Cuarenta y un años bien llevados, la
sonrisa fácil y el gesto pausado.
El cabello, castaño claro, cuelga
hasta sus hombros en una melena lisa partida por la mitad o domado
hacia atrás cuando lo recoge en una desmadejada coleta floja.
Las canas a menudo festonean sus
sienes, porque se siente perezosa para acudir a la peluquería con la
frecuencia con la que demandan las raíces de su pelo.
Sus ojos son azules tirando a grises:
sosegados, dulces, acogedores.
El rostro recuerda al de una Madonna de
un pintor barroco: el óvalo redondo, la piel fina y luminosamente
clara. Sobre ella en contraste, diríase casi en relieve, una boca
de labios rojos y dientes grandes.
Se ríe mucho. A carcajadas. Con la a.
Frecuentemente contagia a las personas
de su entorno con el sonido cantarín de su risa y las impulsa a
participar de su alborozo.
Mide 1´64 m. De su peso no habla.
Es rotunda de formas. Cadera ancha y
pecho generoso, muy femenina.
Normalmente viste cómoda, con mallas y
botas altas, jerseys amplios o largos vestidos vaporosos.
Sin embargo hay días en los que se
despierta sexy, se sube a unos tacones y se embute en una blusa de
escote pronunciado.
Entonces se mira en el espejo y se
siente poderosa.
No se resigna a su actual talla, por lo tanto, en su armario conviven en singular armonía las prendas que usa junto con las que, aunque no pierde la esperanza de volver a ponerse, en estos momentos no le es posible.
No se resigna a su actual talla, por lo tanto, en su armario conviven en singular armonía las prendas que usa junto con las que, aunque no pierde la esperanza de volver a ponerse, en estos momentos no le es posible.
Su perfume se compone de notas cítricas
que se elevan por encima del olor a suavizante de su ropa.
Nunca se maquilla, por pura pereza.
No obstante, en ocasiones especiales,
se regodea sombreando sus párpados con colores metálicos que
realzan el color de sus ojos y erotiza sus labios aplicando sobre
ellos un sensual y húmedo gloss brillante.
Entonces se mira en el espejo y siente
que Cenicienta se ha convertido en princesa.
Sus joyas se reducen a la clásica
alianza de boda y a unos pendientes de oro blanco que le regaló su
marido el día en que nació su hijo.
Cuando está pensativa o escucha
atentamente, apoya el codo izquierdo en cualquier superficie que se
encuentre a su alcance, y con esa mano acaricia el lóbulo de su
oreja.
Emana de todo su ser una profunda
sensación de presencia absoluta y de perfecto enraizamiento.
Ella es Elena...
No la imaginaba así. Ahora me parece que no puede ser de otra manera
ResponderEliminarMe alegro, porque es complicado cambiarle la cara a alguien cuando ya le has puesto una.
EliminarNo sé como he llegado hasta aquí, me resulta extraño y grato encontrame con un blog personal tan allegado a mí, tanto en cercanía geográfica como en afinidad respecto a la longevidad.
ResponderEliminarSegiré acercandome por aqui, para comprobar como veis la vida en estos tiempos que nos toca.
Hasta pronto.
Muchas gracias por tus palabras.Aquí estaremos, compartiendo nuestra particular visión de la vida con sus alegrías y sus problemas.
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