martes, 24 de enero de 2012

Irene


      “La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes”

                                                                    (John Lennon)



Y todavía son las cinco menos veinte...

Total, que ando como una loca para ir a por el niño y venir con tiempo para encontrar sitio para dejar el coche, y aparco a la primera.

Y ahora a esperar...¡con todas las cosas que debería estar haciendo!


Decididamente tendría que haber aprovechado la hora que me deja libre el judo para ir al gimnasio, o podría hacer unos largos en la piscina, la tengo aquí mismo.

Pues no, aquí, a tomar café con dos desconocidas... Y para colmo fui yo quien lo propuso, ¿por qué hago estas cosas?

Es como si me sintiera responsable. Hay momentos en los que, a pesar de haber más gente, me siento en la obligación de ser yo quien rompa el hielo o quien proponga algún plan. Siento la necesidad de ser yo quien se ofrezca para todo, aunque nadie me lo pida y en realidad no me apetezca. Como si adoptase el papel de anfitriona perfecta en todas las situaciones. Vaya historias...

Bueno, ya que me toca esperar, voy a aprovechar el tiempo y voy a ir escribiendo el borrador de unas cartas que tengo que enviar mañana en la oficina. Si lo hago desde hoy, podré salir un poco antes de trabajar para ir a hacer la compra.

Vale, el niño ya ha terminado de merendar, pues que se vaya vistiendo el kimono. Un momento, que primero se lave las manos, que hoy no toca lavar la ropa de judo.

Antes de nada le mando un mensaje a mi marido para que se acuerde de pasar por la carnicería para comprar la cena. Hoy toca filete empanado, que al mediodía en la escuela han comido pescado.

De paso voy a llamar a mi madre para hacerle recordar que el jueves se tiene que quedar con el niño a la tarde mientras voy a la peluquería, que es día quince.
Ya le intenté enseñar a mandar mensajes y a leerlos, pero... en vano. Creo que no me presta ni la más mínima atención en ese tipo de cosas... Así que tengo que hacer una llamada.

Bueno, esto ya está. Me voy a poner con lo mío.

Vaya, ahora el niño quiere ir al baño. No antes cuando yo se lo he sugerido, no, ahora que ya tiene el kimono puesto y las manos limpias.

Le acompaño. Me quedo apoyada en el lavabo mientras él entra. Me miro en el espejo. Repaso mi aspecto.

Se me ha acumulado el rímel en los lagrimales de los ojos. Lo retiro suavemente con un poco de papel encajado en la punta de los dedos.
El maquillaje, sin embargo, está bien. Sonrío porque lleva ahí desde las ocho de la mañana.
En la boca no queda ni sombra de lápiz de labios. Lo saco del bolso y lo aplico a toquecitos.
El pelo pasable. Ya no está tan liso como cuando lo he planchado a la mañana, pero se mantiene la forma. Empiezan a asomar tímidamente las primeras raíces. Suerte que el jueves voy a la peluquería.

Los pantalones perfectos. Ha sido un acierto cambiar a última hora los de hilo que había pensado al principio por estos de loneta beige. Con los otros pantalones, en estos momentos parecería una pasa.
La camisa, un poco sobada después de todo el día, sigue estando bastante blanca.

Vale, estoy en perfecto estado de revista. Y cuando lo pienso, suelto una risita nerviosa, como una tonta. Vaya historias...

El niño ya ha terminado. Le ayudo a vestirse y salimos del baño.

Ya ha llegado más gente. El murmullo que se oye en la entrada ha subido considerablemente de volumen

Entonces, ¿qué hora es? Bueno, si son ya casi las cinco...

Al final no he tenido tiempo de escribir el borrador para las cartas. Intentaré hacerlo a la noche. ¡Ay no! Que hoy toca plancha.

Bueno, mañana andaré como una loca otro día más...

Por ahí viene Sara con su hijo, y supongo que Elena estará al llegar.




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