domingo, 28 de octubre de 2012

De Pronto, un Imprevisto


     “Planee su día, pero deje siempre un espacio para cualquier imprevisto, consciente de que no todo depende de usted”

                              (Instituto Francés de la Ansiedad y el Estrés)



Ahí está Elena. A ver qué opina ella de todo esto que no me permite pensar en otra cosa.

Tomo asiento y le lanzo una mirada interrogante. No parece darse por aludida.

-¿No has leído el mail que nos ha enviado Irene?- le pregunto.

- La verdad es que hoy no he tenido ocasión de abrir el correo- responde con tranquilidad- ¿nos ha mandado un e-mail?-

Es cierto. Elena tiene un móvil de los antiguos. Cada día reitera su determinación de agenciarse uno con Internet, pero siempre acaba por posponerlo... hasta hoy.

Saco mi teléfono del interior del bolso. Correo. Entrada... aquí está. Lo abro y le alcanzo el móvil a Elena.

Me acerco a la barra y, mientras, voy reproduciendo en mi cabeza el contenido del mensaje de Irene.
Lo he leído varias veces, por lo tanto intento sincronizar el texto de mis recuerdos con el que va entrando de los ojos de Elena directo hacia su mente para interiorizarlo al mismo tiempo.

Hola chicas,

Es muy difícil para mí escribir este mail. No obstante pienso que es la mejor manera de contaros mi nueva situación. Espero que vosotras también lo creáis así o, por lo menos, sepáis comprenderme.

Después de un tiempo sopesándolo, Ángel y yo hemos resuelto separarnos.

Aunque os sorprenda, ha sido una decisión meditada, consensuada y civilizada.
Ambos creemos que es absurdo tratar de arreglar algo que no está roto, pero sin embargo ya no nos sirve. Así que hemos decidido dejarlo a tiempo, antes de que todo se deteriore.

Queremos hacerlo de forma que resulte lo menos traumática posible para Iñigo.

Ángel se marchó de casa hace dos días, pero el niño no lo sabe porque está desde hace tres con mis padres, con la excusa de que vamos a pintar su habitación.
Pensamos que debemos ponernos de acuerdo sobre cómo contárselo antes de hacerlo. Después de todo tiene siete años, suficientes para entender, pero no tanto para afrontar con madurez. Por lo tanto hemos decidido acudir a un psicólogo, para que nos ayude a encararlo.

He pedido permiso en la oficina y durante una semana he aparcado mi vida: el trabajo, el niño, vosotras, el spinning... y me he metido de lleno en un trajín de papeleos, abogados y psicólogos.

Supongo que comprenderéis que de momento no me apetece hablar más del tema. He dado ya demasiadas explicaciones y ya está todo dicho.

No os preocupéis por mí. Me encuentro bien, tranquila y volveré pronto.

Os llamaré en cuanto esté de nuevo operativa.

Un beso,

Irene.

Elena ya ha terminado, lo demuestra su expresión de incredulidad. Coloca con cuidado el móvil sobre la mesa.

 
 
 
-¡Qué mal!- expone como todo comentario, y esa escueta valoración me conmueve. Porque yo también estoy mal. Porque me siento absurdamente culpable. Parece que al descubrir lo que pasaba abrí desde la distancia una caja de Pandora  en la que no queda ni tan siquiera la Esperanza.
Porque esto no debería haber ocurrido. Todavía no habíamos decidido qué hacer con lo que sabemos y ya no importa... o sí importa y seguimos sin decidirnos.

- Yo también me siento fatal- corroboro- parece como si le hubiera fallado, no sé... Sin embargo el tono del mail de Irene es bastante neutro, parece que está bien, ¿no crees?-

-No lo sé- responde Elena- ¿Recuerdas cuando fuimos a gritar?, ¿recuerdas la cantidad de rabia que se ocultaba tras la aparente calma de Irene?-

Asiento con la cabeza. Elena tiene razón. ¿Quién sabe las tormentas emocionales que esconderá el tono civilizado de este mail?

miércoles, 17 de octubre de 2012

Conociendo a Sara II

 
 Mide 1,75 y todavía sigue padeciendo ese complejo de persona demasiado alta que se inició en su adolescencia, cuando sacaba una cabeza a las demás niñas y a algunos niños…
Es delgada y desgarbada. Su postura corporal parece querer restar centímetros a la longitud de su espalda encorvando los hombros y agachando la cabeza, lo que le otorga un aire de inmensa fragilidad. Parece que le pesara la vida…
Tez morena. Sus ojos, entre verdes y castaños, no son excesivamente grandes pero lo parecen porque siempre están abiertos de par en par ante cuanto le rodea. Son la expresión máxima de su curiosidad innata.
El rostro anguloso revela las, ya más que evidentes, líneas de expresión.
Nariz recta. Labios finos.
Su sonrisa perpetua de persona tímida se cierra ocultando una hilera de dientes bastante regulares.
Cuando cumplió los cuarenta años, hace ahora casi dos, cambió su eterna melena castaña por un corte de pelo radical, casi a trasquilones, que le confiere un atractivo aspecto entre sexy y aniñado y resalta su largo cuello moreno.
Jamás se pone tacones. Cuestión de altura. Le encantan las sandalias planas y las botas cómodas.
Se viste como si en vez de resaltar su cuerpo quisiera apartar la atención de él trasladándola a la ropa que elige.Le entusiasman los estampados de vivos colores, los bombachos, las túnicas. En realidad le gustan las prendas étnicas que desprendan ese exotismo que ella tanto anhela. Adora el tacto de la seda y el terciopelo sobre la piel.
No sale de casa sin pintarse la raya de los ojos y aplicarse brillo en los labios. Cuando cree que la ocasión lo requiere, incide especialmente en la mirada, y maquilla sus expresivos ojos con una dramática sombra ahumada.
Se perfuma a diario, justo después de vestirse, con una fragancia floral en la que predomina sutilmente el jazmín, su aroma favorito.
Le fascina la bisutería llamativa. Recargadas piezas de plata y piedras semipreciosas cuelgan de su cuello, adornan sus orejas, rodean sus larguísimos dedos…
Su aspecto externo depende de su estado anímico, y según el día, pasa de extravagante a recatada.
Es por todo esto que Sara desprende un halo de fragilidad y exotismo a partes iguales…

jueves, 4 de octubre de 2012

Una Decisión Complicada


             “La persona que pretende verlo todo con claridad antes de decidir, nunca decide"

                                                      (Henri-Frédéric Amiel)




- Bueno, entonces, ¿se lo contamos a Irene o no?- pregunta Sara por enésima vez- ¿qué hacemos?

Pues nada. No vamos a hacer nada. Lo obviaremos.
Porque si lo contamos fuera de aquí, se convertirá en realidad. Y golpeará a Irene con fuerza arrolladora, y tal vez a nosotras también.
Porque, en este caso, callarse no significa desentenderse, significa haber tomado una de las dos decisiones posibles.

Si solo pudiera olvidarlo todo... ignorar la urgencia de una respuesta, mirar para otro lado y seguir con mi vida de siempre...

Eso querría decir. Pero no lo digo.

- No sé, Sara- respondo sin embargo- Tampoco conocemos toda la historia. Irene apenas habla de su matrimonio. Puede que formen una de esas parejas abiertas...- aventuro sin convicción.

- ¿Irene?, ¿nuestra Irene?- pregunta Sara con un deje de ironía- ¿De verdad piensas que puede tomar parte de algo así?-

- Supongo que no- me rindo a la evidencia- Pero, ¿tú crees que quiere saberlo?-

- Esa es la cuestión fundamental- comienza Sara suspirando- yo creo que todo el mundo tiene derecho a conocer la verdad, pero también a ignorarla. ¡Qué complicado!
 
- Estoy de acuerdo- convengo- ¿en qué grupo crees que se encontrará Irene? Conociéndola un poco pienso que querría saberlo, pero la idea de que lo sepamos nosotras no creo que le haga demasiada gracia...-

Siempre que imagino a Irene la veo como el reflejo externo de una mujer con una firme voluntad. Justo debajo, donde no se puede ni tan siquiera intuir si no es rompiendo esa coraza, creo que se esconde una mujer vulnerable que se encuentra tan dominada por la otra, que no se permite ni mostrarse.

Mucho me temo que esta noticia destrozaría a ambas por diferentes motivos.
A la vulnerable por lo evidente: la traición del amor. A la fuerte por la proyección social de lo que, probablemente, ella considere como un fracaso personal...

- Tampoco sabemos si es una aventura puntual o es una relación duradera. No creo que sea lo mismo- expongo.

- Yo tampoco- secunda Sara- Creo que podría disculpar una canita al aire provocada por las circunstancias, pero pienso que una relación paralela sería imperdonable...-

Perdonar... Hasta ahora estaba tan concentrada en decidir si contárselo a Irene y en prever su reacción más inmediata, que no me había parado a pensar a más largo plazo: de saberlo ¿sería capaz de perdonar?-

- ¿Tú crees que Irene toleraría una infidelidad?- pregunto.

Sara calla. Piensa antes de hablar, como si estuviera escogiendo las palabras precisas:

- A veces tengo la impresión de que, frecuentemente, Irene actúa de cara al exterior. Como si fuese una obra de teatro y ella representase el papel de una mujer que tiene la vida perfecta.
Creo que por ese motivo, y si nadie más lo supiese, obviaría el tema para no defraudar a ese supuesto público que espera un final feliz-

Justo lo que yo pienso.

- Pero eso no es perdonar- intervengo.

Sara sacude la cabeza negando tristemente.

-Si te sucediese a ti ¿te gustaría saberlo?- le pregunto.

Sara suspira y responde de inmediato:

- Sí- afirma rotunda- creo que el conocimiento es la base de la libre elección y la semilla de las decisiones acertadas. ¿Y tú, querrías saberlo?-

- No lo sé- respondo y experimento una repentina sensación de desazón recorriendo todo mi cuerpo- En parte me gustaría saberlo, pero si no voy a actuar en consecuencia, o no es una de esas relaciones largas que hemos mencionado, me decanto por la ignorancia.-

No quiero decirlo. No quiero oírlo. No quiero saberlo. No quiero que me pase...

Creo que voy a pedir una palmera de chocolate para endulzar un poco este trago amargo...
Me giro hacia la barra y veo movimiento en las mesas cercanas, algunas personas comienzan a levantarse. ¿Qué hora es? Miro al reloj.

Es casi la hora en la que termina el judo. Irene no ha venido...