“El que quiere de esta vida todas
las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos”
(Francisco de Quevedo)
Irene llega a la cafetería con un
revuelo de bolsas, de ropa y de tacones repicando el piso. Con sus
prisas de siempre y farfullando. Después de unos cuantos días, unos
cuantos cafés y unas cuantas conversaciones sobre lo humano y lo
divino, empezamos a adquirir cierta confianza.
-¿Qué te pasa ahora?- pregunto
riéndome al ver cómo se desploma en la silla con todo su arsenal de
bolsas alrededor.
-Lo de siempre- contesta- que me faltan
horas.
He salido tardísimo de la oficina porque una reunión que
tenía a última hora se ha alargado más de lo previsto. Por
supuesto no he llegado a tiempo para recoger al niño. He tenido que
recurrir una vez más a mi madre y, después pasarme por su casa, por
lo que me he retrasado aún más. Cuando he llegado aquí, parece que
ya habíais aparcado todos, porque no quedaba ningún sitio libre. He
tenido que dejar el coche ni sé dónde y venir corriendo para no
llegar tarde a judo. ¡Buff!. Necesito un café.
-Eres como una de esas figuras
elaboradas con piezas de dominó.- comenta Sara con una sonrisa-
Cuando la primera cae, se lleva por delante a todas las demás.-
Es curioso cómo influye el roce
continuo entre las personas. Sara parece otra. Con nosotras, por lo
menos, está adquiriendo un aplomo extraordinario. No sé si será
que está cogiendo confianza o es que está reuniendo las piezas que
faltaban en el puzzle de su personalidad...
-Pues sí- responde Irene dibujando con
los labios un mohín de disgusto- pero ¿qué otra cosa puedo hacer?.
Lo peor es que al final del día estoy agotada...-
-Bueno- replica Sara- ya llega el fin
de semana. Podrás descansar y dejar de planificar todo al minuto.-
-No te creas.- puntualiza Irene- El
sábado a la mañana toca paseo. Por la tarde organizo la ropa de la
semana y cocino algo también. El domingo siempre vamos a comer a
casa de mi madre o de mi suegra. Por lo tanto estoy fuera de casa
casi todo el día. Poco descanso, vamos-
- Y todos esos planes, ¿son
inamovibles?- pregunto un poco abrumada por las obligaciones de la
buena mujer.
- Pues no sé si son inamovibles, ni
tan siquiera me lo planteo. Simplemente es lo que me he propuesto
hacer, y lo voy consiguiendo.- responde Irene cada vez más seria- Lo
que ocurre es que, a veces, para lograr las metas que me he marcado,
vivo en un estrés continuo.-
- ¿Y disfrutas de verdad de todos esos
planes?- cuestiona Sara arqueando las cejas. Joder, con la insegura.
Tira a dar.
-No todo el tiempo, es verdad. Y me
siento culpable por no hacerlo. Es mi proyecto de vida, y me siento
orgullosa de sacarlo adelante. Sin embargo me resulta un tanto
frustrante que lo que desde siempre he ideado para mí y los míos,
en ocasiones, no logre saborearlo.-
-Tal vez es porque has convertido hasta
tu tiempo de ocio en una obligación.- Intervengo- No digo que sea tu
caso, pero hay veces en las que se planifica demasiado el tiempo
libre.
Lo idealizamos de tal manera, que
parece que no hacer nada o improvisar es una aberración y que es
casi una necesidad llenar nuestro ocio de actividades. Todas
perfectamente programadas, por supuesto, para maximizar la diversión.
Frecuentemente se crean unas expectativas de disfrute demasiado
elevadas y después llega la frustración y la culpa...-
Irene calla. Creo que se arrepiente de
habernos mostrado una faceta un poco vulnerable. Sara continúa:
-No soy nadie para dar consejos-
advierte- Sin embargo, por experiencia propia, yo recomiendo dejarse
fluir, por lo menos de vez en cuando...-
-Ya, pero yo no soy como vosotras.-
suelta Irene con un tono de voz un tanto crispado- Yo necesito un
orden, planificar mi vida, cumplir mis expectativas. No tengo tiempo
para fluir, ni para ser consciente de mi respiración, ni para
practicar meditación- añade mirando a Sara.
Me da la impresión de que Sara se
siente un poco ofendida y va a contestar, pero se calla al mirar a
Irene. Tiene los ojos brillantes y el aspecto inequívoco de estar
conteniendo, para que no salga, toda la rabia que es capaz de
albergar en su interior.
Yo también permanezco callada. Damos
por zanjada la conversación porque, aunque ya vayamos adquiriendo
confianza para charlar de temas íntimos, no tenemos la suficiente
para ahondar en las miserias ajenas.
El silencio resulta incómodo. Creo que
cada una de las tres está buscando algo que decir.
-Y, ¿a dónde vais a pasear los
sábados?- pregunto.
Irene me mira y parece agradecida. La
vulnerabilidad ha desaparecido. Compone una gran sonrisa y se
apresura a describir un itinerario perfectamente organizado.
Nunca se puede controlar todo. En estos casos la persona mas perjudicada es una misma.
ResponderEliminarMuy de acuerdo contigo.
EliminarMe da mucho en que pensar...
ResponderEliminarA veces está bien pararse a reflexionar...
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