martes, 8 de mayo de 2012

El Grito Liberador


“Si no tienes la libertad interior, ¿qué otra libertad esperas poder tener?”
 
                                         (Arturo Graf)




Esto es surrealista. Las tres en pie, en el borde de las rocas. Asomadas al abismo del mar.
Elena y Sara esperando a que grite bien. Pero, ¿cómo se supone que es un grito correcto?

Lo más surrealista de todo es que en medio de esta insensatez, en lo que más pienso es en que esta mañana he madrugado para plancharme el pelo y, con esta humedad, noto cómo está comenzando a ondularse.

Estas dos siguen sin rendirse, ¿qué pretenden de mí? Lo he intentado, pero no es suficiente. Nunca lo es. Debería poder hacerlo mejor.

Pero no quiero preguntar cómo hacerlo. Tengo la impresión de que de esa manera rebajo el valor de lo logrado.
Sin embargo se espera de mí que lo consiga. Y quiero acabar con esto de una vez, así que pregunto:

-¿Cómo tengo que gritar para liberar la rabia?- y esa pregunta me hace sentir inferior.

-Inspira profundamente,- explica Sara con voz queda- e intenta que el aire llegue lo más adentro que puedas. Una respiración abdominal. ¿Sabes hacerlo?-

Asiento con la cabeza. Claro que sé.

-Cuando lo hagas, intenta retener el aire un momento- continúa Elena con voz excitada- Entonces concéntrate en tu rabia, siéntela, recréate en ella y suéltala en forma de grito-

Ya estamos. No me han aclarado nada. Conceptos vagos pero no me han explicado exactamente cómo he de gritar.
Bueno, empezaré por la respiración abdominal. Eso sé hacerlo.

Inhalo lentamente y siento cómo el aire hincha mi abdomen. Lo retengo. Ahora tengo que pensar en mi rabia. De acuerdo.

Reflexiono sobre las veces que salgo tarde de trabajar a causa de la dejadez de otras personas. Por ahí voy bien. La impuntualidad. Sí, eso me enfurece. La gente que cree que su tiempo es más valioso que el mío y me hace perderlo esperando. Las madres indolentes que permiten a sus niños ser maleducados con el resto. Perfecto.
Y lo que más me irrita es no ser capaz de demostrar lo que siento en esos momentos, tener que aguantar mi crispación bajo control porque no considero que sean razones suficientes para enfurecerme públicamente.
Esto funciona. La familiar y molesta sensación a la altura del estómago comienza a crecer. La noto...

Me descubro pensando en Ángel y, sorprendentemente, me encuentro con la ira que me provoca que dé por sentadas ciertas cosas. Que no exprese sus deseos porque se supone que yo debo adivinarlos. Que mis emociones tengan que fluctuar según su estado anímico para no romper el equilibrio, y que ambos asumamos que yo tomo las riendas en todas las ocasiones. Estaba convencida de que era lo que yo quería. Pero no.
Siento rabia.

Pienso en cómo mi madre dispone de mi tiempo. En sus sutiles comentarios que yo interpreto inmediatamente como órdenes.
Siento rabia.

Ahora retrocedo y veo claramente a esa niña dócil a la que enviaron a ballet aunque ella prefería el baloncesto. A la que aconsejaron, por su bien, estudiar secretariado en vez de diseño. A la que animaron a casarse con ese “buen chico”.

Veo a esa niña que me reprocha, llena de rabia, haber permitido que hicieran eso conmigo. Me pregunta con gritos mudos por qué no me he rebelado, por qué he actuado siempre como los demás pretendían que lo hiciera, por qué pretendo que los demás actúen a mi manera...
Esto es recrearse en la rabia. Lo ignoraba.

La sensación de mi interior ha tomado cuerpo hasta convertirse en una bola imposible de contener, e inevitablemente se transforma en grito.
No nace de la boca del estómago. Comienza más abajo, en el vientre, y adquiere una fuerza imparable que impregna de ansias de libertad cada célula de mi ser. Cierro los ojos. Abro la boca y grito. Lloro. Y grito a través de todos los poros de mi piel.

Por la niña que fui. Por la madre, esposa e hija que soy. Grito para liberarlas a todas de la pesada carga de la ira contenida. Esa rabia que, escondida tras la máscara de la compostura, habitaba en mí sin tan siquiera ser consciente.

El grito se alarga, crece en intensidad y finalmente muere tragado por el murmullo de las olas. Me vacío totalmente. Continúo con la boca entreabierta, las lágrimas recorriendo mis mejillas. Tiemblo un poco.

Sigo pensando que la situación es surrealista, porque a pesar de la experiencia que acabo de vivir no puedo dejar de pensar en que voy a llegar a casa con el pelo rizado y el rímel corrido...
Me río. Sara y Elena ríen conmigo. A carcajadas.
Experimento una cálida y desconocida sensación de pertenencia. Estoy tomando parte en algo.

Siempre me he quedado un poco apartada en los actos participativos. Lo observo todo, incluso lo juzgo, pero desde detrás de una invisible barrera.
No sé, supongo que me he colocado una coraza, que es la que quiero mostrar al resto y tengo miedo de quitármela y perder la compostura.

¡Ay madre, que esto es inseguridad! ¡La leche! ¿Yo también? ¿Cuándo ha aflorado en mí esa emoción?

Después de todo tenía razón. Esto ha sido un akelarre  en toda regla..

6 comentarios:

  1. ¡Qué bien, qué alivio!
    Se les ha echado de menos.

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  2. A veces las circunstancias mandan. Pero ya están de vuelta con fuerzas renovadas jajaja.

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  3. ¡Qué gozada! Eso es liberación.

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  4. Me he emocionado. Me alegro por Irene

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