martes, 20 de noviembre de 2012

Y Ahora, la Soledad

                                          
                                         "Estoy solo y no hay nadie en el espejo"

                                                       (Jorge Luis Borges)
 
 
 
¿De quién es esa imagen que me devuelve el espejo? ¿A quién pertenece ese rostro ajado, los ojos hinchados, el cabello grasiento? No puedo ser yo. No quiero ser yo.
Pero sí: solo que soy una yo que desconocía. Y no me gusta.

Estoy sola. Y aunque he vivido a veces sin compañía, nunca había experimentado esta sensación de total abandono. Jamás antes de ahora he compartido aire que respirar con la Soledad, así, con mayúsculas.
Es una compañera horrible que reclama a empujones su propio espacio, se entromete con descaro en el mío y se burla con sorna de mi chándal viejo, mi camiseta mugrienta y mis ojeras oscuras, casi negras.

Tengo una semana. Siete días colgados en el limbo del tiempo para recrearme en mi dolor sin que nadie me vea.
Iñigo está con mis padres.
Ángel se fue, y las habitaciones vacías son único testigo de mi desolación.
Ángel se fue, y ni tan siquiera puedo llorar, porque no sé ni cómo ni cuándo se ha instalado una pesada losa sobre mi corazón que me impide apenas sentirlo. Y solo deseo tumbarme, comer chocolate y ver la televisión en pijama.

Hemos decidido dejarlo... Ya...¡los cojones! (y yo nunca digo tacos, ni tan siquiera los pienso). He decidido acogerme al clavo ardiendo de la mentira piadosa y fingir una versión oficial que no haga que los demás me vean como yo lo hago: como una fracasada.

No lo hemos dejado. Ángel me ha dejado. Por otra. Y lo más triste es que no es más joven ni más delgada que yo. Pero le da chispa. Y yo no.

Yo solo le he dado un hijo, y le he proporcionado la estabilidad suficiente como para que prospere en su carrera y crezca como persona. Solo eso, y no basta.

Me siento en el pasillo, sobre el suelo que un día elegimos juntos y contemplo con indiferencia las bolas de pelusa que habitan los rincones. Juego a fantasear que todo esto no ha pasado, que mi marido no se ha aburrido de mí porque, palabras textuales, nuestra relación era una pantomima orquestada por mi absurdo deseo de aparentar una felicidad que dista mucho de ser real. Pero no puedo fingir durante mucho tiempo, porque no soy capaz de ignorar que esto sí es real.

Mi pareja se ha cansado de beber a sorbitos una mecánica rutina a mi lado y se ha marchado a comerse la vida a dentelladas con otra. Que no es más lista ni más guapa que yo.

Suena el teléfono y lo ignoro. Creo que tengo llamadas perdidas de todas las personas que conozco, pero no quiero hablar con nadie. Porque quizá si oyese una voz amiga, un atisbo de comprensión, podría derrumbarme. Y no quiero, no puedo acogerme al consuelo fácil de la conmiseración ajena. Yo no soy así. Soy una mujer fuerte.

No soy como mi madre, que ha adoptado el victimismo por bandera y exhibe sin pudor ante propios y extraños esa montaña rusa de emociones que arrastra a todos en sus vaivenes. ¡Cuánto he sufrido desde niña, al cobijo de su sombra, la descripción pormenorizada de sus miserias más íntimas!,¡esa necesidad que siempre ha tenido de sentirse especial aun en circunstancias humillantes! ¿Por qué cuentas eso?, me hubiese gustado gritarle, ¿no te das cuenta de que ante sus ojos te conviertes en débil y vulnerable?

Y sí, mi madre conseguía despertar la lástima en la mirada de los demás, sin embargo también logró perder su dignidad ante la mía. Por eso yo no soy así: No quiero compasión, a pesar de que cuando se acabe el estado de gracia de estos siete días no sepa a qué vida debo volver. Pese a que todos mis ahorros afectivos, que con mucho esfuerzo he atesorado para la creación de un proyecto de vida perfecta, se hayan evaporado y se quede en números rojos la cuenta corriente de mi porvenir. Aún así sobreviviré. Porque soy fuerte.

Soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte. Me lo repito como un mantra mientras la nausea parte en dos mi abdomen. Soy fuerte, soy fuerte, soy fuerte. Hasta que el sollozo atraviesa como un látigo mis entrañas y sacude mis hombros demostrándome que, después de todo sí acepto la lástima: la mía propia. Por mi proyecto vital truncado y por ese pobre corazón oprimido, atrapado bajo el peso de una losa que no puedo mover ni siquiera para pedir ayuda.

Llora, Irene, llora. Tienes una semana para hacerlo, y para vivir en pijama, ver programas absurdos y darte atracones de patatas fritas y batido de chocolate.
En siete días te vestirás tu ropa más favorecedora, esa de camuflar desilusiones, maquillarás tu tristeza y serás una nueva separada entrada en los cuarenta y con la seguridad de un pasado cerrado. Eso serás. Y también, y aunque los demás no lo sepan, una patética mujer con el temor a un futuro incierto y sin idea alguna de cómo afrontar su presente...

7 comentarios:

  1. Haaala!! Esto no me lo esperaba. Me has sorprendido del todo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de lograrlo, aunque más sorprendida que Irene cuando se enteró, no creo. Gracias por comentar.

      Eliminar
  2. Yo también estoy sorprendida, y siento lástima por Irene aunque ella no quiera jajaja

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿A que sí, a que es fácil sentir lástima por ella aunque se resista? Un saludo.

      Eliminar
  3. La cigarra y la hormiga21 de noviembre de 2012, 18:55

    Hombre, un poco de pena sí me da Irene, pero también entiendo a su marido.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuando conocemos todos los detalles, casi todo es comprensible...

      Eliminar
  4. Pobrecilla. Qué duro tiene que ser interpretar ese papel fingido. Yo me volvería loca.

    ResponderEliminar