martes, 28 de febrero de 2012

El Disfrute


     “Todo en el Universo tiene ritmo. Todo danza.”

                            (Maya Angelou)

¿Elena practica la danza del vientre? No me lo puedo creer... ¡Con esos michelines que tiene en el abdomen!

Eso son prejuicios, Irene. No juzgar, no juzgar, no juzgar.

-¿Danza del vientre?- pregunta Sara, creo que tan asombrada como yo- ¡Qué bonito! Me encanta la danza oriental.-

-Sí, es el tercer año- explica Elena- Llevaba mucho tiempo con ganas de aprender porque desde siempre me ha fascinado. Lo que ocurre es que no creía que con mi físico pudiera encajar en ese baile tan sensual-



Vale, ahora me siento fatal por haber pensado eso antes...

-Hasta que un día- sigue- fui a ver un espectáculo de fin de curso de una academia en el que bailaban un grupo totalmente heterogéneo de mujeres. De todas las edades y con todo tipo de cuerpos. Me animé... y hasta hoy.-

-¡Qué valor tuviste!- le animo. Pienso que yo jamás me hubiera atrevido a destacar de esa manera.

Ella se encoge de hombros, restándole importancia.

-Tiene que ser muy difícil ¿no?- se interesa Sara- Conseguir dominar esos movimientos tan imposibles.-

-Al principio es complicado por el concepto de cadencia que tenemos interiorizado. Los movimientos son totalmente nuevos y nuestro cuerpo no los reconoce. Bueno, por lo menos el mío- y se ríe. -El inicio de la danza oriental, como casi todos los inicios en la vida es arduo. Recuerdo que sentía mi cadera completamente ajena a mis dominios, como si no fuera parte de mi cuerpo y no acatara mis órdenes. De hecho, los primeros meses ni tan siquiera oía la música: solo contaba los pasos y despotricaba contra mi cadera rígida. Estaba totalmente sumergida en la técnica y, aunque no veía los resultados, no perdía la esperanza ni el ánimo. De pronto un día cualquiera...¡sorpresa! Mi cuerpo comenzó a bailar conmigo.-

-Pero Elena,- aplaudo- eso es un ejemplo de constancia asombroso.

Elena sonríe con todo el cuerpo. ¡Qué fácil es hacer feliz a la gente con solo unas palabras! No sé por qué no lo hago más a menudo.

-Sí- añade Sara- ¿no conocéis la metáfora del bambú japonés?-

-Eso es lo que pasó- continúa Elena- De repente todo tenía sentido. Comencé a escuchar la música a través del movimiento. A dejar de contar. A disfrutar. No sé, es una sensación extraña. Es la percepción de habitar plenamente mi cuerpo durante esos momentos-

-Parece algo sobre lo que he estado leyendo- comparte Sara maravillada- mindfulness, la práctica de la atención plena en el momento presente. Sirve para aquietar el mundo mental y facilita el acceso al yo interior. Una especie de meditación en movimiento, vamos...-

-Sí- reflexiona Elena- Es algo así, porque en esos momentos mis pensamientos quedan en el vestuario, y el baile es como un reducto inexpugnable en el que no tienen cabida las preocupaciones-

Se calla un momento y enseguida continúa:

- Pues bien, una vez empecé a lograr efectuar los movimientos, entré en una fase que yo llamo: “lo hago porque me sale”, en la que la danza oriental inundó mi vida. A día de hoy todavía dura- añade riéndose- y hago ochos mientras plancho, shimmie esperando el autobús... Lo mejor es cuando practico hagalla recorriendo el pasillo y me cruzo con mi marido... ¡Menos mal que está acostumbrado a mí!-

Nos reímos las tres. ¡Qué bonito es tener una afición en la vida de la que hablar con tanta pasión! Rebusco con esmero, pero no doy con nada por lo que yo pudiera expresarme en tales términos...

-Lo bueno además,- sigue contando- es que no solamente disfruto cuando bailo. Es desde antes de empezar. Hay que vestirse adecuadamente,entrar en el harem de un sultán turco con la imaginación: faldas vaporosas, pantalones bombachos, velos de seda, lentejuelas, y el tintineo de las monedas de los pañuelos a la cadera.
Creo que es algo parecido a abrir un baúl lleno de vestidos de princesa delante de esa niña interior que tú has mencionado.-añade mirando a Sara.



  Sara sonríe y acaricia el brazo de Elena con afecto.

-Otro aliciente es bailar descalza.- se detiene un momento, parece que vacila- Os puede parecer absurdo, pero tengo la impresión de que mi presencia erguida sobre mis pies desnudos me acerca más a la tierra, me conecta con mis raíces-

Sara y yo asentimos en silencio. Es sorprendente, pero no me parece absurdo.

-Y por último y no por ello menos importante, la música- añade triunfal Elena.

-A mí también me encanta la música árabe- interviene Sara- es totalmente energizante.

-¡Eso es!- confirma Elena- es vivificante y, cuando la escucho, la siento en las entrañas y me eleva el ánimo-

Se calla y sonríe con expresión distraída, como si alcanzase a escuchar algo que a las demás nos está vetado.





lunes, 27 de febrero de 2012

La Creatividad

        

         “O encontramos un camino, o lo construimos”

                                  (Anibal)




-Y, ¿qué juego crees que me puede ayudar a cambiar mis hábitos?-pregunta Elena con una sonrisa un tanto desafiante.

Ya he vuelto a entrar en terrenos cenagosos. No siento el suelo firme bajo mis pies. Y ahora yo, ¿qué le contesto si ni tan siquiera sé muy bien a qué viene la pregunta?
La reflexión ha llegado sin pensar y he sentido que debía compartirla, incluso sin apenas haberla madurado. Buceo en busca de mi niña interior y, sorprendentemente la siento serena y confiada. Me anima a continuar, a encontrar la seguridad a través de mis actos, no huyendo de ellos.
Últimamente estoy realizando un gran trabajo de desarrollo personal, y quizá se esté empezando a notar... ¡Adelante, pues!

Acaricio con mi mano derecha la amatista que llevo colgada del cuello. La amatista. El cuarzo que potencia la creatividad.

No estoy segura de que sea verdad. Pero confío.Por si acaso.

-Bueno, Elena- comienzo suavemente- yo creo que tú tienes un lado infantil tremendamente desarrollado. Lo sabes y te gusta.- Elena asiente sonriendo.

-Eso es estupendo-continúo- porque disfrutas de la vida como nadie. Sin embargo tu perpetua búsqueda del placer, choca a menudo con el cumplimiento de las obligaciones y te instalas en la pereza. Deberías lograr encontrar un camino que supieras que es  bueno para ti y por el que no te diera pereza avanzar-

-Vale- responde sonriendo- Dime dónde está ese camino que lo recorreré sin problemas.

Comienzan a subirme los calores al rostro. No soy terapeuta.¿Qué hago yo dando este tipo de consejos? Pero he leído tanto sobre ello y lo he vivido tan intensamente en los últimos tiempos que soy incapaz de parar de hablar. De manera que sigo:

-Yo creo que la clave está en tu parte de niña. En mi opinión deberías tratarla como lo que es, y creo que dejaría de tener pereza. No pienses en hacer dieta, ni en ordenar los armarios. Todo esto suena tremendamente aburrido incluso para mí. ¡Imagina tu niña interna cómo se debe sentir!.
Piensa en términos positivos: establecer hábitos saludables suena bastante mejor que hacer dieta ¿no?-

-De acuerdo- interviene Elena- Creo que lo voy captando. Lo que tengo que hacer es educar mi lado infantil como educaría a mi hijo, ¿no?-

Irene escucha toda la conversación absorta. No sabría decir si está de acuerdo o no. Lo que está claro es que no pierde detalle. Y lo más sorprendente: no interrumpe. Me da la impresión de que nunca antes había reflexionado sobre este tipo de asuntos. A decir verdad, hasta hace poco, yo tampoco, pero me ha ayudado tanto mirar hacia adentro que siento la necesidad de compartirlo con los demás.

-Sí- manifiesta Irene- Yo también estoy convencida de que tienes que reeducarte. Ponerte límites.Fijarte objetivos y cumplirlos. Y ser estricta cuando haga falta.-

-No estoy totalmente de acuerdo- apostillo incómoda. Todavía me resulta terriblemente difícil llevar la contraria a alguien. Pero lo hago- Yo personalmente no creo en los objetivos universales ni en la rigidez de normas-

-¿No crees que se deban fijar límite? ¿ni objetivos?- pregunta Irene con voz airada.

-Sí, claro- contesto- pero unos límites razonables, personales e intransferibles. Si a un niño se le exige más de lo que puede dar y luego no lo consigue, lo único que obtiene son reproches, los principales probablemente los propios. Eso genera culpa, que deviene en frustración y después en abandono.¿para qué voy a intentar nada si no soy capaz de conseguirlo?-

Fijo mis ojos en los de Irene. El corazón me late a mil por hora. No intento desafiarla, ni tener la razón. Solo deseo instalarme con seguridad en lo que siento.

-Estoy de acuerdo- secunda Elena- Con mi hijo soy muy firme con los límites que he establecido, pero es verdad que no son nada del otro mundo. En casa somos más de animar y premiar que de castigar. Celebramos mucho sus logros y no los convertimos en obligaciones, e intentamos que sea consciente de que nuestro amor por él se encuentra al margen de sus éxitos.-

-¿Y por qué no haces lo mismo contigo?- le pregunto con una sonrisa- ¡Anímate por tus logros en vez de sufrir por tus obligaciones! ¡Abraza a la niña que llevas dentro y juega con la vida!- Se me ocurre un idea y sonrío- ¿Por qué no pruebas con una búsqueda del tesoro, una especie de gymkana vital en la que el premio será alcanzar la persona que deseas ser?-

-¿Cómo?- Me pregunta con cara de pensar que me he vuelto loca.

-Fijate unos objetivos razonables a corto plazo y cuando los cumplas, sin fechas ni agobios, pasas al siguiente nivel. Después de haber disfrutado de una recompensa, claro.- Miro a Irene buscando su complicidad- Nosotras podríamos decidir cuáles son los premios. Tú los objetivos. ¿Qué os parece?- pregunto con lo que seguro que es una expresión ilusionada.

-Cuenta conmigo- me sorprende una entusiasmada Irene.

- De acuerdo- vacila Elena- Jugaré. Mi primer objetivo supongo que podría ser cambiar mis hábitos físicos. Me gustaría volver a ponerme mis vaqueros favoritos y practicar ejercicio varios días a la semana. ¿Cuál será mi premio cuando lo consiga?- inquiere divertida.

-Tenemos que decidirlo- contesta una entregadísima Irene- Además, propongo que no se lo digamos hasta que lo consiga. Así será mayor la sorpresa-

Comienzan las dos a parlotear con alegría sobre consejos de alimentación, combinación de alimentos... Me encanta.

Vuelvo a acariciar la amatista. Me siento fuerte.

-El ejercicio es fundamental- manifiesta Irene con determinación- A nuestra edad, si adelgazas y no ejercitas el cuerpo para endurecerlo un poco, acaba por colgarte todo.-

Rompemos a reír las tres. Se ha instalado entre nosotras el entusiamo.

-¿Hay algún ejercicio que te guste?- pregunto a Elena con pocas esperanzas de una respuesta positiva.

-¡Pues claro!- me responde con vehemencia- ¡Practico la danza del vientre!

viernes, 24 de febrero de 2012

Conociendo a Sara


Le encanta:


-Inventar historias para su hijo.

-Bucear

-El olor a jazmín.

-Leer todo tipo de libros.

-Practicar yoga.

-Rememorar su pasado con personas que han vivido en su pasado.

-Viajar con su marido.

-El sexo espontáneo y loco.

-Las películas con final abierto.

-El silencio de la nieve.

-Vivir con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes.

-Satisfacer su curiosidad.

-Escuchar.

-Perderse en un zoco árabe.

-Alicia en el País de las Maravillas.

-Improvisar una cena en casa.

-Beber mojitos en la playa.

-Visitar museos.

-Que su madre se sienta orgullosa de ella.

-Las ciudades grandes.

-Desconectar de su mente de vez en cuando.

-Tener conversaciones profundas con sus amigas.

-Las librerías.



Le perturba:


-Decir que no.

-Perder su identidad.

-La incertidumbre del futuro.

-Estancarse en su desarrollo como persona.

-Desaprovechar las oportunidades.

-La rutina.

-Añorar demasiado el pasado.

-El fanatismo.

-Ser incapaz de expresar sus necesidades.

miércoles, 22 de febrero de 2012

La Pereza


                  “Nunca tienes tiempo suficiente para hacer toda la nada que quieres”

                                                          (Bill Watterson)



Hoy llego a judo con tiempo, para variar. He dejado al niño tranquilamente y voy a la cafetería con paso relajado. Sara aún no ha llegado y veo a Elena, de espaldas, acodada en la barra. Me acerco.

-Hola- le susurro al oído cuando estoy justo detrás de ella.Se sobresalta.

-¡Qué susto me has dado! No me he dado cuenta de que venías. ¿Qué quieres tomar?-

-Un cortado con sacarina.- contesto- Mi madre siempre dice que cuando alguien se asusta de esa manera, es porque no tiene la conciencia tranquila. ¿Qué escondes?- sigo mientras por el rabillo del ojo veo el café con leche y el croissant que tiene enfrente. ¿Pero esta no había empezado a hacer régimen?

-¿No estabas a dieta?- le pregunto.

-Tú lo has dicho, estaba.- y empieza a llevar las consumiciones a la mesa.

-¿Y por qué la has dejado?- intento averiguar mientras nos sentamos.

-Porque creo que no me compensa. Es un sacrificio y no veo el resultado.-

Pero ¡cómo vas a verlo si llevas cuatro días, mujer de Dios! Pero no se lo digo .

-Bueno, tú sabrás, ya eres mayorcita.- respondo claudicando.

No sé por qué, pero me enfado. Sé que no es asunto mío, pero me revienta la poca voluntad de las personas. Elena es una mujer estupenda, sabe lo que quiere y, sin embargo, por pereza, ni siquiera va a por ello.
Relájate, Irene, no tienes que educarla, no es tu hijo. Y, sin embargo, me cuesta contenerme para no soltar una reprimenda. Ya estamos con esa desagradable sensación de rabia en la boca del estómago.

Llega Sara sonriendo. Pide una infusión de las suyas y se sienta.

-Hola chicas, ¿qué tal el fin de semana?-

-Estupendamente- respondo con una sonrisa. Paseo. Comida en casa de mi suegra. Preparar la ropa para la semana. Pero no lo digo.- ¿Y vosotras?-

-Yo genial- responde Sara- Hemos estado con unos amigos y un montón de niños en una casa rural en medio del monte. La verdad es que ha sido una locura, pero muy divertida.!-

-¡Uy qué pereza me dan esos planes!- comenta Elena- niños, propios y ajenos, por todas partes y un montón de cosas por hacer...
De hecho, mi fin de semana no es que haya sido de descanso precisamente: he estado organizando los armarios. Ya sabéis, cambio de estación. En estos momentos tengo la casa patas arriba porque he sacado la ropa de invierno pero aún no he guardado la de verano. ¡Menos mal que tengo un dormitorio de sobra!-

Me da escalofríos imaginarme la casa de Elena. Intento ayudar. Siempre prometo que no voy a entrometerme, pero finalmente lo hago:

-Vete por partes- aconsejo- Empieza y termina una zona del armario; por ejemplo las estanterías, o los cajones. Así, aunque no termines de organizar todo en un día, acabas algo que has empezado, y evitas el desastre.-

-Tiene sentido- responde.- A ver si me pongo las pilas.

- ¿Has leído el libro que te dejé?- le pregunta Sara excitada cambiando de tema- ¡Tengo unas ganas de comentarlo con alguien...!-

-No te voy a mentir, no lo he empezado.- Elena parece un poco avergonzada- La verdad es que no encuentro el momento.
¡Uff! En el rato que llevamos juntas ya han salido a la luz el desorden de mi casa, la pereza para leer un libro y la dejadez con la dieta. Soy un desastre.-

Silencio. ¡Pues claro que eres un desastre!

-Organización y disciplina- aconsejo – No hay más.-

-Creo que de eso no tengo, yo me dejo fluir- contesta Elena y se ríe. Pero, ¿por qué se ríe?

-Vamos a ver- interviene Sara- Yo también pienso que es un error intentar ser algo que no eres. Tú no eres una persona disciplinada y ordenada y punto. Te aterran de tal manera las normas sociales y las obligaciones que para oponerte a ellas las rehuyes.
Disfrutas un montón de la vida, y eso se ve, pero disfrutas cuando pones toda tu energía en el momento, no cuando te ausentas de él, cuando lo pospones.
La pereza, en realidad, no es nada. Es descansar antes de estar cansada. Es ausencia de energía. Eso no es fluir, Elena, no te equivoques.-

-Vale- musita dejando caer los hombros abatida- Y ¿cómo hago para vencer a la pereza? He intentado organizarme, ser disciplinada, pero no lo consigo.-

-Porque tú no eres así- responde Sara casi gritando. Cuando se da cuenta baja el volumen.- Si intentas algo y no te da resultado, no vuelvas a ello una y otra vez. Solo vas a conseguir frustración y culpa. Atrévete a probar caminos diferentes...-

-Ya, y desde mi perezosa forma de ser, ¿qué camino tomo que sea el correcto para superarme?-

-Acuérdate del puzzle y de la teoría del ensayo-error. Lo dijiste tú- continúa Sara con pasión- pero varía, se creativa. Einstein decía que no podemos resolver los problemas usando el mismo tipo de pensamiento que cuando los creamos.-

Pienso que tiene mucho sentido y lo digo:

-Creo que tienes razón.- Elena asiente y yo pienso más en mis propios demonios que en sus problemas.- Pero desde qué otro punto de vista se pueden abordar las dificultades.-

-Depende de cada uno- responde Sara irradiando una seguridad que desarma- Tu problema ha sido creado desde la pereza, Elena. Para resolverlo nada mejor que la acción y conociéndote, y tu concepto de acción, deberías tomártelo como un juego...

viernes, 17 de febrero de 2012

Conociendo a Elena



Le encanta:


-Jugar con su hijo.

-Recibir masajes en los pies.

-El chocolate.

-Leer novelas de amor en la cama.

-Las películas de humor absurdo.

-Beber cerveza con su marido.

-Andar descalza.

-Hablar con la gente.

-Despertarse a las dos de la mañana y comprobar que todavía quedan horas de sueño.

-Nadar desnuda.

-El sonido de sus propias carcajadas.

-Practicar la danza del vientre.

-Tumbarse en la hierba.

-El olor a ralladura de limón.

-Los abrazos.

-Oir de boca de su madre historias de cuando era niña.

-El sexo divertido a la hora de la siesta.

-Chupar la tapa de los yogures.

-Salir a bailar con sus amigas.

-Gritarle al eco.

-Sentirse ridícula de vez en cuando.

-Sumergirse en un jacuzzi.

-Rebañar el cuenco después de hacer la masa para el bizcocho.

-Vivir el momento.

-Ponerse unos calcetines cuando empieza a refrescar.



Le perturba:

-Las normas inflexibles.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El Control


       “El que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos”

                                                (Francisco de Quevedo)



Irene llega a la cafetería con un revuelo de bolsas, de ropa y de tacones repicando el piso. Con sus prisas de siempre y farfullando. Después de unos cuantos días, unos cuantos cafés y unas cuantas conversaciones sobre lo humano y lo divino, empezamos a adquirir cierta confianza.

-¿Qué te pasa ahora?- pregunto riéndome al ver cómo se desploma en la silla con todo su arsenal de bolsas alrededor.

-Lo de siempre- contesta- que me faltan horas.
He salido tardísimo de la oficina porque una reunión que tenía a última hora se ha alargado más de lo previsto. Por supuesto no he llegado a tiempo para recoger al niño. He tenido que recurrir una vez más a mi madre y, después pasarme por su casa, por lo que me he retrasado aún más. Cuando he llegado aquí, parece que ya habíais aparcado todos, porque no quedaba ningún sitio libre. He tenido que dejar el coche ni sé dónde y venir corriendo para no llegar tarde a judo. ¡Buff!. Necesito un café.

-Eres como una de esas figuras elaboradas con piezas de dominó.- comenta Sara con una sonrisa- Cuando la primera cae, se lleva por delante a todas las demás.-

Es curioso cómo influye el roce continuo entre las personas. Sara parece otra. Con nosotras, por lo menos, está adquiriendo un aplomo extraordinario. No sé si será que está cogiendo confianza o es que está reuniendo las piezas que faltaban en el puzzle de su personalidad...

-Pues sí- responde Irene dibujando con los labios un mohín de disgusto- pero ¿qué otra cosa puedo hacer?. Lo peor es que al final del día estoy agotada...-

-Bueno- replica Sara- ya llega el fin de semana. Podrás descansar y dejar de planificar todo al minuto.-

-No te creas.- puntualiza Irene- El sábado a la mañana toca paseo. Por la tarde organizo la ropa de la semana y cocino algo también. El domingo siempre vamos a comer a casa de mi madre o de mi suegra. Por lo tanto estoy fuera de casa casi todo el día. Poco descanso, vamos-

- Y todos esos planes, ¿son inamovibles?- pregunto un poco abrumada por las obligaciones de la buena mujer.

- Pues no sé si son inamovibles, ni tan siquiera me lo planteo. Simplemente es lo que me he propuesto hacer, y lo voy consiguiendo.- responde Irene cada vez más seria- Lo que ocurre es que, a veces, para lograr las metas que me he marcado, vivo en un estrés continuo.-

- ¿Y disfrutas de verdad de todos esos planes?- cuestiona Sara arqueando las cejas. Joder, con la insegura. Tira a dar.

-No todo el tiempo, es verdad. Y me siento culpable por no hacerlo. Es mi proyecto de vida, y me siento orgullosa de sacarlo adelante. Sin embargo me resulta un tanto frustrante que lo que desde siempre he ideado para mí y los míos, en ocasiones, no logre saborearlo.-

-Tal vez es porque has convertido hasta tu tiempo de ocio en una obligación.- Intervengo- No digo que sea tu caso, pero hay veces en las que se planifica demasiado el tiempo libre.
Lo idealizamos de tal manera, que parece que no hacer nada o improvisar es una aberración y que es casi una necesidad llenar nuestro ocio de actividades. Todas perfectamente programadas, por supuesto, para maximizar la diversión. Frecuentemente se crean unas expectativas de disfrute demasiado elevadas y después llega la frustración y la culpa...-

Irene calla. Creo que se arrepiente de habernos mostrado una faceta un poco vulnerable. Sara continúa:

-No soy nadie para dar consejos- advierte- Sin embargo, por experiencia propia, yo recomiendo dejarse fluir, por lo menos de vez en cuando...-

-Ya, pero yo no soy como vosotras.- suelta Irene con un tono de voz un tanto crispado- Yo necesito un orden, planificar mi vida, cumplir mis expectativas. No tengo tiempo para fluir, ni para ser consciente de mi respiración, ni para practicar meditación- añade mirando a Sara.

Me da la impresión de que Sara se siente un poco ofendida y va a contestar, pero se calla al mirar a Irene. Tiene los ojos brillantes y el aspecto inequívoco de estar conteniendo, para que no salga, toda la rabia que es capaz de albergar en su interior.

Yo también permanezco callada. Damos por zanjada la conversación porque, aunque ya vayamos adquiriendo confianza para charlar de temas íntimos, no tenemos la suficiente para ahondar en las miserias ajenas.

El silencio resulta incómodo. Creo que cada una de las tres está buscando algo que decir.

-Y, ¿a dónde vais a pasear los sábados?- pregunto.

Irene me mira y parece agradecida. La vulnerabilidad ha desaparecido. Compone una gran sonrisa y se apresura a describir un itinerario perfectamente organizado.


domingo, 12 de febrero de 2012

Conociendo a Irene


Le encanta:


-El olor a ropa limpia.

-Las películas que resuelven todo al final.

-La sensación de bienestar después de practicar deporte.

-Tomar el sol.

-Ir al cine los martes.

-Organizar los armarios.

-Leer novelas de misterio.

-Terminar el trabajo pendiente antes de la hora de salida.

-Comprarse algo carísimo muy de vez en cuando.

-Colgar cada prenda de la colada con pinzas del mismo color.

-Ir a pasear los sábados por la mañana.

-La satisfacción del trabajo bien hecho.

-El orden de las farmacias.

-Comer fuera los domingos.

-El sexo suave e íntimo.

-Causar buena impresión.

-Buscarle sentido a todas las cosas.

-Ser madre militante.

-Celebrar las fechas señaladas.

-Ver la lluvia desde la ventana.

-Mantener conversaciones de adulta con su madre.


Le perturba:


-La impuntualidad.

-Las frases con doble sentido.

-Que le lleven la contraria.

-Que nada transcurra según lo previsto.

-La dejadez.

-La debilidad.

-La falta de límites.

-Los niños maleducados.

-Ser injusta con alguien por defender aquello en lo que cree.

-Que le pille la lluvia en la calle y sin paraguas.

-Que los demás no tengan buen concepto de ella.

-Improvisar.

-Las películas que no tienen un final lógico.

-La enfermedad y la muerte.

martes, 7 de febrero de 2012

La Meditación


En ninguna parte puede hallar el hombre un retiro tan apacible y tranquilo como en la intimidad de su alma”

                                                          (Marco Aurelio)



Mi profesora de yoga ha hablado de la meditación como forma de lograr un equilibrio interno.En un primer momento mi reacción ante la palabra meditación ha sido de temor irracional. Supongo que siempre he relacionado esa práctica con gente un tanto apartada del mundo, con personas un poco piradas, vaya. Me da miedo acabar con el pelo rapado y una túnica color azafrán viviendo en una comuna. ¡Con lo influenciable que soy yo!

Recapacito. Estoy dispuesta a plantarle cara al miedo. Quiero hacerlo como primer paso para recuperarme a mí misma. Reflexiona, Sara ¿de dónde proviene ese temor que no tiene fundamento sólido?. De la ignorancia, creo, del desconocimiento. Bien, por supuesto yo puedo contra eso. Al fin y al cabo soy una experta en documentarme.

Recopilo libros sobre el tema y me siento un rato a solas con mi amigo Google. Estoy segura de que él me va a echar un cable.

En unas horas tengo toda la información que necesito. Resulta que que hay un montón de estudios sobre la meditación. Los investigadores de varias universidades estadounidenses, entre ellas Harvard y Yale, han demostrado que la práctica de la meditación reduce el estrés, la hipertensión arterial, potencia la memoria así como la intuición, favorece la creatividad, incrementa la actividad de las emociones positivas y elimina más fácilmente las negativas como la cólera y el miedo. Y lo más importante para mí: ayuda a tomar conciencia de uno mismo, te pone en contacto con tu yo interior. Y todo se logra desde casa, sin túnicas ni pelo rapado. Vamos, ¡que esto es la bomba!. Ya me quedo más tranquila...

Cuando empecé a practicar yoga, me compré un libro muy divertido y profundo a la vez, “La rueda” de Claire Dederer. Describe la meditación de una forma muy hermosa. Dice que si quieres ver animales salvajes, tienes que adentrarte en el bosque y permanecer absolutamente inmóvil. Si lo haces bien, los animales se acercan. De la misma manera, si dejas la mente quieta, tu propio yo, ese que no se preocupa por los deberes y las minucias de la vida se acerca y se da a conocer. Eso es lo que yo quiero.

Voy a empezar ya. Es el momento. Estoy sola en casa y me siento preparada. No obstante, cuando lo pienso, experimento una sensación de remolino en el interior de mi cuerpo, en una zona indeterminada alrededor del ombligo.

Primero debo elegir la ubicación. No sé si habrá algunas pautas para escogerla, no he encontrado nada al respecto, así que voy a optar por un lugar donde me encuentre cómoda.

En mi dormitorio no hay demasiado espacio, la cama ocupa demasiado. La habitación que uso como despacho está bastante desordenada. No creo que por aquí fluyan demasiado bien las energías...
Me decanto por el salón. Hay espacio suficiente y la temperatura es agradable. Vale. Creo el ambiente idóneo. He leído que al principio puede ayudar una música suave para evitar las influencias externas. Acerco el portátil, hay un programa llamado Spotify con el que se pueden crear listas de reproducción de la música deseada. Me han recomendado que utilice la palabra reiki como palabra clave para la búsqueda. Lo hago. Aparecen un montón de resultados. Escojo unas cuantas canciones. Suficiente. Le doy a reproducir y comienza a llenar el silencio una música muy suave con tintes orientales.

Enciendo una varita de incienso con olor a jazmín. Mi profesora de yoga me ha dejado un bloque de los que utilizamos en clase para mantener la postura . Se trata de una especie de ladrillo de un material similar al corcho. Lo coloco en el suelo. Acomodo las rodillas a ambos lados y me siento a horcajadas sobre el bloque. De esta forma el peso de mi cuerpo no descansa en mis talones, sino en el corcho. He leído que hay banquitos específicos para estas prácticas, pero de momento probaré con esto.

Empiezo. Cierro los ojos. Acompaso la respiración y me concentro únicamente en ella. Inspiro y siento cómo el aire llena de energía todo mi cuerpo. Espiro y noto cómo se va vaciando. Sigo concentrada en la respiración, relajándome...

Me tengo que comprar un libro específico sobre el tema meditación. ¿Dónde venderán ese tipo de libros? Si no encuentro ninguno en las librerías lo puedo pedir por Internet...

Un momento, ¡eso no es respiración!... No importa. Es normal. Es casi imposible dejar de pensar. En varios artículos he leído que cuando lleguen los pensamientos, simplemente no hay que prestarles demasiada atención, hay que dejar que se desvanezcan. Lo importante es crear un espacio sin acción mental cada vez más largo.

Tengo que imaginarme que estoy mirando el cielo. Las nubes, que son los pensamientos, aparecen y las veo, pero no las sigo con la mirada. Las dejo pasar y sigo concentrada en el cielo.

Sigo con la respiración. Inspiro, espiro. Me relajo cada vez más... Huele bien este incienso, está bastante logrado el aroma del jazmín. Me recuerda al olor de los jardines de Túnez, el olor del verano... Otra vez. Que pase la nube. Inhalo, exhalo. Mejor. Noto los miembros cada vez más pesados..

¡La madre que los parió! ¡El Spotify tiene publicidad y acaban de poner un anuncio de coches a todo volumen! ¡Qué susto! Con lo relajada que estaba, casi se me sale el corazón por la boca...

Bueno, elijo una canción lo suficientemente larga como para que no haya más interrupciones. Esta dura veinticinco minutos. Bastará.

Respiración. Inspiro, espiro. Me concentro en el ir y venir del aire. Adentro, afuera. Mucho mejor. Estoy empezando a estar fuera del tiempo. No sé cuánto ha transcurrido. Es curioso, no siento demasiado mi cuerpo porque no pienso en él. Lo único que siento es un vacío que, sorprendentemente,no es terrible sino prometedor. Intento exprimir al máximo esta sensación y, sin embargo, entonces desaparece. El momento mágico ha pasado, pero ha existido. Probablemente vuelva...

Abro los ojos, los tengo húmedos. Miro el reloj: han pasado quince minutos. Me levanto poco a poco. Se me han dormido los pies y apenas me sujetan. Comienzan a reaccionar al movimiento que he iniciado con fuertes calambrazos que indican que poco a poco se van despertando.
¡Qué dolor! Me río. Me duele pero me río. Porque siento una alegría extraña, y bienestar, y ligereza...


sábado, 4 de febrero de 2012

La Inseguridad


                                          “Conócete. Acéptate. Supérate.”

                                                  (Agustín de Hipona)



-Vale, y ¿qué ocurre con la integración cuando se está dispuesto pero no se sabe muy bien qué es lo que integrar?- oigo que sale de mi boca sin haber dado yo ninguna orden.

Cuatro ojos expectantes se clavan en mí, animándome a continuar.

En un acto reflejo para distraer la atención o para iniciar una retirada, acerco la taza a los labios. Está vacía. Siento que el color sube a mis mejillas y el familiar nudo se tensa a la altura de la garganta.

¿A qué ha venido ese arrebato de sinceridad delante de estas dos extrañas? El asunto de mi personalidad, o la falta de ella, es un tema que me ronda cada vez más a menudo, sí, pero creo que lo más apropiado para hoy hubiera sido hablar de niños, libros o ropa... Sin embargo, lo he soltado así, sin más.

Es verdad que hay ocasiones en las que me resulta más fácil confiar ciertos temas a desconocidos antes que a personas de mi entorno. Supongo que me produce temor ser juzgada por mis pensamientos, la incertidumbre de no saber cómo se tomarán mis personas más cercanas lo que yo tengo para aportar...

Últimamente vivo sometida por el miedo, vaya. Miedo al fracaso, miedo al que dirán, miedo a ser juzgada.

Yo, que siempre he sido el prototipo del arrojo, parece que he perdido la chispa que lo generaba y ahora me encuentro bajo el yugo de la opinión ajena.

Sin embargo Elena me hace sentirme cómoda. Siento que además de oírme me escucha, que me presta toda su atención, y que no me juzga.

Bien, ya no puedo echar marcha atrás. De hecho, he creado más expectación. Tengo que seguir hablando.

-Me refiero a lo que he comentado antes sobre hacer balance del camino recorrido. ¿Qué pasa si al empezar a hacer inventario de las piezas de las que disponemos nos percatamos de que no tenemos un puzzle completo, sino piezas sueltas de varios? Con eso no podemos construir un todo.-

Elena reflexiona:

-Supongo que habría que elegir un rompecabezas y armarlo aunque le falten piezas. En ese momento, cuando se presentase el problema, podríamos decidir qué hacer con los huecos que quedan a la vista.-

-Pedir las piezas a fábrica, por ejemplo.- Responde Irene con una seriedad tan absurda que las tres rompemos a reír.

Irene es como se debe ser. Y punto.
Es el modelo de madre perfecta que yo hubiera deseado ser. Entregada. Eficiente. Su hijo siempre parece que está a punto de posar para un fotógrafo. Y ella desprende tanta seguridad...

-Lo que intento decir, es que yo cambié mucho después de ser madre.- Vaya, Sara estás embalada, tú no pares ¿eh?- Pasé a convertirme en una persona totalmente diferente, y en estos momentos no sé muy bien...-

-Pero eso es lógico- interrumpe Irene- La maternidad desbarajusta nuestro mundo. Debemos comenzar a respetar normas y horarios imposibles que trastocan nuestra familia, nuestra vida social... No creo que se trate de un cambio de personalidad: es evolución.- Y da por zanjado el tema.

¿Normal? ¿que es normal?
Yo era una persona curiosa, creativa y espontánea. Tal vez un poco desprovista de seguridad en mí misma, pero aceptaba esa profunda vulnerabilidad como parte de mi ser.
Huía de la rutina, de las conveniencias sociales, de las trayectorias establecidas. Hasta que me quedé embarazada.
Cuando supe que estaba esperando un hijo, la inseguridad creció ignorando los demás aspectos de mi personalidad y llegó a ocuparme por completo. ¿Cómo iba a ser yo una buena educadora si estaba a años luz del ideal de maternidad? ¿Cómo iba a poder transmitir unas normas que ni yo misma aceptaba?

Entonces fue cuando inicié el cambio: tomé el patrón de algunas mujeres que sí respondían al estereotipo de madre ideal e, inconscientemente, adopté su modelo. Las imité.
Yo, que presumía de absoluta independencia, había sucumbido al gregarismo. Cambié vivir por encajar.

Ahora no tengo claro quién soy. No obstante añoro a aquella que fui y, de vez en cuando, mi antigua yo hace esfuerzos por salir, pero no sabe cómo.

Evolución, dice Irene. Evolución para mí lleva implícita una mejora. No es el caso. Y no, eso no me parece normal. Pero no discrepo. ¿Para qué?.

-Sí, claro que todo cambia con la maternidad, pero nada es inamovible. Tú misma lo has dicho.- interviene Elena mirándome- Y también has dicho que podemos cambiar lo que no nos gusta. Tiene que haber alguna manera de acceder a nuestro yo y comprenderlo.-

-En clase de yoga me han hablado de la meditación...- susurro entre esperanzada y avergonzada.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La Integración


“El hombre que mueve montañas empieza apartando piedrecitas”

                                           (Confucio)


¡Vaya rollo más espantoso! Me parece que no voy a volver a quedar con estas dos...

Llevamos juntas solo media hora y se me está haciendo eterno... Si me he venido al baño solo para escaparme un poco...

Ya hemos empezado mal con el croissant. Cuando me lo ha traído la camarera, Irene lo ha mirado como si me estuviera pasando una pipa de crack. ¡Qué expresión de espanto! Y luego esa exploración de arriba a abajo... Pues sí, Irene, sí: el croissant se me pega justo donde estás mirando.

Ya sé que nadie puede hacerme sentir inferior si yo no se lo permito, pero no me merece la pena tener que recordármelo en cada momento. Tengo una cantidad limitada de energía: si la utilizo para eso, tengo la impresión de malgastarla.

Definitivamente Irene me provoca estrés. Con todas esas tareas pendientes, esos horarios inflexibles y esa queja permanente de superwoman que ha conciliado vida laboral y familiar, pero por el camino se ha olvidado de disfrutar de sí misma.
Sospecho que no se encuentra totalmente presente en la conversación. Parece que ella hable y, mientras las demás respondemos, esté pensando en sus cosas.

Creo que ha repetido por lo menos diez veces la suerte que tenemos de organizarnos nuestros horarios.
Pues claro que tengo suerte. Para mí esos pequeños momentos de paz entre cliente y cliente, poder traer a comer a mi hijo a casa, hacer escapadas para desayunar con mi marido no se venden por poder comprarme un bolso caro o no escatimar en gastos a fin de mes. Pero esta es mi opción, no la suya. Y creo que no se da cuenta de que no es posible tener solo lo mejor de ambas.

En cuanto a Sara, no sé qué pensar de ella. Me parece una persona un tanto pusilánime. P-u-s-i-l-á-n-i-m-e. Me encanta cómo suena esta palabra... A lo que iba, creo que a Sara le falta carácter. No ha sacado tema alguno de conversación, no ha disentido en ningún momento. Se ha limitado a corroborar lo que Irene y yo exponíamos. De forma muy bella y profunda, de acuerdo. Creo que es una persona creativa y sensible, pero escondida dentro de un caparazón vacío.

Ninguna de las dos me aporta nada. Me parece que yo abandono...

Me miro en el espejo. Respiro, y con el oxígeno me llega también un leve olor a lejía. Abandono. Sonrío irónica. Si me dieran un euro cada vez que pienso así, ya sería millonaria.

Cada vez que algo supone un esfuerzo, abandono. Cada vez que dejo de sentir el entusiasmo inicial, abandono. Cada vez que no advierto resultados inmediatos, abandono. Cada vez que pienso que algo no me aporta nada, abandono.

La cuestión es que si no doy tiempo a que los temas maduren, jamás ninguno podrá aportarme nada.

Seguro que Irene no abandona jamás nada. Y que Sara es capaz de ver el fondo hermoso de cada situación. Estaría bien una supermujer que aunara los superpoderes de las tres.

Está bien. Voy a encontrarla en nosotras. No abandono. Soy Juana de Arco y lucho porque la fe me sostiene. Me río con ganas, consciente de lo surrealista de la situación, y salgo del baño.

Las veo desde lejos: Irene hablando y Sara asintiendo. En este momento experimento una ternura infinita hacia Sara. Me gustaría tomarla entre mis brazos y explicarle que la seguridad se consigue aceptando la vulnerabilidad, no huyendo de ella.

Cuando me siento, las dos callan y me miran:

-En el baño he estado pensando en la integración.- les digo.

-¿La integración?- repite Irene con extrañeza.

-Sí. Imaginad a un niño intentando montar un rompecabezas. Dispone de todas las piezas, pero no sabe cómo encajarlas. Sin embargo, en el momento que descubre la manera de colocarlas, todo adquiere sentido. Lo mismo ocurre con los adultos: tenemos todas las piezas, y estamos esperando las instrucciones para armar el puzzle.
Parece que no queremos admitir que la única manera es la confianza y la constancia. Es decir: ensayo- error, hasta formar un todo con sentido.-

Las dos me miran. Sara con una sonrisa de comprensión. Irene con la frente fruncida en un gesto pensativo.