miércoles, 28 de marzo de 2012

La Roma de Sara


“La mitad del romanticismo del viaje no es otra cosa que una espera de la aventura”

                                                (Herman Hesse)




- Comparto mucho de tu forma de viajar- comienza Sara mirando a Elena- Eso sí, yo antes de salir me documento, me informo, investigo exhaustivamente...- Se ríen las tres.

-A mí me entusiasma preparar un viaje- prosigue Sara- Desde que Google entró en mi vida para quedarse, pocas veces he pisado una agencia.
Husmeo por el ciberespacio como un sabueso a la caza de un hueso. Visito foros de viajes, blogs en los que se cuentan experiencias en primera persona, y buscadores donde encuentro los viajes más económicos... No dejo ningún rinconcito por explorar.

Además de que, generalmente supone un ahorro económico, me encanta porque constituye una manera de viajar antes de que comience el verdadero viaje. Una forma de sumergirme con la mente y la emoción en las ciudades que voy a visitar.
Para mí la aventura no comienza en el momento en que salgo de casa, sino desde que empiezo a imaginar el destino, y por supuesto, soy yo la que organiza todo. ¡Nadie se atrevería a privarme de ese placer!

Si tuviera que describir mis viajes, diría que son algo así como una aventura planeada que siempre se desmadra de forma espontánea.

El viaje a Roma que hicimos hace poco lo comencé a preparar con meses de antelación. Busqué un vuelo barato desde Bilbao en EasyJet. Encontré en el buscador Rumbo un súper chollo para un alojamiento maravilloso y muy céntrico que en realidad era bastante más caro.
 Después planeé una hoja de ruta. Algo que, por supuesto, luego obviamos- sonríe con melancolía.

-Una vez superados los preparativos teóricos, llega la hora de comenzar con los prácticos.

Entre mis manías,- se ríe un poco avergonzada, pero con ganas de compartirlo- se encuentra una que comenzó siendo una costumbre y con el tiempo se ha ido convirtiendo en algo imprescindible.
Cuando preparo el equipaje, siempre escucho la canción “Total Eclipse of the Heart” de Bonnie Tyler.


Me transmite toda la sensación de libertad que necesito a la hora de emprender un viaje.- Se justifica con un gesto soñador.

-En cuanto a Roma... ¡Qué decir que no se haya dicho ya! Yo estoy totalmente de acuerdo con Elena en que cada uno tiene su concepto de goce en la vida. Es extrapolable a los viajes. Por lo tanto estoy convencida de que cada uno debe encontrar su propia ciudad dentro de la que visita, y disfrutarla.

Como os he contado, yo investigo, conozco perfectamente la ciudad antes incluso de llegar. Tengo la impresión de que ya he visitado lo fundamental, de esa manera, una vez allí, hago como Elena: de lo más representativo elijo lo que me apetece. Así vagabundeo, curioseo, intento encontrar tesoros ocultos y nunca cumplo con el plan establecido.

Tengo la inmensa suerte de que Aitor es como Elena- añade- Disfruta sean cuales sean las circunstancias, así que se deja llevar con agrado.
Nos encanta perdernos en las ciudades. Guardar el mapa y callejear sin rumbo dejando que nos guíe la intuición. La mayor parte de las veces el instinto no es suficiente y tenemos que preguntar. Sin embargo hay ocasiones en las que nos encontramos con rincones maravillosos.

En Roma, además, eso es francamente sencillo. En cualquier esquina fuera de los circuitos más turísticos te puedes encontrar con una pequeña iglesia que alberga, casi en secreto, un maravilloso retablo o alguna pintura especialmente emocionante. Puedes sentarte en una plaza desierta, lejos del bullicio de los grupos de turistas y saborear un helado casero contemplando vestigios de la época romana. Es posible encontrar un mercado tradicional y sumergirte en el ambiente gritón y exagerado de los italianos.
Yo también suscribo el paseo por las orillas del Tíber. Es algo impagable, y las vistas increíbles.
 Si te sirve de consuelo,- añade mirando a Elena- en mi primer viaje a Roma tampoco visité el Vaticano.
Era joven y alocada y mi Roma de entonces tenía otras prioridades- se ríen las tres.
- Eso sí, en esta visita, para compensar, he subido hasta el punto más alto de la cúpula. ¡Todavía tengo agujetas! Y ¡qué claustrofobia!

Has de saber- se dirige a Irene- que parte de la subida discurre por unas empinadas escaleras que rodean las paredes de la cúpula. Por lo tanto son muy estrechas e inclinadas. Añádele el handicap de que, frecuentemente, están atestadas de turistas- Sara frunce el ceño
- También es verdad que las vistas compensan el esfuerzo. Llegué arriba casi sin resuello, pero sentí un poderoso deseo de gritar con todas mis fuerzas. Reprimí mis impulsos por respeto al lugar y a las personas que me rodeaban, pero en verdad me sentí casi omnipotente, con la ciudad y sus habitantes bajo mis pies...

Por supuesto- se anima- uno de los reclamos de Roma, como bien cuenta Elena, es la comida.

Cualquier restaurante que esté a una distancia razonable del centro turístico va a ofrecer muy buena calidad y un precio estupendo, pero estoy con Elena en que en el trastévere hay locales con unos menús para chuparse los dedos.

Recuerdo una trattoria en concreto, en la que el padre del dueño ejerce de improvisado relaciones públicas. Fue guía turístico y domina varios idiomas, así que la comunicación no fue en absoluto un problema. Era un sitio estupendo y la velada fue maravillosa - Sara suspira.-

-En fin, lo que yo saqué en claro es que dentro de la Roma monumental, de la ciudad carísima plagada de tiendas de diseño, palpita la que, para mí, es la auténtica Roma eterna. La que me emociona...

miércoles, 21 de marzo de 2012

La Roma de Elena


“En mi vida disfruto de mis viajes y disfruto cuando regreso a casa”
   
                                 (Tagami Kikusha)




-Yo recuerdo mi viaje a Roma con especial cariño- cuenta Elena- Nosotros no viajamos demasiado. Vamos de vacaciones una vez al año, si podemos, y solemos escoger un lugar de playa para disfrutar en familia.

Hace un par de años, sin embargo, recibimos un dinero extra y decidimos invertirlo en un capricho: Desde que nació el niño no habíamos estado apenas solos y nos animamos a planear una escapada de unos días, Iñaki y yo solos, a alguna ciudad europea.

Elegimos Roma por el “dolce fare niente”, y por ¡la comida!, para qué engañarnos- se ríe abiertamente- Para mí viajar no representa solo conocer todos los lugares importantes de una ciudad, sino vivirla, disfrutarla a mi manera.

Reservamos el viaje en una agencia, pero rechazamos las excursiones que nos ofertaban por lo que os he contado. Porque tenemos nuestro propio concepto de disfrute que no tiene necesariamente que coincidir con el de los demás. Por eso no queremos ir a remolque de los gustos ajenos ni obligar a nadie a compartir los nuestros.

Por supuesto que vimos monumentos en Roma. Pero sin agobiarnos. Sin imponernos metas a conseguir.
Estuvimos cinco días. Dividimos la ciudad en cinco zonas y, cada día, explorábamos la correspondiente. Vimos, de lo más representativo, lo que más nos apeteció.
Hay personas que me miran raro cuando cuento que estuve en Roma y no conozco el Vaticano por dentro, pero no sentimos esa necesidad.- cuenta encogiéndose de hombros.

-A pesar de que viajamos en otoño, el tiempo nos acompañó. Brilló el sol todos los días y la temperatura era muy suave. Por lo tanto pudimos dar largos paseos por las orillas del Tíber, solitos y agarrados de la mano... y sí, vimos el Vaticano, pero desde fuera. Sinceramente, creo que teníamos más necesidad de visitarnos el uno al otro.

En realidad vimos muchos monumentos desde fuera. En cuanto veíamos una cola un poco larga huíamos.
Por contra, compartimos largas conversaciones,¡sin interrupciones infantiles!, en torno a un café sentados en una terraza. Disfrutamos el uno del otro como hacía tiempo que no lo hacíamos- sonríe con expresión soñadora en los ojos.

-Un día nos permitimos cumplir un pequeño sueño. Ambos somos unos grandes amantes de la Ópera. Así que, una noche nos plantamos ropa elegante y nos fuimos a disfrutar de una velada mágica. Todavía se me eriza el vello cuando recuerdo aquel momento tan maravilloso. El precioso teatro, la música...

Por supuesto,- añade con una carcajada- nos deleitamos degustando la gastronomía local. En el trastevere abundan las trattorias estupendas y muy bien de precio. La comida es deliciosa. Todavía recuerdo un risotto con alcachofas y langostinos con el que sueño cuando estoy a dieta...- Rompemos las tres a reir.- Y el tiramisú...- describe con mirada libidinosa- creo que engorda con solo mirarlo.

Recomiendo especialmente una pizzería en el Campo Fiore. Es un mercado que está muy cerca de la Piazza Navona. Me gustó, tiene encanto. Venden flores, verdura, especias y productos típicos. Lo mejor es que en una de las esquinas de la plaza hay un horno de leña en el que elaboran la mejor pizza que he probado en mi vida. Es un local sin mesas, una especie de panadería. La pizza va saliendo al mostrador según se termina de cocer, recién horneada, y solo hay que elegir la que más apetezca.

Otro plus a tener en cuenta son los helados: ¡Qué delicia!
Ya os he contado que hacía muy buen tiempo, así que para reponer energía después de un largo paseo, nada mejor que un helado de chocolate y arancia sentados en un banco frente a una ruinas romanas...

Eso sí: ¡cuidado con los precios! Excepto la comida y el café, lo demás es muy caro... Mirad los precios antes de sentaros en ningún sitio, porque aunque la comida no sea cara, muchas veces es la bebida lo que dispara la cuenta. Recuerdo un día que nos tomamos dos cervezas sentados en la barra de un bar. Nos cobraron diez euros por dos cañas. No dábamos crédito...

Pero como pasear es gratis, tengo unos preciosos recuerdos del atardecer sobre el Coliseo, de la Piazza Spagna por la noche, del efervescente ambiente de la Fontana di Trevi, y del paseo plagado de otoñales árboles por las orillas del Tíber...-

En este momento, Elena desaparece del presente y viaja al rincón atemporal donde se atesoran los recuerdos.

miércoles, 14 de marzo de 2012

El Viajero y El Turista


 “Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos

                                              (Fernando Pessoa)


-Me gustaría escaparme unos días con mi marido, los dos solos, porque dentro de poco es mi aniversario. Tú que entiendes del tema, ¿qué me aconsejas?- me aborda Irene nada más sentarnos.

Uy. Pregunta peliaguda. Con lo personales que son los viajes. Y los destinos.

-Depende de lo que busques- empiezo sin involucrarme demasiado.

-Algún lugar que no esté muy lejos, porque solo podemos ir cuatro o cinco días. Algo que tenga sitios para ver, y para hacer alguna comprita- sonríe- Una capital europea, por ejemplo.-

-¿Qué tal París?- aventura Elena.

Pienso, como ella, que París es una ciudad perfecta para Irene. Elegante, sofisticada y muy manejable. La veo con toda claridad paseando por sus amplias avenidas y tomando café en sus terrazas...

-Ya hemos estado, y no nos gusta repetir. Preferiría algún sitio nuevo- objeta.

-Yo he estado en Roma hace poco con mi marido- comparto- Roma siempre es una buena opción.-

-¡Roma!- se entusiasma Irene- ya he estado, pero hace muchos años de ello. Fui de viaje de fin de curso. Volver con Ángel sería divertido, porque él no conoce la ciudad. Me gusta la idea.-

-Yo también estuve con Iñaki hace un par de años. Me encanta Roma. Sus plazas, sus iglesias, sus trattorias...- interviene Elena riéndose.

-Como os he comentado, yo estuve hace poco, pero también conocía la ciudad. Fui con una amiga cuando era jovencita, e hicimos un Interrail por Italia.-

-¿Qué es eso de Interrail?- pregunta Irene con curiosidad.

-No sé si seguirá existiendo- explico- Era, o es, un billete de tren abierto con el que podías viajar a través de varios países europeos.
Recuerdo que recorrimos Italia de norte a sur, de Génova a Sicilia.- Aspiro hondo intentando recuperar algún aroma perdido de hace más de quince años- ¡Vaya viaje! Creo que fue uno de esos viajes iniciáticos en los que se forjan las grandes amistades. Lo imagino como una aventura en la que descubrimos, como solo se puede descubrir con veinte años, el significado del concepto de Libertad.-

Nos callamos. Cada una inmersa en su propia libertad interior. Por primera vez desde que nos hemos sentado escuchamos la música.

Hay veces en que creo que me explayo demasiado expresando mis sentimientos e intentando que nadie se guarde dentro sus emociones. Lo que ocurre es que durante demasiado tiempo han estado reprimidos y ahora necesitan levantar el vuelo...

-¿Viajasteis dos chicas solas?- pregunta una jocosa Elena- Vaya éxito con los italianos, ¿no?-

Sonrío para mis adentros porque retrocedo casi veinte años en el tiempo y me veo sentada en el suelo del pasillo de un atestado tren camino de la Sicilia profunda. Y nos veo recorriendo las calles más sórdidas de Nápoles en compañía de unos guapos napolitanos. Veo otro tren lleno de atentos militares camino de Roma. Rememoro un camping cochambroso muy muy lejos del centro de Florencia, pero que, a cambio de la incomodidad y la lejanía, nos ofrecía unas maravillosas vistas de los atardeceres sobre la ciudad. Recuerdo un último tren, llegando a Venecia, que parecía que flotaba sobre las doradas aguas en el amanecer del Gran Canal.

Nos recuerdo fumando en el metro, bebiendo agua con gas, lanzándonos al agua desde la rocosa bahía de Taormina, y tomando vino con viajeros iguales que nosotras. Pero sobre todo, nos recuerdo riendo, riendo a carcajadas, riendo sin cesar.

A menudo creo que regreso demasiado al pasado con el propósito de pasearme por la indolente sensación de libertad de entonces. Vuelvo para recrearme experimentando la impresión de eternidad, de alegre despreocupación de los veinte años. Mi paraíso perdido...

Regreso al presente justo en el momento en que Irene vuelve a hablar:

-Decidido. Va a ser Roma-

-Me muero de envidia: esa pizza, ese tiramisú, esos helados...- bromea Elena señalando su infusión.


-Estupendo- vuelvo a la conversación- Tienes vuelos muy baratos desde Bilbao. Unos 45 euros ida y vuelta según el día. Y, si quieres, te puedo pasar la dirección del alojamiento en el que estuvimos nosotros, era muy céntrico, y estaba genial...-

Me involucro del todo. Es superior a mí. Organizar un viaje me pone.

-No, no- interrumpe Irene- Iremos en viaje organizado. A mí no me gusta viajar por mi cuenta, me parece que se pierde demasiado tiempo decidiendo temas que pueden ir bien atados ya desde aquí.
De esta manera además, aunque el hotel no esté del todo céntrico, se ocuparán de acercarnos hasta los lugares de interés. Creo que es la manera más eficaz de optimizar el tiempo.
 En la agencia se ocuparán de sacar las entradas de los monumentos y de reservar mesa en los restaurantes. Así el tiempo cunde mucho más y en pocos días se puede visitar lo principal de la ciudad.-

Viaje organizado. Mi peor pesadilla. Pero me callo, porque aunque no sea de mi agrado no significa que sea peor que lo que a mí me gusta. Solo diferente.

Es su viaje. Porque es su personalidad. Irene es práctica. Y punto.

domingo, 11 de marzo de 2012

La Comparación: La Rosa y la Margarita



La felicidad no depende de lo que uno tiene, sino del buen uso que hace de lo que tiene”

                                                    (Thomas Hardy)


Sara y Elena ya están sentadas en la mesa. Charlan con las cabezas bastante juntas. Como si confabularan. Como si estuvieran solas en el mundo.

Me temo que hoy también toca filosofar. ¿Por qué no hablaremos alguna vez de bolsos, por ejemplo?

Ellas se sienten cómodas hablando sobre todas esas historias de motivación y de desarrollo personal, pero parece que no se dan cuenta de que, a veces, yo me siento fuera de lugar.
A mí todos esos conceptos que ellas utilizan de manera tan natural, me resultan nuevos y perturbadores. Se oponen firmemente a los pilares sobre los que se asienta mi existencia.

Siempre he ironizado sobre esas personas tan “happy”, tan “new age”. Y, sin embargo, ahora me codeo con mujeres que hablan de meditación, danza del vientre y autoestima como yo puedo hablar de ropa, oficina o vacaciones.
Lo más asombroso es que, frecuentemente, encuentro reveladoras bastantes de esas ideas.
Por eso me inquietan. Por eso me atraen...¿Me estaré volviendo una de ellas?

Me acerco a la mesa con mi cortado. Con mi triste cortado que diría Elena. Ahora se percatan de mi presencia.

-Hola- saluda Elena como si despertase de un profundo letargo- Me estaba contando Sara su duro trabajo por sanar su autoestima. Y la importancia de evitar la comparación con los otros durante ese camino-

Lo sabía. Toca charla profunda.
 
Bueno, tendré que dejar para otro momento o para otras personas la exhibición del bolso tan maravilloso que me compré ayer.

-Aha...- murmuro intentando integrarme en la conversación- Ya lo sabemos: las comparaciones son odiosas. Aunque a veces son inevitables.-

-Eso estaba diciendo- interviene Sara- Supongo que hay un momento en nuestra vida en el que la autoestima depende de cómo veamos proyectada nuestra propia imagen en los ojos de los demás.-

-Claro- le apoya Elena- y si los demás tienen hacia nosotros unas expectativas alejadas de la realidad, de lo que somos verdaderamente, nuestra autoestima no se desarrollará de manera adecuada. No veremos reflejada en los demás una imagen que nos complazca-

-Eso- continúa Sara- Nuestro entorno, y la sociedad en general, son el espejo de nuestras acciones. Y me imagino que habrá etapas, como la adolescencia, en que queremos que ese reflejo sea lo más brillante posible. Sin embargo, desde fuera, frecuentemente nos piden que seamos de otra manera, que tomemos un modelo que nada tiene que ver con nosotros y nuestras aspiraciones.-

Asiento con la cabeza. Estoy de acuerdo.

- Sí- interrumpo- Recuerdo mi adolescencia. Lo que menos quería del mundo era destacar. Y estaba continuamente comparándome con las otras chicas.- suelto sin pensar.

-Y probablemente muchas veces hagamos cosas que no deseamos por el mismo motivo- tercia Elena.

-La sociedad adora a las rosas- Sara empieza con las metáforas- Las encumbra. Son perfectas, fuertes y perfumadas. Pero no todos somos rosas.
Sin embargo, casi todos tratamos de serlo en algún momento a pesar de que nuestros intentos no lleguen nunca a buen puerto.
Yo acepté pronto que no era una rosa. Asumí mi papel de margarita, pero no acepté su belleza.
La margarita es vulnerable. La margarita no es la rosa.
No intenté ser una rosa, sabía que nunca lograría serlo, pero me sentía inferior por ser la flor más débil del ramo.-

Sara calla. Parece que le provoca dolor lo que está contando. Elena tiene los ojos brillantes y yo siento un nudo a la altura del corazón.

Sara continúa:


-En un momento crucial de mi vida, hace poco, ha llegado para mí la primavera. De pronto mi camino se ha llenado de personas, nuevas y antiguas, que me han hecho comprender que la margarita no es bella a pesar de su vulnerabilidad, sino precisamente a causa de ella.
Una de esas personas me contó un maravilloso cuento sobre la aceptación que me gustaría compartir con vosotras.
Y ahí está la semilla del cambio. En el reconocimiento de mi propia valía al margen de lo que sean, piensen, o exijan los demás.-

Se me ha erizado el vello de los brazos. Y tengo ganas de llorar. Y de aplaudir.
Y pensar que yo quería hablar de bolsos...

lunes, 5 de marzo de 2012

La Organización



       “El orden es el placer de la razón, el desorden es la delicia de la imaginación”

                                                 (Paul Claudel)

Sara pide su infusión de siempre. Irene su triste cortado. Ambas me miran con aire inquisitivo.
¿Qué qué voy a pedir yo? Hombre, pues mucha opción no tengo.

-Tomaré una infusión de esas con sabor a canela- musito mientras les ofrezco la mejor versión de mi expresión de perrito apaleado- Por lo menos la taza es más grande.

-¿Qué tal lo llevas?- se interesa Irene mientras nos sentamos.

-Es triste- respondo con sinceridad- No tengo ninguna satisfacción. No entra en mí ninguna alegría- añado señalando la taza llena de líquido ambarino.

Sara me acaricia levemente el brazo y ese contacto me reconforta. Sara es tocona, como yo, y el simple roce de una mano amiga nos resulta gratificante y, a veces, imprescindible.

-Deberías intentar pensar en positivo- aconseja- Pensar, por ejemplo, que la salud está entrando a borbotones en tu organismo-

-Eso- corrobora Irene- Piensa que si te cuidas vas a vivir más años.-

-¿Seguro que van a ser más o los mismos pero se me van a hacer más largos?- pregunto con un poco de retintín.

Se ríen. Es fácil. Obtener la risa no me cuesta trabajo.

-Podrías tratar de disfrutar del camino en vez de pensar solamente en llegar a su fin. Tu meta es adelgazar, está claro, pero es mejor que llegues paseando por un camino agradable que corriendo sin aliento. - expone Sara- Siguiendo con la metáfora, si paseas lentamente, disfrutando, seguramente te acostumbrarás mejor a tus nuevos hábitos, los fijarás más profundamente y probablemente pensarás menos en abandonar que si vas corriendo con el único fin de llegar a la meta.-

Ya entiendo lo que me quiere transmitir. Mi meta no debe convertirse en mi obsesión. Lo que tengo que hacer es trabajar en cambiar mis hábitos, interiorizarlos, disfrutar del cambio y, como consecuencia, si apenas darme cuenta, habrá llegado lo que deseo. ¡Qué difícil!

-No sé si seré capaz...- manifiesto casi sin pensar.

-Tienes que creer en tu potencial- me anima Irene.

-Utiliza frases en positivo siempre que puedas- continúa Sara- Es sorprendente cuánto influye en nuestra mente cómo decimos las cosas. Si yo me repito: "no soy capaz, no soy capaz..." probablemente no lo seré. Sin embargo si me digo: "es difícil, pero lo voy a intentar" , la cosa cambia ¿no?-

Irene y o asentimos. Tiene razón. Es en esos pequeños detalles que normalmente pasan inadvertidos donde se empiezan a gestar los grandes cambios.

-Es como si nuestros hijos cometieran un fallo y constantemente les reprochásemos su error:"¡Qué mal lo has hecho! ¡qué torpe eres!"- sigue exponiendo- Seguramente llegaría un momento en el que se sintiesen así. Se verían torpes y sería lógico que cometieran solo torpezas . Creo que es mejor alentarlos: "esta vez no lo has hecho bien, si eres cuidadoso , o te esfuerzas o lo que sea que haya sido el motivo, la próxima vez saldrá mejor".-

-Animarlos- intervengo- en vez de reprenderlos. A mí no me tienes que convencer- río- soy una militante declarada.

-Y tú, ¿cómo sabes tanto de esto?- pregunta Irene con expresión de auténtica curiosidad.

Me parece que es la primera vez en su vida que Irene empieza a pensar que las cosas se pueden hacer de diferente manera de lo que ella cree. Imagino que nunca había pensado en la psicología positiva como método y se está dando cuenta de que puede llegar a ser efectiva.

- Bueno, estoy siguiendo un curso de desarrollo personal- contesta Sara enrojeciendo- Además, ya sabéis- añade con sorna- Yo leo mucho...-

-La verdad es que son muy buenos consejos sobre los que reflexionar- asiente Irene- Pequeñas modificaciones a realizar que pueden tener mucha influencia en nuestra vida cotidiana.-

-Sí,-añado- hasta la infusión me sabe mejor después de esta estimulante charla-

Y las tres reímos con ganas.

-Pero conocéis el dicho,¿no?- suspira Sara- “Consejos vendo pero para mí no tengo”. Entiendo perfectamente la teoría.Veo clarísimas las carencias, las propias y las ajenas. Me resulta fácil encontrar la solución para los demás, pero me cuesta terriblemente interiorizarla en mi caso.-

-¿En qué sentido?- me intereso.

-En general en varios. En particular hay uno, el desorden, que en estos momentos me trastorna demasiado . Para ti veía una clara solución que va con tu personalidad. En mi caso estoy bloqueada.- contesta mirándome.

-¿Eres desordenada?- pregunta Irene sorprendida.

Me parece que a Irene le sorprende que cualquier persona pueda ser desordenada.

-Mucho- responde Sara- Es sobre todo un desorden mental: mi cabeza es un cajón desastre absoluto. Hasta ahora me he movido cómodamente en el caos, y siempre he pensado que mi creatividad nacía de la forma anárquica que tiene mi cerebro para establecer conexiones. Sin embargo en este momento de mi vida me resulta poco eficaz.
Deseo realizar montones de proyectos, pero me disperso, no me centro y finalmente no concreto nada.

Las tres callamos. Irene toma la palabra.

-Esto me recuerda a un cuento que suelo narrar a mi hijo. Ya sabes, aprende dónde colocar tus instrumentos antes de empezar a utilizarlos.- calla para tomar aliento y sigue- Imaginaste un estupendo plan para Elena . Le aconsejaste que actuase según su naturaleza. Actúa ahora tú según la tuya.
¿Cuál es tu esencia Sara? Eres una escritora y lectora voraz,¿no? Pues demuéstralo- termina Irene triunfal, creo que orgullosa de la sugerencia expresada.

-Sí...- comienza a divagar Sara- estoy convencida de que ahí se encuentra la raíz de la solución.-

-Tú solo te crees lo que está documentado y por escrito,¿no?- Sara asiente con resignación- Pues escribe tu proyecto de vida para que adquiera veracidad. Organiza tu tiempo. Elabora un horario y colócalo en algún lugar visible, el frigorífico o la pantalla del ordenador por ejemplo. Y obedece porque está impreso, negro sobre blanco- añade apuntando a Sara con el índice.

- Yo lo haría- intervengo con una mueca de falso temor- ¡Mira ese dedo! ¡Está cargado!-

Irene sonríe, creo que halagada por mi comentario jocoso. Parece que se encuentra orgullosa al haber podido acceder al, para ella, recinto clandestino de la libre opinión.

-Tienes la cabeza tan llena de ideas que no hay espacio suficiente para el orden. Es como si el disco duro de un ordenador se hubiera saturado de datos y no funcionase al cien por cien.
¡Vacíalo! Guarda los datos en una memoria externa porque si no no vas a poder almacenar más y vas a ralentizar el funcionamiento del aparato, incluso a bloquearlo como has comentado antes.-

Arqueo las cejas en un gesto interrogante.


-Sí, coge un cuaderno y escribe todo lo que te ronde por la mente. Así dejará de ocupar sitio en tu cabeza y lo tendrás visible y escrito- ríe - para organizarlo a tu conveniencia.-

-Eso que acabas de exponer es genial, altamente eficaz- responde una absorta Sara- Voy a ponerlo en práctica sin duda.-

Y volvemos a callar por un momento, porque el silencio ya no resulta incómodo entre nosotras.

Recuerdo el primer día que tomamos café. Pensé que no nos íbamos a aportar nada las unas a las otras. ¡Ingenua de mí!

Es simple: El maestro aparece cuando el alumno está preparado.