sábado, 4 de febrero de 2012

La Inseguridad


                                          “Conócete. Acéptate. Supérate.”

                                                  (Agustín de Hipona)



-Vale, y ¿qué ocurre con la integración cuando se está dispuesto pero no se sabe muy bien qué es lo que integrar?- oigo que sale de mi boca sin haber dado yo ninguna orden.

Cuatro ojos expectantes se clavan en mí, animándome a continuar.

En un acto reflejo para distraer la atención o para iniciar una retirada, acerco la taza a los labios. Está vacía. Siento que el color sube a mis mejillas y el familiar nudo se tensa a la altura de la garganta.

¿A qué ha venido ese arrebato de sinceridad delante de estas dos extrañas? El asunto de mi personalidad, o la falta de ella, es un tema que me ronda cada vez más a menudo, sí, pero creo que lo más apropiado para hoy hubiera sido hablar de niños, libros o ropa... Sin embargo, lo he soltado así, sin más.

Es verdad que hay ocasiones en las que me resulta más fácil confiar ciertos temas a desconocidos antes que a personas de mi entorno. Supongo que me produce temor ser juzgada por mis pensamientos, la incertidumbre de no saber cómo se tomarán mis personas más cercanas lo que yo tengo para aportar...

Últimamente vivo sometida por el miedo, vaya. Miedo al fracaso, miedo al que dirán, miedo a ser juzgada.

Yo, que siempre he sido el prototipo del arrojo, parece que he perdido la chispa que lo generaba y ahora me encuentro bajo el yugo de la opinión ajena.

Sin embargo Elena me hace sentirme cómoda. Siento que además de oírme me escucha, que me presta toda su atención, y que no me juzga.

Bien, ya no puedo echar marcha atrás. De hecho, he creado más expectación. Tengo que seguir hablando.

-Me refiero a lo que he comentado antes sobre hacer balance del camino recorrido. ¿Qué pasa si al empezar a hacer inventario de las piezas de las que disponemos nos percatamos de que no tenemos un puzzle completo, sino piezas sueltas de varios? Con eso no podemos construir un todo.-

Elena reflexiona:

-Supongo que habría que elegir un rompecabezas y armarlo aunque le falten piezas. En ese momento, cuando se presentase el problema, podríamos decidir qué hacer con los huecos que quedan a la vista.-

-Pedir las piezas a fábrica, por ejemplo.- Responde Irene con una seriedad tan absurda que las tres rompemos a reír.

Irene es como se debe ser. Y punto.
Es el modelo de madre perfecta que yo hubiera deseado ser. Entregada. Eficiente. Su hijo siempre parece que está a punto de posar para un fotógrafo. Y ella desprende tanta seguridad...

-Lo que intento decir, es que yo cambié mucho después de ser madre.- Vaya, Sara estás embalada, tú no pares ¿eh?- Pasé a convertirme en una persona totalmente diferente, y en estos momentos no sé muy bien...-

-Pero eso es lógico- interrumpe Irene- La maternidad desbarajusta nuestro mundo. Debemos comenzar a respetar normas y horarios imposibles que trastocan nuestra familia, nuestra vida social... No creo que se trate de un cambio de personalidad: es evolución.- Y da por zanjado el tema.

¿Normal? ¿que es normal?
Yo era una persona curiosa, creativa y espontánea. Tal vez un poco desprovista de seguridad en mí misma, pero aceptaba esa profunda vulnerabilidad como parte de mi ser.
Huía de la rutina, de las conveniencias sociales, de las trayectorias establecidas. Hasta que me quedé embarazada.
Cuando supe que estaba esperando un hijo, la inseguridad creció ignorando los demás aspectos de mi personalidad y llegó a ocuparme por completo. ¿Cómo iba a ser yo una buena educadora si estaba a años luz del ideal de maternidad? ¿Cómo iba a poder transmitir unas normas que ni yo misma aceptaba?

Entonces fue cuando inicié el cambio: tomé el patrón de algunas mujeres que sí respondían al estereotipo de madre ideal e, inconscientemente, adopté su modelo. Las imité.
Yo, que presumía de absoluta independencia, había sucumbido al gregarismo. Cambié vivir por encajar.

Ahora no tengo claro quién soy. No obstante añoro a aquella que fui y, de vez en cuando, mi antigua yo hace esfuerzos por salir, pero no sabe cómo.

Evolución, dice Irene. Evolución para mí lleva implícita una mejora. No es el caso. Y no, eso no me parece normal. Pero no discrepo. ¿Para qué?.

-Sí, claro que todo cambia con la maternidad, pero nada es inamovible. Tú misma lo has dicho.- interviene Elena mirándome- Y también has dicho que podemos cambiar lo que no nos gusta. Tiene que haber alguna manera de acceder a nuestro yo y comprenderlo.-

-En clase de yoga me han hablado de la meditación...- susurro entre esperanzada y avergonzada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario