero en vano- Resoplo.

Lanzo una mirada implorante. Espero que me contesten. Espero que alivien esta sensación de fracaso que me corroe por dentro. Porque yo sola no puedo...

-Quizá es que no estás siguiendo la dieta adecuada- aventura Irene con cautela- cuanto más personalizado es un régimen, mayor es su eficacia-

-Claro- secunda Sara- Elige de la comida que puedas comer, la que más te guste. No solo tienes que comer pescado hervido. Hay recetas dietéticas muy apetitosas-

No me entienden. No se trata de la comida. Es una cuestión de actitud. Se lo digo.

- No es eso, conozco todos los regímenes del mundo: los personalizados, los generales, los que están de moda y las dietas milagro...- suspiro- He acudido a nutricionistas y centros para adelgazar. Siempre me pasa lo mismo: Comienzo entusiasmada, no existe en mi vida nada más que la dieta, pero a medida que transcurren los días me impaciento, pierdo fuelle y me invade el desánimo-

Me callo. Me cuesta reconocer que me afecta. Intento seguir con mi vida como si no me importara nada, como si yo estuviera por encima de esas cosas. Sin embargo en el fondo lo considero un pequeño, o no tanto, fracaso.


Irene y Sara esperan. Sigo hablando:

- Es entonces cuando comienzo con los excesos. Al principio son algo puntual, luego pasan a ser más frecuentes y finalmente vuelven a ser parte de mi rutina diaria-

- Si algo estoy aprendiendo de vosotras es que los excesos no son malos en sí- afirma Irene rotunda con una sonrisa radiante- Da igual que sea un grito o un pastel, a veces lo necesitamos. Piensa en cualquier proceso largo que emprendas en la vida como recorrer un camino. No pasa nada por sentarse un rato a descansar, lo que hay que aprender es a levantarse después y seguir caminando.-

Irene enrojece un poco a causa del discurso que acaba de soltar, en el que empieza a creer.

- Sí, sé que tienes razón- le respondo- pero dónde o cómo puedo aprender a tener esa constancia que me ayude a continuar por el camino. En mi caso, cuando me invade el desánimo, abandono todo sin aparentes remordimientos y me embarco en algún otro proyecto que aplaque mi sed de entusiasmo.-

Me está sentando bien compartirlo con ellas. No sé, tengo la impresión de que no me juzgan, ni tan siquiera Irene. Por eso me resulta fácil sincerarme. Recuerdo todos mis proyectos abandonados a la mitad y sigo, esta vez con una sonrisa:

- Cuando empiezo algo, no importa que sea una dieta o un curso, inmersa en mi entusiasmo inicial me procuro todo tipo de material relacionado con la nueva actividad. Me equipo de arriba a abajo aun antes de haber comenzado, sin saber si voy a seguir. Así tengo los armarios llenos de libros de dietas, botes de productos para régimen a medio utilizar, cuadernos casi vírgenes, manualidades sin acabar, cremas anticelulíticas recién empezadas... Barbie kits los llamamos en mi casa- Se ríen- Mi última adquisición es el pack de macrobiótica: un libro, algas, miso orgánico...-

-¿Te has vuelto macrobiótica?- pregunta Sara interesada.

-Lo fui durante cuatro largos días- respondo. Se vuelven a reír.

-Bueno, tú piensa que si un día sientes la irrefrenable necesidad de aplicarte crema anticelulítica a las dos de la mañana, no tienes que buscar una farmacia de guardia, la tienes ya en casa- apostilla Irene en el mismo tono jocoso.

A veces tengo la sensación de que oculto con el humor mis verdaderos sentimientos. Creo que me río de los problemas en vez de padecerlos o afrontarlos. Sé que es bueno desdramatizar, pero tal vez algún día me convenga enfrentarme a pecho descubierto con el dolor. No sé.

Interviene Sara:

- Igual es que no aceptas las emociones negativas. Disfrutas tanto del entusiasmo mientras dura, que cuando comienza a disminuir, corres a buscar algo diferente que te proporcione la misma emoción. Un poco como las personas que son adictas al enamoramiento y pasan de pareja a pareja sin que madure nunca la relación-

Tiene sentido.

- Como te he dicho antes,- continúa Irene- si estás desanimada, es el momento de sentarse. Pero no de dar marcha atrás y regresar al principio. Cuando hayas descansado sigue por el mismo camino. Tienes que utilizar la constancia-

- Eso es- añade Sara- Yo también creo que la solución es integrar el desánimo en tu vida más que huir de él. Comprender que es un estado pasajero, no un fin absoluto. Y, aunque en esos momentos te parezca que todo lo que haces no da resultado, recuerda el cuento de las ranitas

miércoles, 16 de mayo de 2012

La Añoranza del Pasado


“Vengo con mi recuerdo inmutable, tan intacto en su ayer que no encaja en el ahora”

                                                (José Luis Sampedro)


Llega Irene. Acelerada como siempre, pero con una sonrisa dibujada en el rostro. Parece más relajada.
Se sienta y se ríe.

- ¿Qué te pasa?- pregunta Sara sonriendo contagiada por su alegría.

- La verdad es que no tiene ninguna gracia- contesta Irene- pero como me habéis abducido, ahora me tomo las cosas de forma positiva y me río por cualquier cosa- añade irónica.

- Cuando venía hacia aquí un chico me ha llamado señora. En la puerta del cajero le ha dicho a su amigo: “deja que pase la señora”- prosigue- Y no era un niño de diez años, no, tendría unos veinte. ¡Qué mayor me he sentido!-

-Bueno- interviene Sara riendo- piensa que por edad, incluso podrías ser su madre-

- Ya- continúa Irene- Pero es triste pensar que invierto un montón de tiempo y dinero en gimnasio y cremas para que al final, en vez de ser una madurita sexy, sea: ¿una señora? ¡Vaya fracaso!-

Se ríe. Nos reímos las tres, pero creo que en el fondo no le hace ninguna gracia.
Me parece que Irene pretende ganar la batalla al tiempo, y contar derrotas resulta catastrófico para su autoestima.

-¡Pero si estás estupenda!- le animo. De verdad lo pienso- Yo no he tenido ese cuerpo ni con veinte años...-

- No se trata tanto del cuerpo como de la cara- responde con un gesto de resignación- Son las arrugas, las marcas de expresión, la flaccidez... Cuando más consciente soy de ello es cuando reviso antiguas fotos. Envidio esa tez lisa, ese rostro resplandeciente...-

-¡Uy las fotos!- comenta Sara- A mí las fotos antiguas, además de evidenciar los estragos causados por las modas tanto en el pelo como en la ropa,- nos reímos- me llevan directamente al momento en que fueron sacadas. Vuelvo a revivir entonces emociones del pasado, que ya sabéis que es mi paraíso perdido-
Suspira y continúa- Objetivamente soy consciente de que estoy en un momento estupendo de mi vida. Tengo una familia a la que adoro y me estoy empezando a querer y a valorar a mí misma también. Comienzo a lograr un equilibrio entre la mujer que soy y la que quiero llegar a ser... Sin embargo, a veces echo en falta sensaciones que se quedaron en el pasado...-

- Te entiendo- sigue Irene- Yo añoro las ilusiones intactas. Tener toda la vida por delante para cumplirlas antes de que el tiempo, una vez conseguidas, se encargue de devaluarlas- añade casi para si misma-

Estoy convencida de que el día que fuimos a las rocas Irene expulsó algo más que un grito. Se está empezando a sincerar y a soltar lastre. Le va a venir muy bien.

- Yo sobre todo recuerdo las primeras veces. Bueno, más bien los momentos anteriores a todas las primeras veces...- prosigue Sara.
-El día anterior a emprender el primer viaje con alguna amiga. Justo antes de entrar, por vez primera, a clase en la Universidad. El instante previo a acudir a una cita con un chico al que acabas de conocer, prepararse antes de salir de fiesta un sábado. Ese momento en el que eres consciente de que vas a hacer al amor por primera vez...-

Creo que nos ha convenido a las dos. Yo también echo de menos esos momentos. Sara continúa:

- Sin embargo, nada me parece comparable al segundo justo anterior al primer beso. Y no hablo del primer beso en la vida- sonríe con mirada pícara- sino del primer beso con cada chico.

Ese instante en el que el mundo se reduce a una burbuja cerrada habitada por los dos. En el que sientes el vértigo porque sus ojos te atraen como el abismo y te pierdes en su mirada. Ese momento en el que todo tu cuerpo se convierte en pura gelatina y crees que tus piernas no te van a sostener. Acercarse a cámara lenta, la respiración agitada, y una amalgama de alientos cuando las bocas están ya próximas. Una promesa que pasa a ser realidad cuando los labios al fin se juntan y las lenguas pasan a explorar la boca ajena...-



- ¡No sigas por favor!-interrumpe Irene riendo- ¡Me estoy derritiendo! ¡Quiero vivir esa sensación!-

-¡Yo también!- secundo con un puchero- ¡Y la quiero ahora!-

Nos reímos y después callamos. Cada una embebida de sus propios besos.

- Y tú, ¿qué es lo que más echas de menos?- me pregunta Sara rompiendo el silencio.

Reflexiono por un momento y lo tengo claro:

- Sentirme segura ante el espejo- afirmo rotunda- Y creo que no es una cuestión tanto de edad como de actitud. Tú antes has comentado que en tu caso no era una cuestión de cuerpo.- me dirijo a Irene que asiente con la cabeza- En el mío sí: este no es el mejor momento en mi relación con él, y añoro cuando nos llevábamos bien, cuando colaborábamos. No era una top model, pero me sentía atractiva. Y tenía fuerza de voluntad...-

-Pero sigues con la dieta,¿no?- pregunta Irene- ya se te empieza a notar...-

- Bueno- respondo- Unos días más que otros...-

martes, 8 de mayo de 2012

El Grito Liberador


“Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?”
 
                                         (Arturo Graf)




Esto es surrealista. Las tres en pie, en el borde de las rocas. Asomadas al abismo del mar.
Elena y Sara esperando a que grite bien. Pero, ¿cómo se supone que es un grito correcto?

Lo más surrealista de todo es que en medio de esta insensatez, en lo que más pienso es en que esta mañana he madrugado para plancharme el pelo y, con esta humedad, noto cómo está comenzando a ondularse.

Estas dos siguen sin rendirse, ¿qué pretenden de mí? Lo he intentado, pero no es suficiente. Nunca lo es. Debería poder hacerlo mejor.

Pero no quiero preguntar cómo hacerlo. Tengo la impresión de que de esa manera rebajo el valor de lo logrado.
Sin embargo se espera de mí que lo consiga. Y quiero acabar con esto de una vez, así que pregunto:

-¿Cómo tengo que gritar para liberar la rabia?- y esa pregunta me hace sentir inferior.

-Inspira profundamente,- explica Sara con voz queda- e intenta que el aire llegue lo más adentro que puedas. Una respiración abdominal. ¿Sabes hacerlo?-

Asiento con la cabeza. Claro que sé.

-Cuando lo hagas, intenta retener el aire un momento- continúa Elena con voz excitada- Entonces concéntrate en tu rabia, siéntela, recréate en ella y suéltala en forma de grito-

Ya estamos. No me han aclarado nada. Conceptos vagos pero no me han explicado exactamente cómo he de gritar.
Bueno, empezaré por la respiración abdominal. Eso sé hacerlo.

Inhalo lentamente y siento cómo el aire hincha mi abdomen. Lo retengo. Ahora tengo que pensar en mi rabia. De acuerdo.

Reflexiono sobre las veces que salgo tarde de trabajar a causa de la dejadez de otras personas. Por ahí voy bien. La impuntualidad. Sí, eso me enfurece. La gente que cree que su tiempo es más valioso que el mío y me hace perderlo esperando. Las madres indolentes que permiten a sus niños ser maleducados con el resto. Perfecto.
Y lo que más me irrita es no ser capaz de demostrar lo que siento en esos momentos, tener que aguantar mi crispación bajo control porque no considero que sean razones suficientes para enfurecerme públicamente.
Esto funciona. La familiar y molesta sensación a la altura del estómago comienza a crecer. La noto...

Me descubro pensando en Ángel y, sorprendentemente, me encuentro con la ira que me provoca que dé por sentadas ciertas cosas. Que no exprese sus deseos porque se supone que yo debo adivinarlos. Que mis emociones tengan que fluctuar según su estado anímico para no romper el equilibrio, y que ambos asumamos que yo tomo las riendas en todas las ocasiones. Estaba convencida de que era lo que yo quería. Pero no.
Siento rabia.

Pienso en cómo mi madre dispone de mi tiempo. En sus sutiles comentarios que yo interpreto inmediatamente como órdenes.
Siento rabia.

Ahora retrocedo y veo claramente a esa niña dócil a la que enviaron a ballet aunque ella prefería el baloncesto. A la que aconsejaron, por su bien, estudiar secretariado en vez de diseño. A la que animaron a casarse con ese “buen chico”.

Veo a esa niña que me reprocha, llena de rabia, haber permitido que hicieran eso conmigo. Me pregunta con gritos mudos por qué no me he rebelado, por qué he actuado siempre como los demás pretendían que lo hiciera, por qué pretendo que los demás actúen a mi manera...
Esto es recrearse en la rabia. Lo ignoraba.

La sensación de mi interior ha tomado cuerpo hasta convertirse en una bola imposible de contener, e inevitablemente se transforma en grito.
No nace de la boca del estómago. Comienza más abajo, en el vientre, y adquiere una fuerza imparable que impregna de ansias de libertad cada célula de mi ser. Cierro los ojos. Abro la boca y grito. Lloro. Y grito a través de todos los poros de mi piel.

Por la niña que fui. Por la madre, esposa e hija que soy. Grito para liberarlas a todas de la pesada carga de la ira contenida. Esa rabia que, escondida tras la máscara de la compostura, habitaba en mí sin tan siquiera ser consciente.

El grito se alarga, crece en intensidad y finalmente muere tragado por el murmullo de las olas. Me vacío totalmente. Continúo con la boca entreabierta, las lágrimas recorriendo mis mejillas. Tiemblo un poco.

Sigo pensando que la situación es surrealista, porque a pesar de la experiencia que acabo de vivir no puedo dejar de pensar en que voy a llegar a casa con el pelo rizado y el rímel corrido...
Me río. Sara y Elena ríen conmigo. A carcajadas.
Experimento una cálida y desconocida sensación de pertenencia. Estoy tomando parte en algo.

Siempre me he quedado un poco apartada en los actos participativos. Lo observo todo, incluso lo juzgo, pero desde detrás de una invisible barrera.
No sé, supongo que me he colocado una coraza, que es la que quiero mostrar al resto y tengo miedo de quitármela y perder la compostura.

¡Ay madre, que esto es inseguridad! ¡La leche! ¿Yo también? ¿Cuándo ha aflorado en mí esa emoción?

Después de todo tenía razón. Esto ha sido un akelarre  en toda regla..

miércoles, 25 de abril de 2012

La Rabia Contenida


La razón trata de decidir lo que es justo. La ira trata de que sea justo lo que ella ha decidido”

                                                                     (Séneca)


¿A dónde nos dirigimos? Llevamos algo así como veinte minutos circulando por la sinuosa carretera de la costa, y estas dos no sueltan prenda.

Han venido a buscarme con una sonrisa en el rostro, una de esas que provocan miedo...
Me molesta que, a mis espaldas, ideen planes que me afectan directamente.Parece que ellas están convencidas de que lo que vamos a hacer va a ser estupendo para mí. ¡Pues que me lo cuenten, coño, y yo decidiré si lo es! No me gusta la incertidumbre. Odio las sorpresas. Y lo saben...

Elena conduce con mucha calma mientras Sara, a su lado, parlotea sin cesar. Yo miro por la ventanilla.
No estoy enfadada, aunque sí un poco molesta, porque me da rabia que piensen que soy tan accesible que pueden mangonearme a su antojo.
Compongo una pose digna contemplando el paisaje y participo en la conversación con algún comentario casual para no otorgarles el poder de haberme alterado. Estoy tranquila. Simulo estar tranquila.

¡Vaya! Elena aminora la velocidad y aparca el coche en una explanada de hormigón totalmente desierta. Una especie de parking improvisado que en verano, y con buen tiempo, seguro que se encuentra atestado de coches.
Sin embargo hoy hace frío, y una fina llovizna, más bien una niebla húmeda entristece el ambiente.

-¡Ya hemos llegado!- anuncia Elena con una sonrisa triunfal- ¿nerviosa?- me pregunta guasona.

-¡Para nada!- respondo con una sonrisa que espero no resulte forzada y oculte mi turbación- A ver qué me habéis preparado...-

Comenzamos a descender por un sendero serpenteante hollado por cientos de pies en su peregrinaje estival. Personas que con la llegada del verano recorren este camino para disfrutar de un día junto al mar.

Donde termina el camino, como dejadas caer de cualquier manera, se hallan las grises rocas. De diferentes tamaños, algunas musgosas, otras secas. Unas planas y otras puntiagudas. Aquellas golpeadas por la marejada. Todas desiertas...

Presidiéndolo todo el mar, la mar... oscura, profunda, tremendamente viva...

Descendemos lentamente. Primero Elena, después Sara y, finalmente, yo. ¿Qué haremos?
Sara alarga su brazo y me aprieta la mano. ¡Ay madre!, que estas me llevan a practicar algún ritual atávico de comunión con la madre naturaleza o algún despropósito similar...
¡Ya nos estoy viendo intercambiando gotas de nuestra sangre mientras bebemos alguna pócima para enaltecer nuestra femineidad!
Sonrío para mis adentros, pero empieza a invadirme una especie de aprensión. Quiero irme a casa.

La verdad es que el lugar y la escenografía se prestan a alguna especie de rito ancestral de iniciación. Los bordes del camino están plagados de esas flores amarillas que no sé cómo se llaman pero que para mí son el paradigma de la flor silvestre.

El silencio es total y flota en el ambiente una suave neblina que lo multiplica por mil ecos. Pero es el silencio humano lo que falta. No hay ruido de coches, ni de música atronadora, ni tan siquiera el murmullo de una conversación.
A cambio se oye el silbido del viento. De vez en cuando el chillido de alguna gaviota que bate sus alas en solitario. Y más fuerte que nada suena el rugido del mar.


Contemplamos un salvaje coqueteo entre el viento y el océano. El aire incita al gigante marino a revolverse y estallar en oscuras olas de rizada espuma. Crece y retrocede, pero luego avanza implacable, y su presencia lo colma todo. Golpea con fuerza las rocas e invade espacios que, tal vez, no le correspondería ocupar.

Es hermoso. Melancólico y hermoso.



El aire a mi alrededor es húmedo y huele a sal. Paso la lengua por mis labios y constato que es cierto, que el mar salobre se ha instalado en el espacio que habitamos.

De pronto un agudo pinchazo se instala bajo mi pecho. Parece que es la amenaza de un vacío, o la sombra de un recuerdo.

Como en una película veo a una niña de ocho o nueve años en un coche atestado de personas. Está de rodillas en el asiento y saludando al coche que les sigue a través de la luna trasera. Sin silla de seguridad ni cinturón de ningún tipo. El coche huele a tortilla de patata, a filete empanado y a fruta caliente. Todavía puedo sentir la sutil mezcla de aromas.

En la siguiente escena, la niña, rodeada de más niños y desoyendo las inútiles advertencias paternas, corre por un sendero parecido a este. Después se baña entre risas en un mar semejante a este. Más tarde juega a cartas en una roca plana similar a esa.
Mientras, los padres, sentados a la sombra, beben vino caliente con gaseosa sin preocuparse por los controles de alcoholemia y las madres se tuestan al sol embadurnándose con una crema de zanahoria sin protección solar que les deja el cuerpo brillante. Se oyen de fondo carcajadas escandalosas y conversaciones fuera de tono. Fin de la película.

El pinchazo, definitivamente, pasa a ser vacío y amenaza con convertirse en tristeza profunda. No lo consiento. Prefiero lidiar con la rabia que enfrentarme a esa niña que ya no soy yo. Vive en un pasado que ya no tiene cabida en la adulta que habito. Fuera.

Llegamos a las rocas, al borde del mar.

- Bueno- empiezo forzando una sonrisa- ¿me podéis explicar a qué hemos venido aquí?

-¡Hemos venido a gritar!- exclama Sara mientras Elena aplaude entusiasmada.

¿A gritar? Estas dos están colgadas.

-Es una forma genial de liberar tensiones- expone Elena- de soltar esa rabia que decías que tienes dentro.-

-¿Gritando?- pregunto intentando evitar centrarme en que tanto Elena como Sara consideran que necesito liberar la ira. No lo consigo, y siento rabia porque me pesa un poco la tristeza de antes. Fuera. No me lo puedo permitir.

- Sí, empiezo yo- se ofrece Sara.

Mira hacia el mar, y se yergue recta sobre sus piernas. Estira los brazos, abiertas las manos y profiere un escalofriante alarido. Después aplaude y se ríe.

Es sorprendente que, con lo insegura que es Sara, se exponga al ridículo de esta manera.

Elena le sigue. Cierra los ojos y los puños y libera su grito. Se ríen las dos.

Al fin y al cabo antes no estaba tan equivocada. Tiene algo de rito en comunión con la madre naturaleza esta escena...

Me miran. Me toca. Me siento ridícula, pero si me niego va a ser peor. Haré lo que me piden y punto. Luego nos iremos a casa. Estoy harta de todo esto.

Lleno los pulmones de aire y lo suelto con un grito. Me da vergüenza. Pero ya está.

-¿Eso es gritar?- pregunta Elena con una risita burlona- ese grito ha salido de la garganta.

- Para que un grito sea liberador debe nacer, por lo menos, aquí- añade Sara hundiendo un dedo debajo de mi esternón.

- Puedes hacerlo mejor- corean a dúo.

Claro que puedo, pero no sé si quiero.


martes, 17 de abril de 2012

La Empatía: Apreciar los Sentimientos Ajenos



“Si conociésemos a los demás como nos conocemos a nosotros mismos, sus acciones más reprochables nos parecerían dignas de indulgencia”

                                                  (André Maurois)




Irene ha respondido con un cabeceo rápido y enérgico a la pregunta de Elena y, con los labios cerrados, ha emitido un sonido nasal para indicar que sí es feliz. No ha resultado convincente. Y me da igual.

Elena ha ido al baño hace un momento y llevamos un rato intolerablemente largo en silencio. No resulta cómodo. Y me da igual.

Respiro hondo. Irene no tiene derecho a hablarme de esa manera.
Bueno, si es que se estaba dirigiendo a mí. Quizá no. Quizá luchaba contra ella misma.

Vale, pero no es justo que me haga sentir así. No lo es.
 
Aunque, bien mirado, ¿es ella la culpable? No lo sé. Tiene sobre mí el poder que yo le otorgo. Ni más, ni menos.
Soy yo la que permito que me influya su discurso.

Todo eso es cierto, de acuerdo. Sin embargo, lo que es innegable es que Irene sabe lo vulnerable que soy y cómo me afectan las cosas y se aprovecha de ello para resultar la fuerte por comparación. Siempre la comparación.
No sé. Tal vez no es tan innegable. Probablemente, en el fondo, ella sea mucho más insegura que yo y lo único que pretendía con su alegato era huir de su propia fragilidad. Puede que no conozca otra forma de hacerlo que dejar expuesto, de su parte, a alguien que ella considere débil.

Le lanzo una mirada de soslayo. Tiene los ojos bajos y brillantes y la mandíbula apretada.
Señal inequívoca de rabia.
Pienso que esa ira reprimida le viene de su inútil afán por querer controlarlo todo. De su intransigencia hacia su persona y, por extensión, hacia los demás. También creo que esa rabia proviene de una tristeza interna como leí hace poco en un cuento de un libro de Jorge Bucay que me prestó Elena.
No es tan fuerte como aparenta. Y ahí está, tan expuesta... ¡Estúpida empatía y mierda de desarrollo personal! Ahora siento lástima por ella y tengo la necesidad de reconfortarla aunque mi propia rabia me aconseje lo contrario.

Elena vuelve del baño y toma asiento. Se percata de la situación y decide tomar las riendas.

- Si pudierais cambiar algo de vuestro interior, ¿qué sería?- Pregunta con toda la intención del mundo.

-Yo seguramente el miedo- contesto aliviada de romper el silencio- Frecuentemente me siento bloqueada por las preocupaciones, el temor al fracaso, a lo desconocido. El miedo al futuro al fin y al cabo. Vuelvo entonces la vista a mi pasado, al que para mí, es el refugio seguro. Por lo que me impido avanzar con seguridad y valentía.- No había reflexionado sobre este tema, pero en el momento en que termino de decirlo, descubro que tiene mucho sentido.

-Yo por supuesto, la inconstancia- toma el relevo Elena- Con lo entusiasmada que comienzo siempre todos los proyectos... No importa que se trate de una dieta, un curso o incluso un proyecto personal o profesional. ¡Qué poco me suele durar el fervor inicial!
No sé si es falta de constancia o de paciencia, pero de grandes hazañas abandonadas está mi currículum personal lleno...- se ríe. Nos reímos. Las tres.

¡Qué fácil es liberar tensiones con el humor de Elena cerca!


- Yo me libraría de la rabia que siento a veces cuando las cosas no son como deberían de ser- suelta Irene de improviso. Me sorprende porque es justo lo que yo estaba pensando- Creo que es bastante nociva para todos- añade bajando la voz.

No sé porqué, pero me tomo esa declaración como una disculpa. Le sonrío.

- La ira contenida puede ser la consecuencia de callar algo que necesitamos decir. O puede provenir de un desasosiego interior que nos empuja a no aceptar la realidad como es. La rabia se retroalimenta. Cuanto más tienes, más creas.
Igual es bueno saber qué es lo que produce la ira. Analizar si el motivo es real o solo es el reflejo de un pensamiento distorsionado- Aventuro.

- No me apetece hablar de ello en estos momentos- responde Irene dando por zanjado el tema.

Elena y yo asentimos suavemente con la cabeza. No tenemos ninguna prisa.

Elena sonríe enigmáticamente.

- ¿Tenéis algo que hacer el sábado por la mañana?- pregunta con gesto pícaro.

Irene y yo negamos. ¿Qué estará tramando?

- Entonces dejad los niños con sus padres. Nos vamos de excursión...

miércoles, 11 de abril de 2012

Los Sueños y La Realidad: El Camino


“Vivir es decidir constantemente lo que vamos a ser”
 
                    (José Ortega y Gasset)





Hoy Irene no tiene buen día. Se le nota.

Desde que vino de Roma estaba exultante: feliz y comunicativa. Hoy por el contrario se muestra irritable. Nada más llegar se ha quejado de su horario, de su hijo, su marido y del cortado que le han puesto.
Creo que, antes de venir, algo le ha hecho enfadar y está soltando su ira contenida en pequeñas y desagradables dosis.

-¿Os imaginabais hace quince años que vuestra vida iba a ser así?- pregunta Sara de sopetón tras un tenso silencio. Creo que intenta evitar que Irene siga quejándose.

-Bueno- respondo intentando seguir con la conversación- Yo nunca me he preocupado demasiado por el futuro. Lo cual no significa que no me haya ocupado de él.
Vivo el momento en plenitud y, supongo que haciéndolo, voy sembrando la semilla para que crezca fuerte la planta del porvenir- Siento que lo que acabo de decir ha sonado hortera y pretencioso, pero es lo que pienso...

-Cuando tenía veinticinco años no podía, o no quería, imaginar mi vida adulta. No me convertiría en una señora de cuarenta años, y por supuesto: ¡No me he convertido!- Nos reímos

- Soy una mujer que tiene esos años y piensa y disfruta independientemente de su edad, solo de sus circunstancias.
Un ejemplo: Ahora no alterno como solía hacerlo, es evidente. No es porque no quiera o porque tenga cuarenta años y crea que no debo. Simplemente he aceptado que mi hijo entró a habitar mi vida y ni me planteo si me apetece salir más. Si puedo lo hago, y sino me siento encantada de disfrutar en casa con mi familia.

No sé si con veinte años quería esto para mí. De lo que estoy convencida es de que entonces vivía como me pedía el cuerpo y ahora también vivo como me lo pide.
Creo que estoy donde quiero estar en cada momento.- Nada más terminar de decir estas palabras soy consciente de lo satisfecha que estoy por cómo he actuado hasta ahora y siento la necesidad de añadir algo más.

-Aprendo de mis errores, por supuesto. Pero también aprendo, y mucho, de mis aciertos.-

Irene y Sara me miran en silencio.

-Pues yo creo que estoy en el mismo punto que hace quince años- comienza Sara tras una breve pausa. -Cuando tenía veinticinco años, mi sueño era poder dedicarme a escribir, y me veía a los cuarenta habiéndolo logrado.

Supongo que entonces carecía de los recursos de que dispongo ahora, y, como soy tan influenciable, comencé a recibir equivocadamente todas las señales del exterior. Me volví demasiado receptiva a los condicionamientos externos, y empecé a cambiar de fuera hacia adentro. Gran error por mi parte.

Desoí mi intuición, que me susurraba que estaba tomando el camino incorrecto. Abandoné mis ilusiones más íntimas para correr en busca de un sueño más global: tenía que formar una familia estándar, con una casa, un coche (o dos), un trabajo fijo... Me parecía que logrando la estabilidad encontraría la armonía. Incluso mi yo interior calló su queja porque acabó sucumbiendo a tanta influencia externa.- Se calla un momento. Se ríe- Poco tiempo después sufrí una profunda crisis, claro... La crisis de los cuarenta se me presentó un poco antes de tiempo y vestida de insatisfacción personal. Estaba segura de que lo que había logrado no era lo que iba a hacerme feliz. Procuré despojarme de todas las capas de ideas preconcebidas que me había colocado a modo de coraza y logré llegar hasta mi yo interior, el abandonado.

Buceando por el interior de mi ser, encontré a la mujer que había perdido por el camino, y la reconocí evolucionada en su forma natural.
Entendí que mi familia no es estándar, y por eso es mi familia- sonríe- y, finalmente, en lo más profundo, encontré intacto el sueño de mis veinticinco años.
En este momento estoy cambiando desde dentro hacia afuera. Es más complicado, pero considero que el cambio es más... profundo. De hecho ya ha comenzado y estoy utilizando, aunque no como realmente quisiera, la escritura como forma de ganarme la vida.- suspira.

Esto que ha contado Sara me recuerda a un cuento de Jorge Bucay que leí hace poco.

- En fin, que he recorrido un largo camino para acabar, con cuarenta años, en el mismo lugar del principio. Con mi porvenir aún por labrar, pero mucho más vieja...-

- Y más sabia- le rectifico.

Nos reímos las tres.
Sara y yo miramos a Irene. Durante esta conversación ha estado sorprendentemente callada. Sin embargo, en este momento creo que se ve obligada a narrar también su propia historia.

-Yo estoy exactamente donde me imaginé hace veinte años. Desde siempre soñé con llegar a estar como estoy: mi familia, mi casa, mis coches, mis caprichos... Nadie me ha regalado nada- añade con gesto serio- Todo lo que tengo lo he logrado por mis propios méritos, y me enorgullezco de ello.
No soy una persona que se deje influenciar, ni pierdo el tiempo y la energía.
Para mí, eso son excusas, porque si quiero algo voy a por ello. Eso es lo que yo considero un éxito, tener la fuerza de voluntad suficiente para lograr que mis sueños se hagan realidad- termina mirando a Sara.

Sara evita esa mirada volviendo la vista hacia su taza. Remueve la infusión con la cucharilla intentando disimular su intensa turbación. No lo consigue.

Me parece que Irene no pretendía menospreciar a Sara. Ella cree en las verdades absolutas y en la reglas generales y, supongo que intentaba mostrar su satisfacción al lograr sus objetivos siguiendo esas pautas. Creo que lo que en realidad intentaba era transmitir esa idea, solo que esa rabia que ha ido asomando en destellos durante toda la tarde, se ha sentido tentada por la profunda vulnerabilidad de Sara.

Irene no es consciente de que no todo el mundo tiene su temple. Pero yo sí. Y no me puedo reprimir.

- Y tú, ¿has logrado ser feliz a los cuarenta cumpliendo los sueños que tenías a los veinte?- le pregunto desafiante.

Irene se calla y se inclina, casi imperceptiblemente, hacia atrás, como si hubiera recibido un puñetazo metafísico.

Igual me he pasado...

miércoles, 4 de abril de 2012

La Roma de Irene


No viajamos por viajar, sino por haber viajado”

                           (Alphonse Karr)



-¡Ya viene Irene!- exclama Elena señalando la puerta por donde entra ella con su revuelo de ropa, tacones y bolsas de siempre- A ver qué nos cuenta de su viaje...-

Irene se acerca pletórica. Después de los saludos de rigor, se sienta y, con una sonrisa enorme, nos tiende sendos paquetitos. ¡Nos ha traído un regalo de Roma!

Los abrimos rápidamente, con la emergencia de la sorpresa y la alegría del agradecimiento.
Son dos pequeños calendarios con fotos de los lugares más emblemáticos de la ciudad. En la parte de atrás sobresale un imán para poder colocar el calendario pegado a la nevera. Práctico y bonito. Típico de Irene.

-¿Qué tal el viaje? ¡Cuenta, cuenta!- le avasallamos sin darle apenas tiempo para respirar.

-Llegamos ayer, ya de noche y agotados. Sin embargo, la vida no se detiene, y había que poner lavadoras, preparar comidas, ir a casa de mi madre a por el niño...- resopla- ¡En fin, que después de cinco días sin parar, casi no he tenido tiempo de descansar.

No obstante, la ciudad me ha vuelto a encantar. Había cosas que estaban exactamente igual que las recordaba. Otras, por el contrario, contradecían mis recuerdos... Ya sabéis lo subjetiva que puede llegar a veces a ser la memoria.

Hemos visitado una cantidad asombrosa de lugares y esta vez, siguiendo vuestro consejo, me he documentado antes. No para saber qué quiero ver, sino para saber qué estoy viendo. ¡Yo lo quiero ver todo!- se ríe.
-He sacado una cantidad casi indecente de fotografías. Me parece que voy a hacer un álbum digital con ellas. Creo que es una forma práctica de revivir el viaje cuando quiera- Irene se muestra entusiasmada.

- El viaje estuvo muy bien organizado desde el principio. Puntualidad y eficacia. No tuvimos ningún problema.
El hotel era tirando a regular. Más bien viejo pero estaba en buena zona. La comida no estaba mal pero, contando con que estábamos en Roma, tampoco era nada del otro mundo.
Habíamos contratado pensión completa, por lo tanto al mediodía nos acercaban a comer a algún restaurante cercano del lugar que estuviésemos visitando. Las cenas las disfrutábamos en el mismo hotel. Salvo una noche que nos llevaron a cenar al trastevere.

Creo que hemos hecho todo lo que hay que hacer en Roma- prosigue con un suspiro satisfecho- con la ventaja de que, al ir con todo organizado, hemos soportado muy pocas colas... Nos hemos sumergido en la Roma imperial y también en la renacentista, de la mano de nuestra guía.

La guía era una chica española que vive allí y sabe un montón sobre la historia de la ciudad. Nos explicaba todo en forma de cuento, como si fuéramos los protagonistas de una película. Era increíble el entusiasmo con que realizaba su trabajo. A eso le llamo yo una profesional...
Ella nos acompañaba por las mañanas, y por las tardes éramos libres para hacer lo que quisiéramos.

He tomado en cuenta vuestros consejos- añade- Hemos paseado por las orillas del Tíber. Tomamos un helado en una de las famosas heladerías de la Fontana de Trevi. Escuchamos el concierto de un coro en una iglesia. El recuerdo del Ave María de Schubert todavía me estremece...



Me acordé de ti, Sara y escalamos,- se ríe- porque aquello era escalar..., la Cúpula del Vaticano. Cenamos una noche en el trastevere... Es cierto que no elegimos nosotros el restaurante, sin embargo la trattoria a la que nos llevaron era estupenda, muy típica y la comida... lo mejor que he probado en todo el viaje. Definitivamente deliciosa.
Bebimos vino Lambrusco y después licores cortesía de la casa. A la hora de los cafés la gente comenzó a cantar, y alguno se animó también con el baile. Yo incluida- Irene hace una pausa dramática para comprobar el efecto sorpresa causado por sus palabras y continúa.

-Aquella noche, yo hubiera seguido de fiesta, pero nadie me secundó. Todo el mundo estaba demasiado cansado- termina con un cómico gesto de decepción.

Eso sí, teníais razón con los precios. ¡Todavía estoy impresionada por lo que nos cobraron por unos capuchinos en una terraza de la Piazza Navona!


En el grupo hubo buen ambiente. Casi todos eran estupendos. También había, por supuesto, alguna persona de esas que hay en todos los sitios y que se piensan que son el ombligo del mundo. De esos que tienen a veinte personas esperando porque se tienen que secar el pelo por las mañanas y no pueden levantarse antes de la cama...
La mayoría de los integrantes del grupo éramos gente de nuestra edad o mayores. Congeniamos con otras dos parejas, y por las tardes nos movíamos juntos.

Varias tardes fuimos de compras...¡Qué maravilla, las compras en Roma!
Un día recorrimos Vía Condotti. ¿Habéis estado?
Recibe el nombre porque por esa calle pasaban los conductos que abastecían de agua las termas de Agrippa. Hoy en día está plagada de tiendas de lujo. Todos los diseñadores imaginables: Prada, Versace, Gucci, Armani, Valentino... joyerías de muy alto nivel y firmas míticas. Todas reunidas en unos pocos metros. Un paraíso para las compras y el infierno para los bolsillos vacíos...

Me permití un pequeño lujo- cuenta bajando la voz y acercando la cabeza con aire conspirador.
-Entré en varias de esas tiendas por el simple placer de recorrerlas. Para mí es otra forma de arte- añade sonriendo irónica- Cuando entré en la joyería Bulgari no pude resistirme a comprar un colgante.-

Se retira el pañuelo para mostrar un pequeño brillante colgando de una fina cadena. Precioso. Elegante y femenino.

-Creo que era el más pequeño que tenían en la tienda- termina riéndose.

Acaricia la joya, como intentando retener entre los dedos las íntimas sensaciones placenteras que poco a poco se van diluyendo en el pasado.