lunes, 16 de enero de 2012

Elena


"Ahora no importa lo que hicieron de ti, sino lo que vas a hacer tú con lo que hicieron de ti."

                                                             (J. Paul Sartre)



Suena el despertador. Por un momento lo oigo a lo lejos, como si no fuera conmigo. Por un momento. Enseguida vuelvo a percibir mi realidad y, sin necesidad de abrir los ojos sé perfectamente qué hora es: la hora de levantarme, realizar unos estiramientos, unos cuantos ejercicios abdominales y pegarme una ducha antes de despertar al niño.

Sin embargo la pereza me puede y aprieto el botón para que la alarma vuelva a sonar en unos minutos. Me doy la vuelta y me acurruco en los brazos de mi marido, que me recibe adormilado. Estos ocho minutos de mimos matutinos son la gasolina que provoca más llevadera la impresión de levantarme.
¿El ejercicio? Mañana. Sin falta.

Después de retrasar por dos veces el despertador, me libero de los brazos de mi marido y me levanto con sigilo.

Abro el grifo de la ducha mientras me contemplo en el espejo. No me desagrada lo que veo, aunque se podría mejorar. Cuando veo las arrugas de mi frente y las marcadas líneas de expresión pienso que tengo que empezar a utilizar una crema anti arrugas y el michelín de mi cintura pide a gritos una crema reductora. En fin.

Me deslizo bajo el agua tibia y siento cómo se va escurriendo por todo mi cuerpo. El contraste del tacto húmedo sobre mi piel seca me produce un gran placer que saboreo lentamente. Masajeo todo mi cuerpo con una esponja cargada con la espuma de un jabón que huele a naranja y, de repente, ese aroma me pone de buen humor.
Cierro los ojos disfrutando del momento hasta que una familiar voz masculina me saca de mi ensimismamiento:

-Date prisa, Elena, que se hace tarde.-

Salgo de la ducha a regañadientes y me seco rápido. Me recojo el pelo en una coleta floja y me dirijo al armario.

Cuando estoy metiendo mis piernas por los vaqueros que he elegido, tengo la sensación de que han encogido o algo así... Cuando ato el botón de la cintura, descubro con horror que si quiero seguir con esos pantalones puestos voy a tener que renunciar a ciertas cosas como respirar...
Me los quito con esfuerzo y en su lugar me pongo unas mallas con goma en la cintura que no me hacen sentir tan segura, tan atractiva, pero con las que me puedo sentar sin provocarme una lesión...

Noto cómo la sensación de euforia que había albergado en mi interior durante la ducha se va diluyendo lentamente mientras me visto una camiseta cualquiera y salgo hacia el pasillo.

Entro en la habitación de mi hijo y oigo su respiración acompasada.
Me siento en el borde de su cama y lo observo forzando la vista en la penumbra. Duerme de lado, con la boca ligeramente entreabierta y casi ofreciéndome una mejilla sonrosada. Acerco mis labios depositando un beso muy suave en la cálida piel y me sumerjo en el aroma dulce y calentito del sueño tranquilo de mi niño. Entonces me derrito de amor materno y me lo como a besos...

Mi hijo parpadea sorprendido, gruñe molesto y se da la vuelta perezoso y es cuando comienza el juego de todos los días: las cosquillas, el despertador más eficaz para ese pequeño cuerpo que se retuerce a carcajadas entre mis manos.

Pide clemencia a gritos. Tiene que ir al lavabo y yo aprovecho para ir a la cocina a preparar el desayuno.

Mi marido ya ha salido de la ducha y lo oigo trajinar subiendo persianas y haciendo camas mientras voy calentando la leche.
Saco del armario una caja de cereales bajos en grasa y altos en fibra. Está sin empezar. Esto tiene que saber a paja, pienso mientras de reojo veo el bizcocho casero que acabo de depositar encima de la mesa.

Respiro hondo para darme ánimos y lo único que logro así es captar el sabroso aroma del pastel.
¡Qué narices!, me digo, llevo las mallas, no voy a reventar ningún botón, de perdidos al río... Guardo rápidamente los cereales y la leche desnatada y corto tres trozos de bizcocho para acompañar el Cola Cao.
¿La dieta? Mañana. Sin falta.

Después de saborear el desayuno en compañía de mis hombres, encamino mis pasos hacia la habitación del niño para prepararle la ropa.

Abro el armario y al ver el kimono doblado en una estantería recuerdo que hoy tiene judo. Él tiene judo y yo una cita, pienso con sorna. Sinceramente no sé qué pinto yo con esas mujeres. Aparentemente somos totalmente opuestas, sin embargo tengo ganas de ir, a ver qué pasa...

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