miércoles, 30 de mayo de 2012

El Valor de la Constancia


“Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender”

                                        (Charles Dickens)


- ¿No sigues con la dieta?- pregunta Sara y en su voz intuyo un poso de desilusión.

Sería fácil mentir. Contentarla. Fingir que todo va estupendo y que estoy encantada de la vida. Pero no. No voy a engañar a nadie, y menos a mí misma.


- Sigo, sí, pero sin ilusión...un día sí y dos no- comparto con ellas- Lo intento. Os aseguro que lo intento. Pongo en práctica todos los trucos que planeasteis para mí: Lo tomo como un juego. Pienso en esa recompensa que, espero, tengáis ya preparada- nos reímos mientras asienten con la cabeza- Me bombardeo con afirmaciones positivas. Intento autoconvencerme de que es lo mejor para mí, de que es la base para lograr una vida sana. Pero en vano- Resoplo.

Lanzo una mirada implorante. Espero que me contesten. Espero que alivien esta sensación de fracaso que me corroe por dentro. Porque yo sola no puedo...

-Quizá es que no estás siguiendo la dieta adecuada- aventura Irene con cautela- cuanto más personalizado es un régimen, mayor es su eficacia-

-Claro- secunda Sara- Elige de la comida que puedas comer, la que más te guste. No solo tienes que comer pescado hervido. Hay recetas dietéticas muy apetitosas-

No me entienden. No se trata de la comida. Es una cuestión de actitud. Se lo digo.

- No es eso, conozco todos los regímenes del mundo: los personalizados, los generales, los que están de moda y las dietas milagro...- suspiro- He acudido a nutricionistas y centros para adelgazar. Siempre me pasa lo mismo: Comienzo entusiasmada, no existe en mi vida nada más que la dieta, pero a medida que transcurren los días me impaciento, pierdo fuelle y me invade el desánimo-

Me callo. Me cuesta reconocer que me afecta. Intento seguir con mi vida como si no me importara nada, como si yo estuviera por encima de esas cosas. Sin embargo en el fondo lo considero un pequeño, o no tanto, fracaso.


Irene y Sara esperan. Sigo hablando:

- Es entonces cuando comienzo con los excesos. Al principio son algo puntual, luego pasan a ser más frecuentes y finalmente vuelven a ser parte de mi rutina diaria-

- Si algo estoy aprendiendo de vosotras es que los excesos no son malos en sí- afirma Irene rotunda con una sonrisa radiante- Da igual que sea un grito o un pastel, a veces lo necesitamos. Piensa en cualquier proceso largo que emprendas en la vida como recorrer un camino. No pasa nada por sentarse un rato a descansar, lo que hay que aprender es a levantarse después y seguir caminando.-

Irene enrojece un poco a causa del discurso que acaba de soltar, en el que empieza a creer.

- Sí, sé que tienes razón- le respondo- pero dónde o cómo puedo aprender a tener esa constancia que me ayude a continuar por el camino. En mi caso, cuando me invade el desánimo, abandono todo sin aparentes remordimientos y me embarco en algún otro proyecto que aplaque mi sed de entusiasmo.-

Me está sentando bien compartirlo con ellas. No sé, tengo la impresión de que no me juzgan, ni tan siquiera Irene. Por eso me resulta fácil sincerarme. Recuerdo todos mis proyectos abandonados a la mitad y sigo, esta vez con una sonrisa:

- Cuando empiezo algo, no importa que sea una dieta o un curso, inmersa en mi entusiasmo inicial me procuro todo tipo de material relacionado con la nueva actividad. Me equipo de arriba a abajo aun antes de haber comenzado, sin saber si voy a seguir. Así tengo los armarios llenos de libros de dietas, botes de productos para régimen a medio utilizar, cuadernos casi vírgenes, manualidades sin acabar, cremas anticelulíticas recién empezadas... Barbie kits los llamamos en mi casa- Se ríen- Mi última adquisición es el pack de macrobiótica: un libro, algas, miso orgánico...-

-¿Te has vuelto macrobiótica?- pregunta Sara interesada.

-Lo fui durante cuatro largos días- respondo. Se vuelven a reír.

-Bueno, tú piensa que si un día sientes la irrefrenable necesidad de aplicarte crema anticelulítica a las dos de la mañana, no tienes que buscar una farmacia de guardia, la tienes ya en casa- apostilla Irene en el mismo tono jocoso.

A veces tengo la sensación de que oculto con el humor mis verdaderos sentimientos. Creo que me río de los problemas en vez de padecerlos o afrontarlos. Sé que es bueno desdramatizar, pero tal vez algún día me convenga enfrentarme a pecho descubierto con el dolor. No sé.

Interviene Sara:

- Igual es que no aceptas las emociones negativas. Disfrutas tanto del entusiasmo mientras dura, que cuando comienza a disminuir, corres a buscar algo diferente que te proporcione la misma emoción. Un poco como las personas que son adictas al enamoramiento y pasan de pareja a pareja sin que madure nunca la relación-

Tiene sentido.

- Como te he dicho antes,- continúa Irene- si estás desanimada, es el momento de sentarse. Pero no de dar marcha atrás y regresar al principio. Cuando hayas descansado sigue por el mismo camino. Tienes que utilizar la constancia-

- Eso es- añade Sara- Yo también creo que la solución es integrar el desánimo en tu vida más que huir de él. Comprender que es un estado pasajero, no un fin absoluto. Y, aunque en esos momentos te parezca que todo lo que haces no da resultado, recuerda el cuento de las ranitas

miércoles, 16 de mayo de 2012

La Añoranza del Pasado


“Vengo con mi recuerdo inmutable, tan intacto en su ayer que no encaja en el ahora”

                                                (José Luis Sampedro)


Llega Irene. Acelerada como siempre, pero con una sonrisa dibujada en el rostro. Parece más relajada.
Se sienta y se ríe.

- ¿Qué te pasa?- pregunta Sara sonriendo contagiada por su alegría.

- La verdad es que no tiene ninguna gracia- contesta Irene- pero como me habéis abducido, ahora me tomo las cosas de forma positiva y me río por cualquier cosa- añade irónica.

- Cuando venía hacia aquí un chico me ha llamado señora. En la puerta del cajero le ha dicho a su amigo: “deja que pase la señora”- prosigue- Y no era un niño de diez años, no, tendría unos veinte. ¡Qué mayor me he sentido!-

-Bueno- interviene Sara riendo- piensa que por edad, incluso podrías ser su madre-

- Ya- continúa Irene- Pero es triste pensar que invierto un montón de tiempo y dinero en gimnasio y cremas para que al final, en vez de ser una madurita sexy, sea: ¿una señora? ¡Vaya fracaso!-

Se ríe. Nos reímos las tres, pero creo que en el fondo no le hace ninguna gracia.
Me parece que Irene pretende ganar la batalla al tiempo, y contar derrotas resulta catastrófico para su autoestima.

-¡Pero si estás estupenda!- le animo. De verdad lo pienso- Yo no he tenido ese cuerpo ni con veinte años...-

- No se trata tanto del cuerpo como de la cara- responde con un gesto de resignación- Son las arrugas, las marcas de expresión, la flaccidez... Cuando más consciente soy de ello es cuando reviso antiguas fotos. Envidio esa tez lisa, ese rostro resplandeciente...-

-¡Uy las fotos!- comenta Sara- A mí las fotos antiguas, además de evidenciar los estragos causados por las modas tanto en el pelo como en la ropa,- nos reímos- me llevan directamente al momento en que fueron sacadas. Vuelvo a revivir entonces emociones del pasado, que ya sabéis que es mi paraíso perdido-
Suspira y continúa- Objetivamente soy consciente de que estoy en un momento estupendo de mi vida. Tengo una familia a la que adoro y me estoy empezando a querer y a valorar a mí misma también. Comienzo a lograr un equilibrio entre la mujer que soy y la que quiero llegar a ser... Sin embargo, a veces echo en falta sensaciones que se quedaron en el pasado...-

- Te entiendo- sigue Irene- Yo añoro las ilusiones intactas. Tener toda la vida por delante para cumplirlas antes de que el tiempo, una vez conseguidas, se encargue de devaluarlas- añade casi para si misma-

Estoy convencida de que el día que fuimos a las rocas Irene expulsó algo más que un grito. Se está empezando a sincerar y a soltar lastre. Le va a venir muy bien.

- Yo sobre todo recuerdo las primeras veces. Bueno, más bien los momentos anteriores a todas las primeras veces...- prosigue Sara.
-El día anterior a emprender el primer viaje con alguna amiga. Justo antes de entrar, por vez primera, a clase en la Universidad. El instante previo a acudir a una cita con un chico al que acabas de conocer, prepararse antes de salir de fiesta un sábado. Ese momento en el que eres consciente de que vas a hacer al amor por primera vez...-

Creo que nos ha convenido a las dos. Yo también echo de menos esos momentos. Sara continúa:

- Sin embargo, nada me parece comparable al segundo justo anterior al primer beso. Y no hablo del primer beso en la vida- sonríe con mirada pícara- sino del primer beso con cada chico.

Ese instante en el que el mundo se reduce a una burbuja cerrada habitada por los dos. En el que sientes el vértigo porque sus ojos te atraen como el abismo y te pierdes en su mirada. Ese momento en el que todo tu cuerpo se convierte en pura gelatina y crees que tus piernas no te van a sostener. Acercarse a cámara lenta, la respiración agitada, y una amalgama de alientos cuando las bocas están ya próximas. Una promesa que pasa a ser realidad cuando los labios al fin se juntan y las lenguas pasan a explorar la boca ajena...-



- ¡No sigas por favor!-interrumpe Irene riendo- ¡Me estoy derritiendo! ¡Quiero vivir esa sensación!-

-¡Yo también!- secundo con un puchero- ¡Y la quiero ahora!-

Nos reímos y después callamos. Cada una embebida de sus propios besos.

- Y tú, ¿qué es lo que más echas de menos?- me pregunta Sara rompiendo el silencio.

Reflexiono por un momento y lo tengo claro:

- Sentirme segura ante el espejo- afirmo rotunda- Y creo que no es una cuestión tanto de edad como de actitud. Tú antes has comentado que en tu caso no era una cuestión de cuerpo.- me dirijo a Irene que asiente con la cabeza- En el mío sí: este no es el mejor momento en mi relación con él, y añoro cuando nos llevábamos bien, cuando colaborábamos. No era una top model, pero me sentía atractiva. Y tenía fuerza de voluntad...-

-Pero sigues con la dieta,¿no?- pregunta Irene- ya se te empieza a notar...-

- Bueno- respondo- Unos días más que otros...-

martes, 8 de mayo de 2012

El Grito Liberador


“Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?”
 
                                         (Arturo Graf)




Esto es surrealista. Las tres en pie, en el borde de las rocas. Asomadas al abismo del mar.
Elena y Sara esperando a que grite bien. Pero, ¿cómo se supone que es un grito correcto?

Lo más surrealista de todo es que en medio de esta insensatez, en lo que más pienso es en que esta mañana he madrugado para plancharme el pelo y, con esta humedad, noto cómo está comenzando a ondularse.

Estas dos siguen sin rendirse, ¿qué pretenden de mí? Lo he intentado, pero no es suficiente. Nunca lo es. Debería poder hacerlo mejor.

Pero no quiero preguntar cómo hacerlo. Tengo la impresión de que de esa manera rebajo el valor de lo logrado.
Sin embargo se espera de mí que lo consiga. Y quiero acabar con esto de una vez, así que pregunto:

-¿Cómo tengo que gritar para liberar la rabia?- y esa pregunta me hace sentir inferior.

-Inspira profundamente,- explica Sara con voz queda- e intenta que el aire llegue lo más adentro que puedas. Una respiración abdominal. ¿Sabes hacerlo?-

Asiento con la cabeza. Claro que sé.

-Cuando lo hagas, intenta retener el aire un momento- continúa Elena con voz excitada- Entonces concéntrate en tu rabia, siéntela, recréate en ella y suéltala en forma de grito-

Ya estamos. No me han aclarado nada. Conceptos vagos pero no me han explicado exactamente cómo he de gritar.
Bueno, empezaré por la respiración abdominal. Eso sé hacerlo.

Inhalo lentamente y siento cómo el aire hincha mi abdomen. Lo retengo. Ahora tengo que pensar en mi rabia. De acuerdo.

Reflexiono sobre las veces que salgo tarde de trabajar a causa de la dejadez de otras personas. Por ahí voy bien. La impuntualidad. Sí, eso me enfurece. La gente que cree que su tiempo es más valioso que el mío y me hace perderlo esperando. Las madres indolentes que permiten a sus niños ser maleducados con el resto. Perfecto.
Y lo que más me irrita es no ser capaz de demostrar lo que siento en esos momentos, tener que aguantar mi crispación bajo control porque no considero que sean razones suficientes para enfurecerme públicamente.
Esto funciona. La familiar y molesta sensación a la altura del estómago comienza a crecer. La noto...

Me descubro pensando en Ángel y, sorprendentemente, me encuentro con la ira que me provoca que dé por sentadas ciertas cosas. Que no exprese sus deseos porque se supone que yo debo adivinarlos. Que mis emociones tengan que fluctuar según su estado anímico para no romper el equilibrio, y que ambos asumamos que yo tomo las riendas en todas las ocasiones. Estaba convencida de que era lo que yo quería. Pero no.
Siento rabia.

Pienso en cómo mi madre dispone de mi tiempo. En sus sutiles comentarios que yo interpreto inmediatamente como órdenes.
Siento rabia.

Ahora retrocedo y veo claramente a esa niña dócil a la que enviaron a ballet aunque ella prefería el baloncesto. A la que aconsejaron, por su bien, estudiar secretariado en vez de diseño. A la que animaron a casarse con ese “buen chico”.

Veo a esa niña que me reprocha, llena de rabia, haber permitido que hicieran eso conmigo. Me pregunta con gritos mudos por qué no me he rebelado, por qué he actuado siempre como los demás pretendían que lo hiciera, por qué pretendo que los demás actúen a mi manera...
Esto es recrearse en la rabia. Lo ignoraba.

La sensación de mi interior ha tomado cuerpo hasta convertirse en una bola imposible de contener, e inevitablemente se transforma en grito.
No nace de la boca del estómago. Comienza más abajo, en el vientre, y adquiere una fuerza imparable que impregna de ansias de libertad cada célula de mi ser. Cierro los ojos. Abro la boca y grito. Lloro. Y grito a través de todos los poros de mi piel.

Por la niña que fui. Por la madre, esposa e hija que soy. Grito para liberarlas a todas de la pesada carga de la ira contenida. Esa rabia que, escondida tras la máscara de la compostura, habitaba en mí sin tan siquiera ser consciente.

El grito se alarga, crece en intensidad y finalmente muere tragado por el murmullo de las olas. Me vacío totalmente. Continúo con la boca entreabierta, las lágrimas recorriendo mis mejillas. Tiemblo un poco.

Sigo pensando que la situación es surrealista, porque a pesar de la experiencia que acabo de vivir no puedo dejar de pensar en que voy a llegar a casa con el pelo rizado y el rímel corrido...
Me río. Sara y Elena ríen conmigo. A carcajadas.
Experimento una cálida y desconocida sensación de pertenencia. Estoy tomando parte en algo.

Siempre me he quedado un poco apartada en los actos participativos. Lo observo todo, incluso lo juzgo, pero desde detrás de una invisible barrera.
No sé, supongo que me he colocado una coraza, que es la que quiero mostrar al resto y tengo miedo de quitármela y perder la compostura.

¡Ay madre, que esto es inseguridad! ¡La leche! ¿Yo también? ¿Cuándo ha aflorado en mí esa emoción?

Después de todo tenía razón. Esto ha sido un akelarre  en toda regla..